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EL ENVIO ARGENTINO A LA 49ª BIENAL DE VENECIA
En el lugar de los intercambios

La obra de Erlich y Sacco cayó muy bien en Venecia. Se exhibe en el Correo Central, un lugar neurálgico, ubicado sobre el Gran Canal, al pie del estratégico puente Rialto.

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en Italia

Por Fabián Lebenglik
Desde Venecia

Desde su fundación en 1895, la Bienal de Venecia pasó por varias estructuras expositivas. Hasta 1907 funcionó en un único y gigantesco pabellón, en los jardines públicos de la ciudad –Giardini di Castello–, como una muestra bianual que reunía en un mismo espacio a distintos artistas internacionales.
Después de 1907 se fue afianzando un criterio nacionalista con la consiguiente estructura de pabellones nacionales, para mostrar el arte “representativo” y contemporáneo de cada uno de los países participantes. Así, la gran construcción central original pasó a ser el pabellón de Italia mientras comenzaban a construirse pequeños edificios –primero Bélgica y Hungría, luego Alemania, Gran Bretaña, Francia, Suiza, Rusia, etc.– que desde su arquitectura intentaban condensar una estética nacional.
Esos edificios fueron en su mayoría modificados, ampliados, reciclados y, en algunos casos, de acuerdo con las distintas alternativas –como la disolución, anexión o integración regional de países– fueron cambiando de manos.
La Argentina, que participó de la Bienal de Venecia muy pocas veces hasta mediados del siglo veinte, comenzó a mostrar una participación activa recién a partir de 1950. Llegó a contar con un pabellón alquilado que se perdió por falta de pago durante la última dictadura.
La conveniencia de participar resulta evidente: no sólo por el lugar privilegiado que esta bienal tiene sobre el mundo del arte, sino también porque durante cada edición se acreditan más de 3000 periodistas de todo el mundo que informan en extenso sobre las muestras, por todos los medios. Además se estima en más de 200.000 los visitantes de todas partes que asisten a las muestras durante los cinco meses de duración de la Bienal.
Por estos días, los diarios locales afirman que la nueva edición de la Bienal está batiendo récords de público y se espera que desde el punto de vista de la asistencia, sea la más exitosa de todas las bienales.
Hace ocho años, el curador de la edición de 1993, Achille Bonito Oliva, decidió quebrar la estructura por países a causa de la matanza que se estaba produciendo en la ex Yugoslavia. Cada pabellón nacional fue ocupado por envíos de distinta procedencia y el criterio de distribución de espacios no se basó en el origen territorial. Mientras a pocos kilómetros de Venecia se estaba aniquilando poblaciones y etnias completas con justificaciones nacionalistas, hubiera sido un gesto cómplice continuar con los nacionalismos en una muestra de arte.
Aquella estructura de la edición de 1993 se conservó en parte en las bienales siguientes, al punto que la actual organización se divide básicamente en dos ejes: un eje es el curado por Harald Szeeman –el Pabellón italiano y la zona que comienza en el Arsenal, con artistas de los cinco continentes– y el otro es trazado por los envíos nacionales, a cargo de las distintas cancillerías. Se trata de una estructura mixta que mantiene parte de la estructura nacionalista y parte de la estructura que surgió con el gesto de Bonito Oliva (y que a su vez recuperaba el criterio de 1895). Ambos ejes deben responder a la convocatoria general: “Plateau de la humanidad”. Una plataforma (o platea, planicie, escenario, plataforma, base, etc.) donde se puede ver qué lugar ocupa el Hombre en el mundo en este momento, en sentido social y político.
Desde que la Argentina perdió su lugar en los Giardini ha participado de diferentes maneras: en Instituto Italolatinoamericano –que independientemente de los envíos argentinos, en términos generales era una sección bastante pobre en calidad– o en algún caso reciente en un pabellón de construcción precaria y transitoria en los jardines. La nueva jugada de la Dirección de Asuntos Culturales de la Cancillería Argentina, por iniciativa de la embajadora Teresa Anchorena, es la participación en un edificio emblemático de la ciudad, que si bien está fuera del circuito central de la Bienal, se trata de un lugar de enorme afluencia de público porque allí funciona el Correo Central de Venecia. El edificio Fondaco dei Tedeschi se construyó hace cinco siglos y por allí circulaban inicialmente los mercaderes y artesanos alemanes. Desde 1870 el Fondaco es la sede principal de correos de esta ciudad. Y su ubicación es también estratégica: está al pie del puente Rialto, sobre el Gran Canal, un punto neurálgico de la ciudad, donde, a lo largo del día, la gente hormiguea de a miles.

Ojos: Graciela Sacco colocó pares de ojos de �extranjeros� por toda la ciudad de Venecia. Sobre muros, columnas, puentes, escaleras, pasajes...

Uno de los debates permanentes de la Bienal de Venecia es si el turismo ayuda al desarrollo de la gran muestra de arte contemporáneo o si, al revés, conspira contra ella. La propuesta y el nivel de la Bienal están muy lejos del espíritu turístico, pero el turismo es un dato ineludible e inherente a la ciudad, para nada despreciable en su poder comunicador.
La estrategia político administrativa de las autoridades de la comuna de Venecia es capitalizar turísticamente la realización de la Bienal así como la del Festival de Cine. Y en este sentido, ante la imposibilidad de alquilar un pabellón o la negativa veneciana de construir otro nuevo en los Giardini, la decisión de la Cancillería es acertada porque capitaliza no sólo a los especialistas –que recorren todos los envíos– sino también al turismo, que puede acceder gratuitamente al Fondaco, y no al resto de los envíos nacionales, donde debe pagar para ver lo que se expone. Con los datos a la vista, la decisión de montar el envío nacional en el correo logra captar nuevos públicos y repercusión para el arte argentino. Esto se constata en general, ya que el envío cayó muy bien en Venecia.
Anchorena estuvo sondeando la posibilidad de comprar un Palazzo del siglo XVII, cerca de la estación ferroviaria, que cuesta menos de dos millones de pesos. La idea de la funcionaria es que el edificio se sostenga de manera autónoma. Serviría como pabellón argentino, para intercambio de artistas y residencia de visitantes. Desde el puente Rialto es claramente visible el correo, del que cuelgan dos enormes carteles de tela en los que se lee “Argentina” y se ofrece datos sumarios de la muestra.
La propia función del correo que, por definición, propicia el intercambio cosmopolita dentro de una ciudad secularmente cosmopolita, garantiza una gran circulación de usuarios, turistas y curiosos.
Aquí trabajaron durante casi un mes y medio Leandro Erlich y Graciela Sacco, seleccionados por la curadora Irma Arestizábal. Y allí seguirá exhibida su obra, hasta el 4 de noviembre.
Erlich montó la instalación “La pileta” en el patio cubierto central del edifico. La obra remite inmediatamente a agua y a Venecia, pero esa relación está mediada y resulta engañosa, al estilo de Erlich: el puro artificio de un trompe l’oeil contemporáneo. La pileta es una gran caja montada en el patio que, que simula ser el interior de una pileta de natación a la que el público tiene libre acceso. En realidad sólo se trata de uno centímetros de agua que cubren la totalidad de la superficie. El agua se mueve gracias a un dispositivo y logra el efecto de profundidad. Desde las plantas superiores del edificio es posible ver a los visitantes que entran y salen en la pileta, pero la sensación es que están sumergidos. La obra de Erlich es una construcción destinada a cuestionar la relación rutinaria y automática que suponen las situaciones cotidianas. Por su parte, Graciela Sacco utiliza el edificio del Fondaco dei Tedeschi como punto de partida para su intervención urbana “Entre nosotros”. La artista traspone pares de ojos sobre acrílico y los dispone por todo el edificio. Los ojos “extranjeros” utilizados para su obra por Graciela Sacco –ojos no europeos en el marco de una crisis xenófoba europea–miran, interpelan, sorprenden o interrogan a los paseantes por toda la ciudad de Venecia: en los canales, escaleras, muros, columnas, aberturas, pasajes, túneles, plazas... toda la geografía veneciana, ideal para el flaneur, forma parte del escenario de la obra. La gente fotografía o se roba esos pares de ojos como un souvenir –que la artista repone–.
El envío cuenta con un muy buen catálogo, y dentro del edificio de correos, en el mismo patio cubierto, hay acceso por computadora a un site con información e imágenes adicionales. En el patio central se percibe la sorpresa y la curiosidad del público, mientras circula o se dirige a estampillar sus cartas. Hay colas en las ventanillas postales y también en la entrada de la pileta, para sumergirse en el arte contemporáneo. Los ojos de Sacco se ven después, cuando se afina la mirada y se recorre el espacio.
Todo el operativo argentino costó $160.000 provenientes en gran medida de la Cancillería. También aportó recursos el Fondo Nacional de las Artes y hubo ayuda de empresas privadas.

Pileta: Leandro Erlich montó una falsa pileta de natación en el Correo Central veneciano. El público la recorre y parece estar sumergido.

 

 

 

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