Por
Hilda Cabrera
Tres
grandes actrices, una de ellas ahora en el papel de directora, se atreven
a recrear en escena temas esenciales, cuyo disparador es el cerco, la
sublevación y la masacre del gueto de Varsovia. Conducidas por
Leonor Manso, Juana Hidalgo e Ingrid Pelicori son las protagonistas de
una historia de usurpación de identidad en Cianuro a la hora del
té, pieza del dramaturgo, director y novelista checo Pavel Kohout
(nacido en Praga en 1928) que acaba de estrenarse en la Sala Cunill Cabanellas
del TGSM, con escenografía e iluminación de Héctor
Calmet y vestuario de Renata Schussheim.
La obra posee la estructura del policial y pretende ir más allá
del tema de la usurpación, que aquí se da sobre el personaje
de Irene (Pelicori), de modo que el espectador deberá armar su
propio rompecabezas. El autor de Las noches de setiembre, de 1955 (sobre
los conflictos internos del ejército checo), y de, entre otras,
Me llamaban camarada, de 1961, retirada entonces de la cartelera de su
país debido a su crítica del héroe positivo, eligió
una manera de contar esta historia del gueto que para nosotros tiene una
enorme resonancia, puntualiza Manso, quien, al igual que Pelicori,
participa de un ciclo que hace hincapié precisamente en la usurpación:
Teatro X la identidad, impulsado por Abuelas de Plaza de Mayo. Entrevistadas
por Página/12, estas artistas destacan el valor de reflexionar
sobre las consecuencias de las violaciones a los derechos humanos. La
obra transcurre en Praga y se habla de Varsovia, pero también de
cómo hechos como ése nos han marcado para siempre,
sostiene Manso.
I. P.: Mi personaje está muy marcado, es el de Irene, que
nació en el gueto de Varsovia y recupera su identidad cuarenta
años más tarde.
L. M.: Cuando se encuentra con Sofía, una sobreviviente,
amiga de sus padres.
J. H.: Que es mi personaje. Hace tiempo que no trabajaba, y meterme
en este proyecto fue muy fuerte para mí.
¿Desarrollan alguna estrategia para que estos temas, tan
contundentes, no las superen?
I. P.: No sabría decir si lo que nos está pasando
tiene una relación directa, pero empezamos a tener antojos de comer
cosas ricas.
L. M.: Yo sí creo que tiene relación, porque en los
ghettos la gente se moría de hambre. Hemos leído y visto
sobre los estragos y el dolor que produce el hambre, pero no es una experiencia
por la que hayamos pasado. Creo que sí, que es una reacción.
J. H.: Durante los ensayos, Leonor nos traía distintos materiales
relacionados con el ghetto y nosotras, indefectiblemente, antes de empezar
comíamos algo, aunque fuera poco, pero necesitábamos ese
pequeño placer, un pedacito de torta de ricota, por ejemplo.
¿Cuáles eran esos materiales disparadores?
L. M.: Textos alusivos, pero también vino a vernos gente
que nos contó su experiencia. Una hija de desaparecidos nos habló
de su reencuentro con su hermano. Sobre todo a Ingrid le contó
ciertas cosas. Leímos algunos libros y vimos documentales y videos,
como el de la película Shoah.
I. P.: Creo que hay que aclarar que la obra no está situada
en ese momento, sino en la actualidad. Que la intención es mostrar
las huellas que dejan esas masacres, así como las que dejaron en
nosotros los asesinatos de la dictadura. Es muy difícil elaborar
tanto horror, pero teníamos que hacerlo. Ese material que traía
Leonor fue conformando la base que nos permitió construir nuestros
propios personajes.
La necesidad de hacerlos creíbles...
L. M.: Y de que pudieran encontrarse, porque el personaje que las
une y convoca es una voz. Es la madre de Irene, que muere en el levantamiento
del gueto y fue amiga de Sofía. Creí necesario que ella
estuviera presenteen la obra, llamada por su hija Irene. La obra comienza
y finaliza con esa voz, porque esa pérdida y ese dolor son irreparables.
Por eso, pienso que es necesario mantenerse alertas a lo que nos pasa
como individuos y como sociedad. El horror que puede llegar a producir
el ser humano es imposible de sobrellevar a solas. Uno siente que no puede
hacerse cargo de tanto dolor y, a veces, tiene la tentación de
olvidar.
¿Trabajaron en alguna otra obra de Pavel Kohout?
I. P.: Acá no se hicieron obras de Kohout, aunque es un autor
muy importante. Pertenece a la generación de Milan Kundera. Nosotras
creíamos que era judío, por el tema de esta obra, y de otras
que escribió, pero no. Es un luchador por los derechos humanos.
Tuvo que exiliarse después de la invasión soviética
(en 1968) por participar del movimiento disidente y firmar la Carta 77,
que firmó, entre otros, Vaçlav Havel. Cuando pudo volver
a Praga fue asesor de Havel (también dramaturgo, preso entre 1979
y 1982, y, en 1990, elegido presidente de la República de Checoslovaquia).
Ahora vive entre Praga y Viena (donde montó importantes obras en
el Burgtheater), y sabemos que Cianuro fue presentada en Praga, Belgrado
y Londres (como teatro leído). El estreno en el San Martín
fue un proyecto del director Kive Staiff. El armó el elenco.
De alguna manera, ustedes son parte de la historia de este teatro...
I. P.: Mi primer trabajo aquí fue en 1980.
J. H.: Esos eran años difíciles para el país...
Yo estaba de antes. Comencé en el elenco, en 1976. Entonces pensábamos
que el San Martín podía ser un lugar de refugio del arte,
y creo que lo fue. En este teatro se hicieron los más grandes autores,
y no fuimos complacientes con la dictadura. Esto ha sido reconocido acá
y fuera del país. Lo escuché decir muchas veces en España,
cuando estuve allí.
L. M.: A mí me habían convocado en el 76, pero
no participé. De esa época, recuerdo qué me pasaba
a mí viendo las obras. Recuerdo a Alfredo Alcón interpretando
Hamlet, diciendo hay algo podrido aquí, y me hacía
bien escucharlo.
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