Por Julián
Gorodischer
Marcelo Tinelli pregunta: Y
con el país...¿qué pasa?. Y se responde: Nos
salvamos, en medio de risas. Ha comenzado Gran Cuñado,
una parodia del Gran Hermano en que doce imitadores representan
a políticos que estarán obligados a convivir por tres meses.
Como en el verdadero reality show aquí también la gente
votará los expulsados, en un boca de urna apresurado que podría
inquietar a más de un aspirante a candidato. Ya pudo verse (el
lunes a las 21, dentro del espacio de El show de Videomatch)
una entrada a la casa tan triunfal y superproducida como la que precedió
al inicio del otro encierro.
La Argentina según cuenta esta historia ha sido barrida
de María Julia, Erman González, Emir Yoma, Carlos Menem,
Cecilia Bolocco, puestos como rehenes de una casa con jardín y
pileta que no queda en Don Torcuato, pero se le parece. Aquí, como
en la que recluye a Carlos Menem, hay que respetar una veda que no es
del todo incómoda, y sobrevuela la mención constante a las
distintas causas judiciales que afectan a los participantes. El sketch
(aunque con categoría de programa, con avances propios y elenco
estable) es desmedido, casi violento en el trazo de las caricaturas. Fernando
De la Rúa, sin duda el mejor diseñado de los rehenes, aparece
brutalmente afectado por su enfermedad, casi amnésico, golpeando
contra las puertas y caminando sin rumbo. A Emir Yoma, Erman González
y María Julia, otros de los seleccionados por el casting, se los
traza como delincuentes que asumen a la casa como un amparo frente a otra
reclusión forzada.
También el perfil de Chacho Alvarez o Elisa Carrió es implacable.
A ella se la muestra agresiva y mística tras una enorme cruz; a
él, a punto de un escape todo el tiempo. La apuesta, por lo visto,
es recargar de otros sentidos al Gran Hermano, y construir
un efecto paródico por partida doble: a la actualidad política
y a la nueva fórmula gastada de la TV. Si la casa de Martínez
es el territorio del individuo autorreferencial, que habla de sí
mismo todo el día, que no concibe un mundo exterior y compite por
mantener ese aislamiento, la nueva casa replica con el ingreso de la política.
Gran Cuñado responde a Gran Hermano en
una de sus lecturas, cuando otorga a la casa algo más que el mero
seguimiento de 24 horas, y construye un reality game show menos banal
que habilita, el comentario de Tinelli: si la dirigencia está encerrada,
¡nos salvamos!.
El productor más prolífico de la TV del 2001 reafirma, esta
vez, su sorpresivo giro al humor político, y pone en la pantalla
un editorial inquietante. Es el país que se quedó sin referentes.
Todos ellos, además de retirarse de la arena y recluirse, están
manchados por causas judiciales, incapacidad para gobernar o afán
por figurar. Aunque aligerado por el trazo grueso y por el pasado (y parte
del presente) pum para arriba de El show de Videomatch y
su inevitable efecto aquí no habría que tomarse nada en
serio, Gran Cuñado es un cruce de géneros
que podría perturbar a más de un candidato con pretensiones
a corto plazo: ¿acaso no es la votación para expulsar a
los políticos una apresurada encuesta de opinión pública?
Una nueva forma de televoto, con sus premios y castigos, se pone en marcha.
De aquí en más, la eficacia del sketch, que se emitirá
todos los lunes y jueves por tres meses, dependerá de la mejora
en las caracterizaciones. La del presidente es impecable, y delata una
observación minuciosa de tics, manías, defectos y rasgos
que se le atribuyen (aburrido, moroso, olvidadizo, torpe.) Otras, en cambio,
son estereotipos demasiado vistos, de fisonomía discutible (María
Julia, Erman González) o de encasillamiento en una sola variable
saturada (las huidas de Chacho, la sonrisa de Ruckauf). A ninguno beneficia
demasiado la irrupción del gag o del chiste fácil (de los
que aparecen mucho), y crecen, en cambio, cuando se hace presente una
cierta espontaneidad. No son los remates de Carrió o de Ruckauf
los que enriquecen a Gran Cuñado, sino sus pinceladas
realistas, cuando el trazo de las caricaturas se vuelve sutil, y parecería
posible verlos a ellos, políticos verdaderos, a punto de entrar
a la casa, y después adentro, como cualquier nominado del Gran
Hermano, tan televisivos y tan fugaces.
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