Por
Javier Aguirre
Si
bien últimamente se esforzaron por autoproclamarse psicópatas
itinerantes, los integrantes de Bersuit Vergarabat dejaron claro,
en su nueva incursión en Obras, que su show tiene proporciones
abundantes de cordura política y de arraigo con su país
y su época. El resultado fue como una noche de parranda con viejos
amigos: divertida, pero al mismo tiempo dramática y sensible.
El tiempo
no para: ya pasaron nueve años de su oscuro debut en Obras y su
archienemigo público (el ex presidente Menem) está preso.
Aquella banda de espíritus torvos que supo ufanarse de sus excesos
es hoy uno de los exponentes más contundentes y a la vez
delicados del rock latino. Y que, además, tiene ahora una
probada convocatoria en sus shows porteños, pero también
kilómetros recorridos en América Latina, Estados Unidos
y España.
La banda anunció que el recital sería grabado para un futuro
álbum en vivo, y es acertado pensar que ese disco resultará
rico y variado, ya que los shows de este fin de semana supieron equilibrar
el irresistible espíritu festivo de canciones como Yo tomo,
La del toro o La bolsa con momentos de distendida
belleza como Desconexión sideral (etérea, tribal)
o el muy acertado bloque acústico. Fue justamente en ese tramo
unplugged donde la banda mostró mejor su versatilidad, su humor
y su sensibilidad. Empezó con un mano a mano de Cordera y el guitarrista
Céspedes con puesta en escena de bar (mesita, sillas, bandeja y
mozo incluidos) pero terminó como una verdadera peña cálida
y divertida, con varias guitarras, varios cantantes y un acordeón.
Ese tramo agrupó a tres de las mejores canciones de la noche; El
pacto, Grasún y Mi caramelo, que
tal vez sea la versión del palo del clásico beatle When
Im sixty four.
Como era de esperar, la velada Bersuit no olvidó a Menem. Primero
recibió el recuerdo de Como nada puedo hacer (cuyo
estribillo reza Como nada puedo hacer, puteo/ hijos de puta, hijos
de puta) y después una tácita dedicatoria, a la hora
del célebre Señor Cobranza tema original
del grupo Las Manos de Filippi, de infinito repudio a políticos
y funcionarios, que conmovió con las miles de voces del público
que rapearon sin errores ni vacilaciones, pero con mucha furia y asco.
Lo más parecido a un piquete musical, lo más parecido al
compromiso en un recital de rock. La introducción de Cordera ya
había sido elocuente: Se llevaron la comida y la ilusión,
dejaron un país desesperanzado con gente que quiere irse. Lo único
que queda son los corazones de los que no se callan.
El final volvió a ser festivo, con el uruguayismo de Negra
murguera, el ska de Vamos no llegamos y los revuelos
sexies de La petisita culona (Levanten la mano todos
los que se masturban, llamó Cordera a una especie de censo)
y de Hociquito de ratón, con dos chicas del público
que subieron al escenario para bailar sin remera ni corpiño. Bersuit,
al cabo, logró un nuevo copamientode Obras con sus armas de siempre:
la crítica rabiosa del rock, la algarabía oscura de la murga,
el festejo inconsciente de la cumbia y el aplomo de los que prefieren
sacar pecho a meter panza.
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