Brasil,
entre la adorable irreverencia y el futuro
Por M. Vázquez Montalbán
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Los individuos y las comunidades
pueden ser víctimas de sus imaginarios y por eso el actual presidente
Bush siempre gobernará bajo la sospecha de que no merece gobernar
y Brasil sobrevive bajo la eterna carga de no haber cumplido la profecía
de un gran escritor alemán de entreguerras, de entre qué
guerras no importa: Brasil es el país del futuro. Esta frase se
complementa con la samba en technicolor de Los tres caballeros de Walt
Disney o con el musculado contoneo de Carmen Miranda cubierta por todas
las frutas del hemisferio o con el esplendor del fútbol brasileño,
entre Pelé y Romario y la resultante es un fumetto que nada tiene
que ver con lo que podríamos llamar el Brasil real. La profecía
de Stephan Zweig sigue siendo válida si tenemos en cuenta las puntas
del desarrollo capitalista brasileño y el potencial que el país
mantiene en letargo, en parte por los déficit socioeconómicos
propios y en parte por lo difícil que es ensamblar el aparato productivo
de un país, en tantos aspectos tercermundistas, con esa fase de
la hegemonía capitalista que hemos llamado globalización,
por ponerle un nombre desdentado.
He pasado por Brasil como asistente a su espléndida feria de libro,
este año celebrada en Río, y he vivido la llegada de las
restricciones eléctricas, impuestas porque ha llovido poco en un
país que debe su electricidad a los saltos de agua. Los brasileños
hablan de los apagones de luz, que podemos recordar muy bien los que vivimos
la Europa de las posguerras, fuera la Civil española o fuera la
Guerra Mundial, y también hablan de la adorable irreverencia, moda
consistente en que los jóvenes de pronto se bajen los pantalones
o las faldas y enseñen el culo en público, como acto de
protesta esférica frente al desorden de la esfera terrestre y de
las esferas cósmicas. Sociólogos y psicoanalistas han encontrado
materia prima para sacar conclusiones de esta nueva fase anal de la joven
sociedad brasileña y llegan a una conclusión previsible:
enseñar el culo pone en cuestión el orden visual establecido
y la jerarquía de valores egoístas basados en el culto de
la privacidad.
Recorrer en coche San Pablo en una hora punta, en pleno apagón,
con todos los automóviles de este mundo tratando de llegar del
infinito al cero o del cero al infinito, es una dura experiencia racionalizadora
de la ambigüedad de la condición humana. Porque San Pablo
es la ciudad a la vez más rica y más pobre de Brasil, la
que más podría parecerse a Los Angeles y la que más
bolsas de pobreza reúne como consecuencia de una feroz corriente
migratoria propiciada por el tremendo desarrollo desigual del país.
Desde las cumbres de estos rascacielos se urden los negocios más
clamorosos del Cono Sur de América latina, aunque la sombra de
este esplendor para pocos la constituya la deforestación sistemática
de uno de los pulmones que le quedan al mundo, la consiguiente explotación
maderera ilegal, la incomprensible crisis energética en el país
de los más ricos subsuelos y las más espléndidas
nubes, los déficit de producción agrícola condicionados
por una mala explotación del suelo, a veces debido a la escasa
rentabilidad de tierras mal elegidas, la violencia social consecuencia
de un alto índice de desempleo y de una cultura armada, armadísima:
Brasil es uno de los países con mayor número de armas ligeras
privadas y es el segundo del mundo, después de Sudáfrica,
en la tasa de homicidios anuales: 40.000, no es una cifra inhabitual.
El esplendor de la naturaleza, la riqueza de expresividad de las formas
de la cultura popular, la altura de sus escritores y creadores, entre
los que cuento, naturalmente, a Romario, siguen proponiendo la profecía
del futuro y sobre todo la capacidad de análisis de las vanguardias
críticas que han convertido a Brasil en uno de los referentes principales
de la respuesta de los globalizados a los globalizadores. Que Brasil desempeña
y desempeñará un papel importante en lo que será
la aventura dialéctica del siglo XXI, lo demuestra el movimiento
de los Sin Tierra, la potencia intervencionista de las formaciones políticas
de clase, la tradición con la Teología de la Liberación,
el nivel de conciencia crítica globalizadora demostrado en el encuentro
de Porto Alegre a comienzos de este año, considerado como una muy
seria réplica al aquelarre teológico neoliberal de Davos.
Tal vez se cumpla así una positiva síntesis entre la adorable
irreverencia y la profecía de un excelente futuro, a manera de
construcción de una esperanza no teologal, sino laica. En cualquier
caso, Brasil tiene un presente recomendable, se recorre el país
según la admirable división de Bowles: como turistas, aquel
que sabe cuándo empieza un viaje y cuándo termina; o como
viajero, el que sabe cuándo empieza un recorrido, pero no cuando
termina.
REP
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