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LOMBARDO A LA JUSTICIA POR EL MAL DE LOS RASTROJOS
La vacuna que nadie fabrica

Un tribunal citó al ministro de Salud para que explique por qué no se produce la vacuna contra la fiebre hemorrágica. El laboratorio que lo puede hacer no tiene insumos ni personal.

Por Pedro Lipcovich

El ministro de Salud, Héctor Lombardo, deberá comparecer mañana ante la Justicia para explicar por qué su cartera no cumple en producir la vacuna contra el mal de los rastrojos. El fármaco fue desarrollado por investigadores argentinos hace más de 20 años, pero, por trabas presupuestarias y burocráticas, nunca se terminó de poner a punto la planta para su elaboración masiva. La fabricaba un solo laboratorio, en Estados Unidos, que dejó de producirla en 1996. Ahora sólo restan 60.000 dosis, para una población en riesgo de 5 millones de personas en las provincias de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe. En realidad, el laboratorio que debe elaborarla, en Pergamino, está instalado desde hace un año, pero no puede ponerse en marcha por falta de insumos y personal. El año pasado la enfermedad mató a 18 personas; en lo que va del año, a tres.
La Sala 4 de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Contencioso Administrativo Federal –integrada por María del Carmen Jeanneret, Alejandro Uslenghi y Guillermo Galli– citó para mañana a las 11 a Lombardo para que aclare en qué etapa está el cronograma de producción de la vacuna. En 1998, estos jueces habían hecho lugar a un recurso de amparo que, con el auspicio del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), había presentado la ciudadana Mariela Viceconte, residente en Azul, zona endémica del mal de los rastrojos. La Cámara designó para seguimiento y control del cronograma al defensor del Pueblo de la Nación, Eduardo Mondino, quien hace dos semanas advirtió que “el proceso está sensiblemente demorado”, lo cual “puede poner al país ante la falta total de vacuna para la población”.
El lugar previsto para la producción de la vacuna es el Instituto Nacional de Enfermedades Virales Humanas Julio Maiztegui de Pergamino, provincia de Buenos Aires. Desde mediados del año pasado está terminada la planta para la elaboración del fármaco, pero su puesta en funcionamiento está trabada. Fuentes vinculadas con el Instituto Maiztegui vincularon la demora con una excesiva centralización burocrática: “Todas las compras de insumos se hacen en Buenos Aires y están a cargo de gente que no siempre entiende de qué se trata: entonces, por ejemplo, aceptan un precinto de aluminio que es tres milímetros demasiado corto y, cuando el precinto llega a Pergamino, resulta que no sirve, y ya está comprado”. El otro factor faltante es la designación de nueve técnicos, cada uno de los cuales cobraría un sueldo bruto de 700 pesos. Con insumos y personal, la planta de Pergamino estaría en condiciones de producir 1.800.000 dosis anuales.
La vacuna contra la fiebre hemorrágica argentina (“mal de los rastrojos”) fue desarrollada en la década del 60 por el Instituto Malbrán y la Facultad de Medicina de la UBA. En 1988, un estudio supervisado por científicos de la Universidad John Hopkins, de Estados Unidos, constató su eficacia sobre 7500 voluntarios de 41 localidades del sur de la provincia de Santa Fe. Desde 1990, no habiendo una planta que permitiera su producción masiva en la Argentina, se elaboró en Estados Unidos, en el Instituto Jonas Salk, que llegó a entregar 320.000 dosis pero, en 1996, cesó su producción.
Sucede que la vacuna contra el mal de los rastrojos es de las denominadas “huérfanas”, ya que sus destinatarios, en números internacionales, son escasos para que a los grandes laboratorios les interese producirla: sólo el Estado puede hacerse cargo.
El área endémica de la enfermedad, en zonas rurales de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba, comprende 5 millones de personas que deberían ser vacunadas. Hoy por hoy restan sólo 60.000 dosis de las elaboradas en Estados Unidos, y se aplican sólo en los lugares epidemiológicamente “calientes”, donde se han producido casos recientes de la enfermedad. La fiebre hemorrágica argentina es causada por el virus Junín, cuyo huésped habitual son roedores de campo, que lo expulsan con sus deyecciones; el virus penetra en el organismo humano por la piel, la boca, la nariz o los ojos. Hasta que empezó a aplicarse la vacuna, se registraban hasta 3000 casos anuales, con un 30 por ciento de mortalidad. Aun en forma limitada, la aplicación de la vacuna permitió reducir la cantidad de casos a 150 por año; en 2000, hubo 139, con 18 muertes. En lo que va de este año se registraron tres muertes por el mal de los rastrojos, cuya zona endémica se ha extendido a la periferia de Rosario.

 

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