Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


REVELACIONES DE JUAN BAUTISTA YOFRE,
EX JEFE DE LA SIDE Y EMBAJADOR DE MENEM EN PANAMA
“Yo no hubiera ido a lo del Gordo Gostanian”

El primer secretario de Inteligencia de Carlos Menem dice que el ex presidente debía haber pedido cumplir su prisión en Campo de Mayo o en Martín García y ofrece pruebas contundentes de por qué es imposible que Panamá hubiera podido comprar armas justo luego de la invasión norteamericana.

Juan Bautista Yofre, ex embajador de Menem en Panamá.

Por Susana Viau

Juan Bautista “Tata” Yofre tuvo dos roles claves en los primeros tramos del gobierno menemista: jefe de la Secretaría de Inteligencia del Estado y embajador en Panamá a principio de los ‘90, cuando fueron firmados los polémicos decretos que posibilitaron la venta ilegal de armas. Precisamente, los cañones italianos Oto Melara y Citer 155 de Fabricaciones Militares, pistolas 9 mm, fusiles FAL, misiles antitanque, lanzagranadas, morteros, cohetes Pampero y munición con presunto destino Panamá fueron a parar a Croacia en embarques de la naviera Croacia Lines.
Si Panamá hubiera tenido interés en la compra “yo lo hubiera sabido”, dijo Yofre hace un mes, al término de su declaración ante el juzgado federal de Jorge Urso. De matriz radical (su padre fue funcionario frondicista y murió a los 50 años mientras se desempeñaba como embajador en Perú, su hermano Ricardo es un brillante analista político adherido siempre al ala conservadora de la UCR), el “Tata” Yofre saltó con Carlos Menem a las filas justicialistas y conoce como pocos el mosaico que rodeó al riojano durante sus primeros pasos en la presidencia. “Para él hubiera querido otro final”, admitió a Página/12 entre las fotos de Pat Boone, Dean Martin, Robert Kennedy y Los Beatles que mandan sobre las de los políticos en el escritorio de su amplio departamento de Recoleta.
–¿Cómo era el Panamá de la época de los decretos?
–Yo llegué en junio de 1990 a un Panamá muy inseguro, donde se habían disuelto las fuerzas armadas, donde cada ministro tenía su equipo de custodia, donde la Fuerza Pública, la policía, se estaba armando con niveles bajos y medios de las Fuerzas de Defensa. Pero lo importante, lo que se podía percibir apenas uno llegaba, era un claro rechazo a todo lo que fuera militar, como el sentimiento antimilitar que se palpaba en Argentina la noche del 15 de junio del ‘82, a la caída de Puerto Argentino, cuando ya se había caído el velo y había aparecido el régimen militar con todas sus miserias y sus cobardías.
–¿Cuál era la importancia de Panamá para el gobierno de Menem?
–Panamá era un país importante. Con mi llegada, Argentina fue uno de los pocos países de peso con embajador en Panamá. Brasil no tenía, tampoco Perú y mucho menos México, porque condenaban al régimen de Endara que, no debe olvidarse, había asumido el gobierno en una base norteamericana.
–Argentina condenó la invasión y a las pocas semanas Menem reconoció el gobierno de Endara.
–Sí, porque la diplomacia norteamericana se puso en movimiento y Dan Qayle pasó por Buenos Aires y le pidió a Menem que mandara embajador. Menem dijo: “voy a mandar un hombre de mi intimidad”. Ahí es cuando se acuerdan que el Tata Yofre está colgado de una percha. Yo quería irme, salir de acá porque no podía volver al periodismo. ¿Después de seis meses de SIDE adónde iba a volver? Y me fui a Panamá. Tuve una buena relación con Endara y con el canciller Julio Linares. Pero básicamente tenía una buena relación con el Contralor de Estado, que era el que supervisaba los gastos, los cheques. Ese hombre se llama Rubén Darío Carles. Por eso, si hubiera existido este negocio con Panamá yo habría estado enterado. Me lo hubiera dicho Linares, o Endara y sin duda me lo hubiera dicho Carles.
–La nota de Linares a Di Tella que usted entregó al juzgado de Urso hacía impensable la compra de ese tipo de armamento por parte de Panamá.
–Era imposible. Panamá no tenía ejército pero, sobre todo, Estados Unidos pretendía continuar allí, más allá de los acuerdos Torrijos-Carter. ¿Qué sentido tenía comprar armas para un ejército que ni Washington ni los panameños querían reconstituir? Eso es lo importante de la nota.
–¿Cómo se explica la torpeza?
–Se explica por la visión argentina de la época ¿Qué significa eso? Siendo canciller Domingo Felipe Cavallo y antes de llegar yo a Panamá, él hizo una reunión con todos los embajadores en América Central y el Caribe. Ahí explicó: “Señores, hagan lo que puedan porque a mí esto no meinteresa”. El “esto no me interesa” era Costa Rica, Honduras, Nicaragua, Guatemala, Panamá. Como no interesaba la región, cuando se planteó a quién le cargábamos este muerto, la respuesta era sencilla: “Y... a Panamá”. Panamá tenía fama de ser una suerte de Casablanca, porque lo era en la época de Noriega. Se mezclaban servicios de inteligencia cubanos, norteamericanos, sandinistas, contras; se negociaba todo, armas, cocaína; se lavaba plata, aparecían edificios lujosos de un día para otro. En ese Panamá bien podía darse una operación trucha.
–Pero era poco más que un protectorado americano y la invasión estaba fresca...
–Yo no niego que haya podido existir el famoso guiño americano. Sin embargo, lo que acá se discute no es la decisión política ni la operación encubierta. El tema de fondo es el vaciamiento de arsenales militares, la no reposición de esas armas, el dinero que no entró a las arcas del Estado, las eventuales conexiones con la explosión de una fábrica y con hechos sangrientos que guardan relación con este entramado. Para mí, discutir la decisión política es perderse en algo que no va al fondo de la cuestión.
–¿Lo que hay que discutir es la conexión local?
–Me cuesta mucho creer que a un Jefe de Estado Mayor que es del arma de artillería, le desaparezca el parque de artillería y no se dé cuenta. Me cuesta creer que un Jefe de Estado Mayor, tan celoso de sus cosas como era Balza, no supiera que se le iban 6500 toneladas de armamento al exterior y no lo registrara. Me cuesta pensar que el jefe de inteligencia militar de Balza no lo informara.
–¿Y no le cuesta pensar que el jefe de la SIDE no supiera lo que sabía la gente de la fábrica militar, lo que sabían los estibadores del puerto y los que habían visto pasar los camiones?
–Me cuesta pensarlo. Por lo menos a mí no se me hubiera escapado. Eso me surge cuando lo escucho a Monner Sans hablar de camiones que llegaban a puertos con “zonas liberadas”. Para que haya zonas liberadas tiene que haber zonas liberadas de parte de la SIDE. Es decir, no informar. Lavié seguramente lo tiene que haber informado al presidente. Pero, bueno, que lo responda él. Pero repito: a mí no se me hubiera pasado.
–¿Cómo evalúa la detención de Menem?
–Primero, me dio mucha pena verlo a Menem en su momento más sublime, que es cuando debió responder ante un juez (porque siempre nos decía que había que responder a la Justicia) subir con su señora tomado de la mano y no como lo que es, un hombre de Estado, con sus dos abogados y su señora esperando en la casa. Yo no hubiera llevado a Andrea. Me hubiese gustado verlo en una prisión acorde a su nivel. Si yo hubiera sido Menem elijo Campo de Mayo. Diez años de presidente de la Nación, yo no me voy a la casa del Gordo Gostanian. Seguimos sin conocer lo que está pasando en el país. Me parece que Menem, que ha sido un tipo muy sensible al estado de la sociedad, está como el capitán del barco que no logra ver el faro. A la gente le disgusta esa imagen de Menem en una quinta lujosa, armándose un campito de golf, con una piscina grande, una casa ampulosa, en una cuestión que roza el delito. Yo si hubiera sido Menem pido que me manden a Martín García y de ahí hubiera empezado mi camino. Eso es lo que yo hubiera aconsejado estando al lado de él. Tampoco hubiera aconsejado ir a programas de entretenimiento para tratar temas tan serios como éstos. No lo hubiera expuesto al lado de Repetto, respondiendo cuestiones de Estado mientras circulaba una mujer desnuda, con músicos y al lado de la esposa de Maradona, que es un ídolo del fútbol, pero no corresponde. Ese final de noche de Menem demuestra que no está percibiendo bien el sentimiento de la sociedad.
–¿Y cuál es la consecuencia?
–Como reacción frente a esto nace el sentimiento de politizar la causa. Me parece que De la Rúa no quería, ni le convenía, este final para Menem. De la Rúa está ahí porque Menem ayudó a que estuviera, porque se hizo detodo para limar la candidatura de Eduardo Duhalde a presidente de la Nación. A De la Rúa le conviene que Menem esté en actividad porque con Menem se puede entender, con Menem puede tener un diálogo. Cuando tuvo momentos de emergencia, el menemismo votó las leyes del Estado. Y suponer que puede complacer a Alfonsín es no conocer a Alfonsín. A Alfonsín tampoco le conviene ni le interesa que Menem esté preso porque con Menem, como hizo en el año ‘93-’94, puede acordar cosas. A cualquier precio puede acordar. En cambio, con otras figuras, quizás no se pueda, quizás resulte difícil.
–¿Por qué?
–Porque las otras personas pertenecen al futuro. Menem es el pasado. Pueden acordar algunas cosas con Duhalde y con Ruckauf: hasta ahí nomás. Porque Duhalde y Ruckauf tienen expectativas de futuro, igual que De la Sota e igual que Reutemann. Por eso no están yendo a Don Torcuato. Ellos tienen la mirada en el 2003 y tal vez ir hoy a Don Torcuato sea achicar esas expectativas.
–¿Este era el final inevitable del menemismo?
–Yo siempre soñé un final mucho más digno para Menem. Recuerdo mi último diálogo serio con él. Estaba perturbado porque los empresarios no lo apoyaban con firmeza en su proyecto reeleccionista. Yo le dije que los empresarios no eran sus amigos. Los empresarios tienen intereses, no amistades. Y le recordé que la noche de su caída Juárez Celman tenía un solo amigo en su casa: Ramón J. Cárcano. A Menem le pasó lo que le pasó a algunos militares, que pensaron que los empresarios eran amigos de ellos. Yo me acuerdo de cómo se reían en los clubes de polo de Albano Harguindeguy y de las cosas que decía la “Chacha”, su mujer. Y contaban chistes. O del propio Videla, o de las promesas que le hicieron a Viola para abandonarlo después y entronizar a Galtieri. Hay un solo presidente al que no le pudieron torcer el brazo porque los conocía bien: el “Cano” Lanusse. El me decía siempre que en determinado momento de la vida un hombre debe mostrar una actitud. Si yo hubiera estado al lado de Menem esos días le hubiera aconsejado subir solo con sus abogados las escaleras de Tribunales y no hubiera llevado a ese grupo de adeptos a patear las puertas de la oficina del juez Urso. Eso no está dentro de la jerarquía con la que debe iniciar un estadista un nuevo período de su vida, que es el de ir a Tribunales a dar cuentas de sus actos.
–¿Hubiera querido acompañar a Menem en esos días?
–No. Yo hace tiempo que no estoy al lado de Menem. Desde principio del ‘98. Me fui a La Cumbre. Renuncié cuando viajó al exterior y se la entregué a Munir Menem. Prefiero no tener esa conversación. No me gusta herir a Menem.
–¿Pero qué es lo que le hizo tomar distancia?
–Yo llevaba mucho tiempo de estar sentadito ahí, no haciendo nada. Como decía un gran ídolo mío, Antonio Ubaldo Rattín, para explicar su retiro: cuando entraba a la cancha sentía que estaba robando. La segunda razón es que un día mi actual mujer me dijo: “¿Che, Tata, no te parece que tenés que irte de este gobierno?”. Le pregunté por qué y me contestó: “Porque todos tus amigos están en los diarios, pero en las páginas policiales”.
–¿Qué es lo que hace la diferencia en esta causa?
–Que está la firma de Menem. Y es más: aparecen algunos ex ministros diciendo que no hicieron sino suscribir lo que decía el presidente. Aparece la Cancillería dándole el marco político, Defensa aportando la coordinación, el Ejército como actor entregando el material y el Presidente por sobre todo. Lo que no se sabe es si los ministros suscriben una decisión política o suscriben un negociado. Eso es lo que tiene que decidir Urso.
–¿Cuál es su hipótesis respecto del final de todo esto?
–Bien podría ser la Corte. Y ahí los nueve miembros ...
–... se suicidan en masa. Una especie de Waco en el tribunal supremo.
–Y... deberán darle la cara a la sociedad y pensar bien qué le van a decir. A lo mejor dirán que la figura de la asociación ilícita no cabe, pero cabe otra casi tan grave como ésa.
–¿Para usted cabe o no cabe?
–Yo no lo sé. Está discutido. Por ejemplo el jueves, en la Embajada de Italia, escuché a un gran constitucionalista decir que va a ser difícil de probar. Y quien lo planteaba es un hombre del radicalismo y no cercano a De la Rúa: Jorge Reinaldo Vanossi. Comentó que “en este caso es muy difícil de probar el dolo específico”. Y bueno... está bien. Si lo decís vos...

 


 

DOS DOCUMENTOS MADE IN PANAMÁ
Cañones, ¿para qué?

Por S.V.

Dos documentos aportados por Juan Bautista Yofre a la causa por la venta ilegal de armas demuestran que existía en el gobierno argentino cabal noción de la imposibilidad de un pedido panameño de armamento. Se trata de una carta dirigida por el ministro de Relaciones Exteriores Julio Linares al entonces canciller Guido Di Tella y de un informe de inteligencia que describe el estado y las funciones de la Fuerza Pública, el cuerpo policial que, tras la invasión norteamericana, reemplazaba a la disuelta estructura militar.
La nota de Linares a Di Tella lleva como fecha el 25 de julio de 1991, es decir, un mes antes de la firma del primer decreto –número 1697–, firmado el 27 de agosto del mismo año. En ella, el panameño le hace saber a su colega argentino que está en conocimiento del “sentir del Congreso estadounidense de que el presidente de ese país negocie un acuerdo con el Gobierno de Panamá que le permita la presencia permanente de las fuerzas militares de los Estados Unidos” en el territorio, prolongando sine die los acuerdos Torrijos-Carter que ponían como límite diciembre de 1999. Linares le pide asimismo a Di Tella la solidaridad del gobierno de Carlos Menem para disuadir a Washington de esa iniciativa. La comunicación deja en evidencia el marco político que convertía en un despropósito cualquier supuesta solicitud panameña de compra de armamento bélico.
El otro texto es un informe de inteligencia militar que abarcó el estado de situación de la Fuerza Pública entre enero-febrero del ‘90 y enerofebrero del ‘91. El relevamiento estaba firmado con seudónimo por el agregado aeronáutico de la embajada argentina. En diciembre de 1989 y con la excusa de cumplir la orden de captura emanada de jueces de Miami y Tampa, 25 mil hombres de la infantería de marina norteamericana habían invadido Panamá en busca del general Manuel Noriega. Horas antes de la invasión, el dirigente opositor Guillermo Endara legitimó la intervención y, a poco de producida, juró como nuevo presidente dentro de una base norteamericana. La Fuerza de Defensa, el nombre con que se designaba a las Fuerzas Armadas desde la asunción de Omar Torrijos, fue disuelta y creada la Fuerza Pública, cuya función se reducía a la custodia del orden público.
El dossier elaborado por el aviador que se escudó en el seudónimo de “Pantera” precisó que la Fuerza Pública contaba a esas alturas –seis meses antes de la firma del decreto– con 13.000 efectivos mal preparados y cuyo equipamiento se reducía a pistolas y escopetas. Para el control aéreo disponía de diez aviones y cinco helicópteros; para la vigilancia costera, tres lanchas patrulleras y otras de menor porte. Según comentó un funcionario del juzgado federal de Jorge Urso luego de leer el informe: “Venderle cañones y misiles antitanque a ese Panamá era tan grosero como vendérselos a la Guardia Suiza”.

 

PRINCIPAL