Por S. F.
El catalán Toni Puig
Picart disfruta de la provocación que generan sus definiciones:
Si fuera más joven sería okupa, sostiene el
asesor en Comunicación del Ayuntamiento de Barcelona, autor de
Animación sociocultural e integración territorial y Ciudad
y cultura en el siglo XXI, publicados en la Argentina por ediciones Ciccus.
Creador de la mítica revista española Ajoblanco, Picart
dicta hoy en el Centro Cultural Rojas el seminario Ultimas tendencias
en la gestión de las organizaciones culturales, en el marco
de los 180 años de la Universidad de Buenos Aires.
Hay un banco en una plaza, que tiene las puertas abiertas para extraer
dinero del cajero. Un grupo de jóvenes catalanes montan exposiciones
en el vestíbulo del banco, con fotografías, cartelitos,
cuadros. Afuera invitan a los ciudadanos a debatir, se sientan en el suelo
o bajan sillas de la casa que tienen okupada. La mayoría de estos
okupas son hijos de mis amigos lo cual me encanta aunque sus
padres, ex militantes del mayo del 68, ahora con cargos en la política,
no puedan más. Estos muchachos aprovechan el espacio, sin dañarlo,
como un centro de reunión. Los okupas serán los líderes
ciudadanos, políticos y empresariales en 10 o 15 años. Tienen
otra mentalidad, se están formando, comprenden y trabajan. Por
favor, que no les den ninguna subvención y que ningún político
los capitanee, afirma en la entrevista con Página/12.
¿Cómo influye la reducción de los presupuestos
en la cultura de las ciudades?
Los que se quejan porque no tienen plata deberían dejar la
gestión cultural. El tema clave es generar ideas buenas que interesen
a los ciudadanos, ofrecer experiencias importantes para sus vidas. Hay
un enfoque erróneo que considera que la programación cultural
pública debería ser tan rentable como una empresa. Es falso
y delictivo. El problema de la mayoría de los ciudadanos es la
soledad ante la vida. Muchos les piden a los políticos y funcionarios
de la administración que les faciliten un sentido para la vida.
Sólo la cultura ofrece ese sentido.
¿Cómo fue su experiencia de trabajo en Barcelona?
En el 73, con un amigo mío, José Ribas, pensamos
que Barcelona necesitaba una revista que mostrara la vida cotidiana, lo
alternativo, las sexualidades, temas que no se hablaban en las otras revistas
del país porque eran comunistas o franquistas. Representábamos
a quienes les interesaban el arte, la poesía, la cultura. Teníamos
una buena idea que fue crear la revista Ajoblanco. Algunas amigas nuestras
nos dieron nombres de maridos que se querían separar y que necesitaban
nuevas oportunidades de distracción. Uno de estos señores
puso las 250 mil primeras pesetas. Hace 5 años el ayuntamiento
me propuso trabajar con las 3.500 asociaciones culturales y sociales que
hay en la ciudad. Lo que hice fue buscar un local, un equipo de gente
y plata para hacer un proyecto que a las asociaciones les encantaba. Hay
que ser emprendedor.
Sin embargo, se espera que el Estado se haga cargo de la cultura...
Hay dos problemas. El primero es la mentalidad burocrática
de los gestores culturales que creen que tener un presupuesto es repartirlo.
Esto no es gestionar la cultura sino administrar el dinero. El segundo
es que muchos políticos están fuera de foco. Piensan que
el dinero de la cultura es para fiestas, para el autobombo. La cultura
sirve para generar sentido y cohesión entre los ciudadanos de Buenos
Aires y Argentina, para tener ciudadanos creativos, que sepan buscar oportunidades
para mejorar su calidad de vida. Un buen gestor cultural debe lograr que
cualquier ciudadano de Buenos Aires vaya 4 veces al año al San
Martín, que todos los universitarios de Buenos Aires pasen 10 veces
al año por el Rojas. Una delas cuestiones clave es que hemos confundido
la cultura con la diversión. Nos hemos quedado con lo espectacular.
¿Por qué?
Muchos políticos optaron por lo más fácil:
grandes eventos para salir en los medios de comunicación. Los políticos
quieren salir en las fotos.
¿Qué sucede con la globalización en términos
culturales?
Si fuera más joven sería okupa o viajaría por
el mundo con el movimiento antiglobalización porque está
a favor de la ciudadanía. No necesitamos el sentido de las grandes
marcas para encontrar algo en la vida. Estoy con el movimiento antiglobalización,
son la gente que me ilusiona porque quiere otro mundo y es posible. Me
horroriza la globalización económica, que las empresas estén
donde se pueda explotar a la población. Me preocupa que el único
lugar interesante sea el supermercado. Debemos repensar en qué
mundo vivimos y estos muchachos lo están haciendo.
Los ghettos de la
cultura
¿Cómo se incluye la inmigración en
la cultura de la ciudad?
La gestión cultural sirve para fabricar
ciudadanía, para que los ciudadanos sean más libres,
creativos y solidarios. Esto no se da en un supermercado. En los
centros culturales trabajamos para ciudadanos, no para clientes.
El problema actual de Barcelona es la inmigración magrebí.
Los musulmanes vienen con un sentido de la vida muy distinto del
nuestro, como por ejemplo, que la mujer debe estar en la casa y
no tiene libertad. Debemos dialogar, trabajar conjuntamente. Un
camino posible es que mujeres musulmanas hagan teatro con personas
y jóvenes que están en Barcelona de toda la vida o
montar grupos de rock o hip hop con africanos y catalanes. Es importante
compartir sentimientos más allá de la nacionalidad.
El gran reto es cómo construimos la Barcelona o la Buenos
Aires común desde todas las inmigraciones.
¿Cómo están trabajando este aspecto en
Barcelona?
Mal. Es una ciudad demasiado cómoda para vivir y cuando
viene una inundación hay problemas. No queremos el modelo
americano de los ghettos. Queremos una ciudad compartida, que cualquier
persona que venga a Barcelona sea ciudadano de Barcelona. ¿Qué
sentido tiene vivir en esta ciudad? Es necesario que la gente se
conozca, que los hijos de los inmigrantes y los jóvenes catalanes
puedan hablar. Mi interés está puesto en los jóvenes
porque cambiar a la gente de mi edad es más difícil.
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