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los fanáticos del neoliberalismo les parece bien que las empresas
hagan planes, pero no que los hagan los gobiernos: en realidad, quien
no planifica es víctima segura de un planificador externo.
Esta argumentación que, a la vez, polemiza con una corriente
de pensamiento y traza un diagnóstico de la Argentina actual
fue formulada por el filósofo argentino Mario Bunge quien, en su
visita al país de la privatización de Aerolíneas,
comentó cómo, en Europa, la ciencia se financia con las
ganancias que proporcionan empresas en propiedad del Estado. En la misma
reunión, el investigador Patricio Garrahan señaló
la falta de capacidad del sistema científico argentino para retener
a los investigadores jóvenes. Y un directivo de la Unión
Industrial Argentina admitió que los empresarios somos la
clase con mayor responsabilidad en esta debacle ya que, desde
la época de la dictadura militar, nos creímos eso de que
achicar el Estado era agrandar la Nación.
Bunge, a los 81 años, es profesor en la Universidad McGill, de
Montreal, Canadá, y participó en el Seminario de Política
Científica y Proyecto Nacional organizado por la Sociedad Científica
Argentina. La receta neoliberal ha fracasado, tanto en escala nacional
como en escala global -sostuvo. Sin embargo, cuando a uno se le
ocurre hablar de proyecto de nación, los fanáticos de la
libre empresa lo acusan de socialista. Les parece bien que los individuos
y las empresas hagan planes, pero no que los hagan los gobiernos. Creen
que las naciones deben ir a la deriva, guiadas por la Providencia o por
la mano invisible del Mercado: dado que tanto una como otra son inescrutables,
esos doctrinarios nos invitan a ponernos en manos de ellos mismos.
Por eso, hay que planificar dijo Mario Bunge: quien
no planifica es una víctima segura de un planificador externo,
que se ha dado en llamar Consenso de Washington. Necesitamos un proyecto
de desarrollo de todos los subsistemas que componen una sociedad: el biológico,
el económico, el político, el social. Un equipo de científicos
de variadas especialidades debe elaborarlo. El epistemólogo
destacó que la ciencia necesita apoyo estatal. En todos los
lugares del mundo donde prosperó, lo hizo bajo protección
de entidades oficiales. En cuanto a la financiación de ese
apoyo, Bunge comentó que en Dinamarca, los fondos para la
investigación básica provienen de la famosa cervecería
estatal Carlsberg, cuyos productos se venden en todo el mundo.
Por su parte, el investigador Patricio Garrahan titular de fisicoquímica
biológica en la UBA, investigador superior del Conicet y director
de la revista Ciencia Hoy señaló que hoy en
día, cuando ya nadie duda de que la ciencia es indispensable para
la prosperidad de un país, en la Argentina no hay una palabra oficial,
una decisión genuina sobre política científica.
Según Garrahan, un problema fundamental es la falta de renovación
del personal en el sistema científico: apenas hay reemplazo vegetativo
de quienes mueren o se jubilan. Garrahan estima que los cambios
de paradigma suelen instalarse por recambio generacional, más bien
que por cambios en los modos de pensar de los científicos, y advirtió
que la edad promedio de nuestra dirigencia científica es
muy elevada.
Garrahan señaló que muchos investigadores jóvenes,
que viajan al exterior para su formación posdoctoral, no vuelven,
porque aquí no consiguen puestos de trabajo. La gran demanda internacional
de científicos afecta a los países que no hacen lo necesario
para retener a los suyos. Según Garrahan, tanto en
la Universidad como en el Conicet, los sistemas de selección y
promoción priorizan lo escalafonario, la antigüedad en el
cargo, y dan poca importancia al mérito y la capacidad de innovación.
Para colmo, los investigadores postergan su jubilación porque
en su primera etapa como ministro, Domingo Cavallo suprimió el
beneficio del 82 por ciento móvil y las remuneraciones son miserables.
En el seminario habló también Juan Muravek, miembro del
Comité Ejecutivo de la UIA y presidente de la Unión Industrial
Patagónica, quien formuló una tardía autocrítica:
Los empresarios argentinos somos la clase con mayor responsabilidad
en esta debacle. Nos creímos eso de que achicar el Estado era agrandar
la Nación, y debemos asumir la responsabilidad, que se remonta
a (José Alfredo) Martínez de Hoz (ex ministro de economía
en la última dictadura militar). Según el dirigente
empresario, en Washington se decidió que aquí prevalezca
la libertad de empresa por sobre la libertad de los individuos y los pueblos.
A nadie se le ocurre, allí o en Europa, destrozar el Estado para
hacer crecer la economía. Eso es una estupidez, y nosotros lo hicimos.
Informe:
Martín De Ambrosio.
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