Por
Julián Gorodischer
Ultimas
noticias del Gran Hermano: Fernando ya está afuera,
quedan sólo dos semanas rumbo a los 200 mil pesos y los sobrevivientes
ya no lloran. Por algún motivo se volvieron ligeros y sarcásticos;
se ríen de Solita y le imitan el estás nominado;
parodian el tema del programa, ese cover de El oso hecho para
emocionar, y hasta hablan ¡de política! Ahora, tal vez para
desmentir aquello de que este seleccionado no razona, los tópicos
refieren a la actualidad. A Fernando, por si fuera poco, lo reciben en
el mundo con una noticia: Menem está preso... pero en una
quinta, aclara Solita. Y el vago responde: Ah,
bueno.
¿Más? Marcelo incrementa sus chances rumbo al podio (lo
votó apenas un cinco por ciento del público para que se
fuera), y el próximo sábado, después del especial
de domingo que anoche decidía dos nuevos nominados, se conocerán
los cuatro últimos finalistas. ¿Más aún? En
la casa se supo no hay solamente cinco rehenes. Siempre, desde
el principio, hubo más, muchos más. Unos tiran la cifra
de 170 personas, exactamente las que trabajan en la producción
del ciclo en continuado. Ahora, de hecho, en la Nasa, el cuartel
central con 28 monitores encendidos, sin luz natural, con gente ensimismada
dedicada a mirar y mirar, sin detenerse, pidiendo un reemplazo si quieren
ir al baño, creyéndose amigos íntimos de gente que
no conocen los participantes que, tal vez, no conocerán nunca,
alguien dice:
Yo vivo mi propio Gran Hermano, me siento como si estuviera
en la casa, así de aislada. Un compañero entró el
otro día, y contó que en la Esso de la esquina venden facturas
ricas. Lo primero que pensé, al escucharlo, fue: ¡Hay un
mundo afuera!
La que habla es Cecilia, catalogadora. Compone una tribu de observadores
con la mirada clavada en un monitor, y recibe directivas por auriculares.
¡In!, le indican los guionistas cada vez que algo importa,
y ella, la mirona más rápida de la zona norte, aprieta el
sagrado botón que inmortaliza las escenas que se verán después.
Clasifica por prioridad, de aire o DirecTV, por tema y circunstancia.
Y, enseguida, el procedimiento se renueva. Cecilia, la eficiente empleada
que una vez capturó la confesión de Gastón Me
acuesto con hombres y mujeres o la decisión de Gustavo
Me voy de la casa, cumple un horario de 23 a 7,
viaja desde Caballito, deja a su hijo de seis años por las noches
y no lo puede ver, porque duerme durante el día. Atesora un sueldo
neto que le queda después de los viáticos y el pago
a una señora de doscientos pesos, y se amolda
al ritmo fabril, a los turnos de operarios que se suceden
en Teleinde, para no dejar nunca solos a los 28 monitores. Yo sueño
con estos chicos, dice, y no se ríe. No es una broma.
Hay, sin embargo, momentos que todos disfrutan. Sucede cuando tienen la
sensación de ser parte de la Historia, cuando asisten en la Nasa
a un pico de tensión del que se hablará después.
El eterno vivo del control, muy similar al esquema de la cama
caliente que rigió en las fábricas del siglo pasado,
donde a las 15 y a las 23 unos parten y llegan otros nuevos a ocupar sus
sillas, a veces, se altera: alguien, en la casa, dice algo muy importante.
Entonces, puede haber corridas, llamados de urgencia a la psicóloga
oficial, al locutor (un chico de 22 años que se llama Sebastián)
para que atemperen ciertos ánimos en el confesionario...
Nos impacta mucho cuando tomamos conciencia de estar frente a la
realidad asume Sergio Vainman, el guionista del programa.
Nos sorprendió, por ejemplo, cuando Gastón declaró
su bisexualidad. Nunca le habíamos preguntado sobre su elección
sexual, y fue una sorpresa que alguien pusiera el cuerpo de esa forma
haciendo una confesión que no suele hacerse en forma pública.
Aquella revelación vespertina se considera, en la Nasa,
como uno de los hitos del Gran Hermano, una de esas horas
en las cuales los guionistas, que se ocupan sin red de decidir qué
se graba y qué se pierde para siempre, se sobrecargaron de adrenalina.
Fue un bombazo, recuerda Ariel Kuch, uno de los responsables
ese día. Fue uno de esos momentos que, trabajando acá,
imponen el vértigo de poder llegar a perder una imagen. Si mi compañero
o yo no pasábamos la confesión al monitor de arriba no se
grababa. Y uno, si lo pierde, no le puede pedir a Gastón que lo
diga de vuelta.
En la Nasa algunos dicen haber extinguido su capacidad de
asombro, como Ariel, indiferente a buenos y villanos, un profesionalizado
que prefiere tomar distancia. Ni siquiera le intriga fijar la mirada ahora,
que Daniela entra al baño, ni un poco después cuando Gastón
hace lo suyo. Ya perdió esa curiosidad por estar enfrente de la
vida íntima las 24 horas. Lo explica: Trato de no mirar cuando
están en el inodoro. No es un lugar dramáticamente interesante.
Otros, más apasionados, piden a gritos un revés favorable
en la historia. Pablo Vainman, otro guionista del equipo, acota comentarios
todo el tiempo, mientras mira las escenas en los monitores. Necesito
que Santiago y Tamara hagan algo dice, sería muy bueno
para el programa. Que concreten. Son dos que nos desconciertan todo el
tiempo.
Para los que trabajan en la Nasa la relación con los ex
es conflictiva. Ha ocurrido que Karina Arrastía, catalogadora,
se cruzara con un expulsado creyéndose una íntima.
Cuando veo en Teleinde a un ex integrante de la casa creo conocerlo
de toda la vida. Ellos no saben que los seguí mientras dormían,
bañándose desnudos, a toda hora. Y pasan de largo,
dice. Es el dilema de los que miran sin dar señales de existencia:
miembros de un seguimiento en las sombras que puede ser frustrante.
Ahora, noticias de último momento del Gran Hermano:
los rehenes, pero no los de la casa, sienten cerca el día D, el
del final, y se alegran: será un respiro de aire fresco, el fin
de la Nasa, aunque uno provisorio que se reanudará poquísimo
tiempo después, cuando se largue la segunda parte de esta saga.
Entonces volverán los turnos rotativos, los tubos fluorescentes,
la transmisión en continuado, la vista fija en las pantallas, el
terror a perderse el segundo importante, una nueva trama con
más besos y más complots. ¿Alguien quiere seguir
con esto?
|