Página/12
en Gran Bretaña
Por
Marcelo Justo
Desde Londres
Usted
ataca la idea aceptada por muchos historiadores de que el pueblo alemán
fue víctima pasiva de un régimen dictatorial. ¿Cuánto
sabía la gente de lo que estaba ocurriendo?
Muchas
veces se asume que todas las dictaduras son iguales. Se les aplica el
concepto de Estado policial, pensando que ese Estado aterroriza a todo
el mundo por igual. Con el nazismo también tenemos unas cuantas
ideas estereotipadas. Una imagen clásica es la de una sociedad
totalmente militarizada, sometida a un exhaustivo lavado de cerebro, que
obedecen como robots las consignas gubernamentales. En resumen, la idea
de la pasividad. En mi investigación yo encontré algo diferente.
La relación del nazismo con la sociedad alemana circuló
por dos canales: uno de coerción y otro de consentimiento. En cuanto
al primero, hay que tener en cuenta que el mecanismo del terror de Estado
no fue aplicado masivamente y sin distinción: fue selectivo. En
el primer año de gobierno nazi, en 1933, se aplicó a los
comunistas. Un año más tarde se había extendido a
otros criminales políticos. Para 1936 abarcaba a vagos,
violadores, degenerados sexuales y criminales crónicos, y
a la persecución cada vez más sistemática de judíos.
Esta limpieza era ampliamente reportada en los principales
medios periodísticos del país y fue una razón decisiva
del apoyo que la clase media dio a Hitler. Muchas veces se piensa que
las clases medias respaldaron a Hitler a pesar de sus aspectos represivos.
Yo creo lo contrario. Una de las razones fundamentales de la popularidad
de Hitler fue esa política represiva, que para un vasto sector
de la población alemana era equivalente a la reimposición
de la ley y el orden. El régimen es bien consciente de esto. El
primer campo de concentración, el de Dachau, en 1933, en las afueras
de Munich, es ampliamente publicitado por el gobierno. No como un campo
de exterminio, obviamente, pero sí como un campo modelo de reeducación
para comunistas.
Pero no había una estrategia de intimidación en esta
propaganda. ¿No se le estaba diciendo a la gente: usted puede ser
el próximo?
Hay que distinguir dos cosas: las historias que publicaba la prensa
y cómo eran percibidas por el público. Una de las cosas
que disparó mi investigación fue el material que descubrí
mientras preparaba mi anterior libro sobre la Gestapo y el pueblo alemán.
Había un artículo periodístico en el que se contaba
la historia de una mujer, denunciada anónimamente porque parecía
judía, que fue arrestada, juzgada y deportada a un campo
de concentración. Lo que me impactó de la nota no fue tanto
el virulento racismo del texto sino el tono de normalidad con que estaba
escrita. Era obvio que historias de ese tipo aparecían con frecuencia
en los diarios. Revisando sistemáticamente la prensa de la época,
me encontré que este tipo de información estaba efectivamente
a disposición del público. No sólo el régimen
no escondía lo que hacía, sino que lo daba a conocer porque
buscaba el apoyo activo del pueblo alemán. De modo que la estrategia
de intimidación que usted menciona funcionó en relación
al reducidísimo núcleo de personas que estaban en desacuerdo
con el nazismo. Para ellos, la publicación de esas historias podía
constituir una amenaza. Pero para el resto era una publicitación
de la eficacia del gobierno en ejercer la voluntad de la mayoría
y limpiar a Alemania de indeseables. Nuevamente el ejemplo del campo de
Dachau es emblemático porque coincide con el ascenso al poder nazi
en 1933. En mayo de ese año, el diario local se vanagloriaba de
que Dachau es el lugar más famoso de Alemania y que
su campo de concentración era conocido en el mundo entero.
Sin embargo dos meses antes, en las elecciones de marzo del 33,
Alemania está totalmente dividida. La socialdemocracia, los comunistas
y el partido católico de centro obtienen casi la mitad de los votos
yobligan al nazismo a formar una alianza para conseguir la mayoría.
¿Cómo se explica que ocho meses más tarde, en las
elecciones de noviembre, Hitler consiga un 90 por ciento del apoyo popular,
que obviamente incluía gente que había apoyado a la socialdemocracia
y los comunistas?
Alemania era un país en crisis. La experiencia parlamentaria
que sigue a la primera guerra mundial, la República de Weimar,
era a los ojos de mucha gente un fracaso que había llevado a la
humillación internacional, a una gigantesca crisis económica,
al caos político y la decadencia de las costumbres. A principios
de 1933 había ocho millones de desempleados en Alemania, equivalente
a casi el 40 por ciento de la población. Del 27 al 32
los índices de delincuencia se duplican en muchas ciudades y hay
varias olas de delitos que generan una creciente percepción de
inseguridad ciudadana. Súmele las batallas callejeras diarias entre
nazis y comunistas y los cambios que se estaban operando en las costumbres
y las relaciones entre los sexos, y el resultado era para mucha gente
una sociedad en estado de descomposición. Esto se visualiza muy
claramente en un dato contemporáneo al ascenso del nazismo: en
1932 la tasa de suicidios se cuadruplica. Creo que los alemanes estaban
hastiados del experimento democrático y a partir de la elección
de marzo de 1933 deciden darle una oportunidad al triunfador, Hitler.
Otro elemento muy importante entre las elecciones de marzo y las de noviembre
fue el concordato que Hitler alcanzó con el Vaticano que dejó
en manos del nazismo una importante fuerza política: los cuatro
millones y medio de votos católicos que hasta ahí se habían
inclinado por el partido de Centro. De modo que no es tan sorprendente
que Hitler haya conseguido un apoyo tan abrumador en las elecciones de
noviembre. Si bien se realizaron bajo un sistema de partido único,
lo cierto es que ni la estrategia de votos estropeados que utilizó
lo que quedaba de oposición unos tres millones y medio de
alemanes disimula el claro respaldo que obtuvo Hitler del conjunto
de la sociedad alemana.
De esta inmensa mayoría, ¿cuánta gente realmente
sabía de la represión, de la persecución de judíos
y del Holocausto?
A partir de la guerra se dejó de hablar de los campos de
concentración en Alemania, pero hay que recordar que una buena
parte de la población estaba en el ejército, combatiendo
en otras partes de Europa. Fuera de las fronteras de Alemania, sobre todo
en el este europeo, el Holocausto no tenía nada de secreto. Muchos
alemanes trabajaban diariamente en los campos de concentración.
La cuestión era a veces tan pública que se podían
hacer visitas guiadas a los campos. Pero además creo que muchas
veces se hace demasiado hincapié en los campos de concentración
y se olvida que el Holocausto ocurrió mucho más en las calles,
en el seno de la sociedad, que en lugares supuestamente invisibles. En
Polonia se mataba a plena luz del día, sin ocultamientos. El ejército
alemán, que estuvo metido hasta el cuello en el tema del Holocausto,
ejecutó en una sola jornada a 20 mil judíos en Polonia por
la vaga sospecha de que podía haber comunistas entre ellos. Esto
quiere decir que había testigos alemanes de estos hechos que, cuando
regresaban del frente, comunicaban a familiares y amigos lo que habían
visto. Estos relatos orales eran luego retransmitidos y diseminados por
el resto de la sociedad. Pero insisto con un punto esencial: para saber
del Holocausto bastaba con leer los diarios. En enero de 1939, en un discurso
público, Hitler hace una profecía en la que textualmente
dice lo siguiente: Si los financistas internacionales vuelven a
sumergir a las naciones en una guerra mundial, la raza judía será
aniquilada y eliminada de Europa. Hitler no vuelve a mencionarlo,
pero en septiembre del 41 aparecen posters con el texto de esta
profecía por toda Alemania. En esos días, en un diario de
venta masiva, en primera plana, el ministro de propaganda Josef Goebbels
declara que la profecía de Hitler se está cumpliendo. Esto
podía tener un solo sentido: los judíos estaban siendo exterminados.
En 1942 el mismo Hitler se refiere unas cinco veces a su profecía
y confirma que se está realizando. A todo esto se le da amplia
cobertura. Por supuesto, en ningún momento le dicen a la gente
con todas las letras, estamos cometiendo un genocidio y queremos
que sean parte del mismo. Genocidio es un término negativo
y por lo tanto habría afectado la moral de la población,
que necesitaba creer que estaba luchando una guerra justa. Pero están
tan cerca de decirlo que en realidad sólo hace falta un mínima
deducción intelectual para entender que se está aniquilando
a los judíos.
El sociólogo sudafricano Stanley Cohen señala que
el mecanismo primordial en estas situaciones es la negación, ya
no literal de los hechos mismos sino interpretativa. No se
niega que haya campos de concentración, pero sí su significado,
es decir, el genocidio.
Es cierto. El mecanismo de la negación operaba en los genocidas
mismos. Ellos estaban deliberadamente matando de hambre a los judíos
y al mismo tiempo decían que la cosa más humana para hacer
con ellos era matarlos porque si no iban a sufrir más. Otro ejemplo.
Se comenzaba diciendo que esa gente era inferior, se los mataba de hambre
para que parecieran efectivamente inferiores, y se justificaba entonces
la decisión de eliminarlos porque eran inferiores. Es decir el
mecanismo de la profecía autocumplida. En cuanto a la población
en su conjunto, uno puede asumir que desconocían el uso industrial
de cámaras de gas para la solución final, porque esto no
tuvo difusión pública en la prensa, pero tenían suficientes
fuentes de información para saber lo que estaba ocurriendo. La
sociedad nazi era una sociedad dominada por los medios de difusión
masiva. Los alemanes era lectores voraces de diarios y el mismo régimen,
que hizo todo lo posible para que cada hogar tuviera acceso a la radio,
publicitaba abiertamente su política represiva. La conclusión
es inevitable.
Esa es la tesis central de su libro: la sociedad alemana no podía
ignorar lo que estaba sucediendo. ¿En qué se diferencia
con la posición adoptada por el historiador Daniel Goldhagen, para
quien Hitler no hizo más que liberar el antisemitismo latente de
los alemanes?
Yo creo que el trabajo de Goldhagen fue muy importante por los temas
que planteó. No estoy de acuerdo con el enfoque monocausal que
adopta. Creo que él subestima el papel de Hitler, al decir que
lo único que hizo fue liberar una fuerza que latía en Alemania
desde el siglo XVII. Además identifica al nazismo con un mero antisemitismo
y cree que su popularidad se debe a que persiguió a los judíos.
Esto no es así. En 1933 Alemania era el país menos antisemita
de Europa, con la excepción de Gran Bretaña. Los judíos
de Alemania eran envidiados por los de Europa central y del este, y durante
los años de la República de Weimar tuvieron más oportunidades
sociales, para ejercer como jueces o académicos, que en Estados
Unidos. Esta situación obligó a los nazis a seguir una política
gradual. Las primeras víctimas del nazismo fueron los comunistas
y otros sectores considerados por muchos alemanes como una amenaza al
orden social, como delincuentes, violadores, etc. Sólo gradualmente,
como consecuencia de la progresiva discriminación, y con la radicalización
del régimen que ocurre a raíz de la guerra, los judíos
se convierten en verdaderos parias.
¿Qué se puede aprender de la historia?
Una cosa que no debemos hacer si queremos aprender algo es demonizar
a los alemanes porque al hacerlo estamos simplemente negando el fenómeno,
haciendo racismo al revés, diciendo que sólo podía
pasarle a ellos, por su racismo congénito. En realidad creo que
el nazismo podía sucederle a cualquiera que pasara por circunstancias
similares de desempleo masivo, de violenta inestabilidad política
y de vertiginosos cambios sociales y culturales. Por eso insisto en que
la popularidad del nazismo no se basó en sus dementes políticas
raciales sino en típicos valores de clase mediacomo el orden, la
limpieza, la pulcritud, la obediencia, el amor a la patria. Esos valores
no son diferentes a los que encontramos en las sociedades actuales. Por
ejemplo, durante el nazismo se tipificó a los criminales, de manera
de establecer que si se cometía más de una cantidad de veces
el mismo delito, se encerraba al delincuente de por vida. Este tipo de
medidas de ley y orden concitaron el apoyo de la clase media alemana y
son similares a las que se están proponiendo hoy en día
en Estados Unidos, Gran Bretaña y seguramente Argentina, para combatir
el problema de la inseguridad ciudadana y suscitar el apoyo de amplias
capas de la población. De modo que nunca hay que olvidar que en
realidad la democracia es un estado de cosas muy frágil que hay
que cuidar. El nazismo es una clara advertencia.
¿POR
QUE GELLATELY?
Por M. J.
Una
advertencia del pasado
El nazismo
es el paradigma del mal humano, el corazón de las tinieblas
que acecha a cada sociedad e individuo. Como tal se ha convertido
en un invalorable objeto de estudio y debate para comprender no
sólo lo que pasó alguna vez, sino lo que podría
repetirse en alguna de las complicadas vueltas de la historia. Nuevas
revelaciones sobre los vínculos del nazismo con respetabilísimas
empresas como la IBM o con estados como Suiza emergen con perturbadora
regularidad, revelando el entramado de intereses y complicidades
que culminó en el Holocausto. La reciente biografía
de Hitler del historiador Ian Kershaw arroja nueva luz sobre esa
encarnación demónica que fue el Führer y el papel
que cumplió como artífice y demiurgo de la atroz maquinaria
nazi.
Uno de los puntos más polémicos e inquietante de la
compleja madeja de interrogantes que plantea el nazismo es el papel
que cumplió la sociedad alemana. Sobre todo una pregunta
que resuena con particular ferocidad en los oídos argentinos:
¿supo o no la sociedad que el Holocausto estaba ocurriendo?
Durante mucho tiempo los historiadores asumieron que los alemanes
se habían volcado a Hitler por la crisis económica
que vivían, pero que no sabía nada de la aniquilación
de judíos, gitanos, eslavos, y un largo etcétera.
En un estudio clásico de 1966, el ex director de uno de los
más prestigiosos colleges de Oxford, Lord Dahrendorf,
indicaba que la mayoría de los alemanes no tenía
conocimiento de los crímenes violentos perpetrados por las
autoridades nazis y 20 años más tarde, el prestigioso
historiador alemán Hans-Ulrich Thamer sugería que
los nazis habían seducido y engañado
a una sociedad pasiva o renuente a aceptar su mensaje apocalíptico.
En su magnífico libro, Backing Hitler (Apoyando a Hitler),
el historiador canadiense Robert Gellately, profesor de Historia
del Holocausto en la Universidad de Massachusetts y autor de La
Gestapo y la Sociedad Alemana, demuestra que los alemanes sabían
mucho más de lo que quieren reconocer. Lejos de ignorar la
política represiva nazi, la apoyaron con entusiasmo, como
demuestra la vasta publicidad que tuvo el primer campo de concentración,
el de Dachau, en 1933. Esta tesis puede parecer a primera vista
similar a la que Daniel Goldhagen expuso en su polémico Hitlers
Willing Executioners (Los verdugos voluntarios de Hitler): la sociedad
alemana en su conjunto fue la entusiasta ejecutora del
Holocausto. Sin embargo, Backing Hitler se inclina por una explicación
mucho más inquietante que la del racismo al revés
de Goldhagen, que convierte a los alemanes en perversos congénitos
e irrepetibles. Según Gellately, la sociedad alemana de aquella
época no se diferencia mucho de las sociedades occidentales
del presente. Una crisis económica, la sensación de
caos e inseguridad ciudadana, el desaliento ante el presente y la
desesperación por la falta de futuro pueden desembocar en
turbulentos fenómenos políticos. Ni siquiera la actual
solidez económica de los países desarrollados los
hace inmunes a estos peligros, como demuestra el florecimiento de
movimientos de extrema derecha en Europa. Desde esta perspectiva,
el nazismo es el grito de alerta que nos lanza el pasado desde no
muy lejos.
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