Por Fernando DAddario
Hay en Mercedes Sosa universos
análogos, que parecen haber surgido para diferenciarse entre sí
y que, en definitiva, terminan confluyendo cada vez que un disco, un show
o un homenaje se encargan de esquivar las fronteras musicales. Hay también
un elemento unificador de esos universos: la voz maravillosa de la Negra,
capaz de abrigar los sonidos de la madre tierra y de sobrevolar con curiosidad
otros territorios, ajenos, en apariencia hostiles, y finalmente sumisos
a su potestad artística. Quizá para delimitar los mapas
musicales que Mercedes dibujó en sus casi cuarenta años
de trayectoria, los dos CDs que Página/12 publicará
desde mañana (el segundo volumen saldrá el domingo 24, y
en ambos casos el precio de compra opcional será de 6 pesos) llevan
por nombre Clásica & Moderna. Antes del necesario desglose
estilístico habrá que señalar que, en conjunto, la
colección reúne un puñado de canciones imbatibles,
de esas que podrían brillar en cualquier antología de la
música popular del siglo pasado: desde Alfonsina y el mar
hasta Inconsciente colectivo, desde Al Jardín
de la República hasta Pedro canoero, pasando
por Todo cambia y Si se calla el cantor.
La colección se divide básicamente en dos partes: el primer
volumen incluye temas esencialmente folklóricos, que muestran a
Mercedes sola, respaldada en la bella austeridad de una guitarra y un
bombo. La segunda entrega la presenta en sociedad, abriendo un abanico
de estilos que se proyecta a través de sus acompañantes
ocasionales. Participan de esta apertura, entre otros, Nito Mestre, Pablo
Milanés, Milton Nascimento, Charly García y Fito Páez.
A grandes rasgos, podría señalarse que el primer disco propone
un viaje a los primeros diez años de carrera de la Negra, en tanto,
la versión moderna (que, a esta altura, también
es clásica) recorre la producción de Mercedes
posterior a 1982, cuando regresó del exilio. Esta separación,
que es lógica y natural, esconde también una paradoja: en
su etapa más comprometida con lo colectivo, la de esa canción
con todos que inauguró el nuevo cancionero, Mercedes se destacó
por su canto solitario, despojado. Y cuando los vientos de la historia
sugirieron una regresión al individualismo, Mercedes necesitó
recostarse en artistas de otro palo para reinventarse en un
nuevo canto con todos.
No obstante, esta categorización no es absoluta. En los 60 y 70
no estuvo sola, ni mucho menos. Fue la mejor intérprete de ese
nuevo cancionero que revolucionó el folklore argentino poniéndolo
a tono con el estado de ebullición que destilaba Latinoamérica.
Veo el campo, el fruto, la miel/ y estas ganas de amar/ no me puede
el olvido vencer/ hoy como ayer, siempre llegar/ en el hijo se puede volver,
nuevo escribió Hamlet Lima Quintana, efervescente, en aquella
Zamba para no morir (1966) que Mercedes complementó
con una interpretación épica. En el disco que saldrá
mañana se reserva un lugar para esa sociedad atípica que
formaron Ariel Ramírez, Félix Luna y la Negra, y que brindó
himnos como Juana Azurduy (1969). Le sigue Los inundados
(música de Ramírez, letra de Isaac Aisemberg) y en el otro
volumen está el imprescindible Alfonsina y el mar,
con la participación del pianista.
Hay más clásicos: La pobrecita (Yupanqui), La
pomeña (1970) y La arenosa (1972), estas dos
últimas con la firma de Cuchi Leguizamón y Manuel J. Castilla,
en un plan menos politizado (para la época, 1970 y 1972, respectivamente),
pero igualmente mágico, donde el canto de Mercedes surge profundo
pero sin prisa, acorde con su sensibilidad de mujer tucumana (aunque La
arenosa hable de mi tierra cafayateña y La
pomeña describa conmovedoramente a esa ya mítica Eulogia
Tapia, de La Poma). Para sintonizar con sus orígenes (al menos
desde un punto de vista formal), nada mejor que Luna tucumana
y Al Jardín de la República, que no necesitan
comentarios. Están.
Antes los sueños eran más radicales. Y eran perfectos.
Ahora se hace lo que se puede, dijo alguna vez a Página/12,
con un dejo de resignación.Todo cambia, avisó
en 1984, y no es antojadizo que esta canción cierre el primer capítulo
de la colección. Ni que se abra el segundo con Si se calla
el cantor, un tema de 1973 en el que se la escucha en plan de barricada
junto con Horacio Guarany (evidentemente, todo cambia), que
hasta parece cantar bien, y recitar mejor. En los 80, Mercedes no
se calló, sino que más bien prefirió cambiar de tono,
refrescar su repertorio para cicatrizar ciertas heridas y, de paso, para
trasvasar generacionalmente su base de adherentes. Así, cosechó
jóvenes militantes cuando versionó el Sueño
con serpientes de Silvio Rodríguez, acompañándose
de Milton Nascimento y citando, a la espera o en nostalgia de tiempos
mejores, a Bertolt Brecht. Y se rejuveneció con los rockeros que
la adoptaron como a una tía respetable, y que le entregaron en
bandeja, para que se luciera, canciones como La colina de la vida
(con Nito Mestre) e Inconsciente colectivo (con Milton Nascimento
y la sombra de Charly dando vueltas por ahí) y Parte del
aire (con Fito Páez).
Todos clics modernos para una artista como Mercedes, pero pertenecientes,
vistos hoy en perspectiva, a un momento del pop que testimonió
la debacle de la dictadura pero se quedó atrás en la sintonía
con el imaginario de los 80. Es la Mercedes del regreso, cosmopolita y
curiosa. El disco también incluye otros temas arquetípicos
de estos cambios, como Años (cantada con Raimundo Fagner)
y El tiempo, el implacable, el que pasó, ambos escritos
por Pablo Milanés. Y, ya más cerca en el tiempo, Cuchillos,
la novedad que deparó Alta fidelidad, su acercamiento definitivo
a Charly. Entre Zamba para no morir (la canción más
vieja de la colección) y Cuchillos (la más nueva)
median 31 años. Un recorrido por la trayectoria de la Negra podría
ser una buena síntesis de la Argentina de los últimos tiempos.
Dos
versiones y una voz
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Todo cambia
Cambia lo superficial
cambia también lo profundo
cambia el modo de pensar
cambia todo en este mundo.
Cambia el clima con los años
cambia el pastor su rebaño
y así como todo cambia
que yo cambie no es extraño.
Cambia el más fino brillante
que no emanó su brillo.
Cambia el nido el pajarillo
cambia el sentido un amante
cambia el rumbo el caminante
aunque esto le cause daño
y así como todo cambia
que yo cambie no es extraño.
Cambia, todo cambia.
Cambia, todo cambia.
Cambia, todo cambia.
Cambia, todo cambia.
Cambia el sol en su carrera
cuando la noche subsiste
cambia la planta y se viste
de verde la primavera.
Cambia el pelaje la fiera
cambia el cabello el anciano
y así como todo cambia
que yo cambie no es extraño.
Pero no cambia mi amor
por más lejos que me encuentre
ni el recuerdo, ni el dolor
de mi pueblo y de mi gente.
Y lo que cambió ayer
tendrá que cambiar mañana
así como cambio yo
en esta tierra lejana.
Cambia, todo cambia.
Cambia, todo cambia.
Cambia, todo cambia.
Cambia, todo cambia.
Pero no cambia mi amor
por más lejos que me encuentre
ni el recuerdo, ni el dolor
de mi pueblo y de mi gente
Y lo que cambió ayer
tendrá que cambiar mañana
así como cambio yo
en esta tierra lejana.
Cambia, todo cambia.
Cambia, todo cambia.
Cambia, todo cambia.
Cambia, todo cambia.
La arenosa
Arenosa, arenosita
mi tierra cafayateña
el que bebe de tu vino
gana sueño y pierde penas,
el que bebe de tu vino
gana sueño y pierde penas.
El agua del calchaquí
padre de toda la siembra
cuando uno se va y no vuelve
canta llorando y lo sueña,
cuando uno se va y no vuelve
canta llorando y lo sueña.
Arena, arenita
arena tapa mi huella
para que en las vendimias
mi vida yo vuelva a verla,
para que en las vendimias
mi vida yo vuelva a verla.
Luna de los medanales
lunita cafayateña,
luna de arena morena
en carnavales de ausencia,
luna de arena morena
en carnavales de ausencia.
Deja que beba en tu vino
la savia cafayateña
y que me pierda en la cueca
cantando antes que me muera,
y que me pierda en la cueca
cantando antes que me muera.
Arena, arenita
arena tapa mi huella,
para que en las vendimias
mi vida yo vuelva a verla,
para que en las vendimias
mi vida yo vuelva a verla.
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