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ESTRENOS DE LA SEMANA
“GOYA, LUCES Y SOMBRAS DE UN GENIO”, DE CARLOS SAURA
Luces y sombras de un film

Una impecable caracterización del gran Paco Rabal engalana un film lleno de luces y sombras, como su título. Saura recarga la pantalla de imágenes, en una obvia referencia al mundo de uno de los grandes de la historia del arte.

José Coronado es Goya en su mediana edad, en un film-homenaje.

Por Horacio Bernades

En la secuencia de títulos de Goya en Burdeos (aquí rebautizada Goya, luces y sombras de un genio) las vísceras de una res se convierten, mediante el proceso de truca conocido como morphing, en el rostro del pintor. Símbolo, efecto o efectismo, resulta imposible discernirlo a esa altura, ya que la película apenas está comenzando y resulta imposible integrar el encadenado a algún sistema de sentido. Al final de la película, esa imagen habrá quedado tan sola como al comienzo, posible emblema de lo que ocurre con el film en su conjunto. El Goya de Carlos Saura, uno de los proyectos más ambiciosos de su vasta obra, termina pareciéndose demasiado al acto de hojear un lujosísimo libro–objeto, esos cuya principal utilidad es adornar mesitas ratonas.
Autor del guión, Saura decide no narrar linealmente la biografía de don Francisco de Goya y Lucientes (1746–1828), haciéndolo en cambio mediante una sucesión de raccontos que siguen los caprichos de la memoria del artista, ya viejo y exiliado. Liberal convencido, Goya había buscado refugio en Burdeos, Francia, como modo de expresar su rechazo por la España de Fernando VII. Sordo desde hace largo rato, el autor de “Los fusilamientos” tiene más de ochenta años, sufre de fiebre y jaquecas y no ignora que su fin está cerca. Su pequeña hija Rosarito será la depositaria de sus recuerdos y relatos, funcionando a la vez como alter ego del espectador. El realizador de Cría cuervos y Bodas de sangre recurre a Francisco Rabal para encarnar al Goya anciano, y ya se sabe que el gran Paco es de esos actores que por sola presencia dignifican cualquier película. No sucede lo mismo con el pétreo José Coronado, encargado de dar vida al Goya de edad mediana. Pero no es ese el mayor problema de la película.
La estructura elegida tiende a lo episódico, y hubiera requerido, para que de ella se desprendiera algún sentido, un punto de vista que permitiera amalgamar los fragmentos dispersos. Saura parece no tenerlo: se conforma con ilustrar momentos de la vida de Goya y acompañando las imágenes, de por sí ostentosas, con los epigramas y lecciones que don Francisco endilga a su hija, comprensiblemente fastidiada. En relación con la obra del artista, Saura se comporta como expositor, proyectando y sobreimprimiendo cuadros. Las trucas son tantas y están tan en primer plano que, más que un film, este Goya parecería una instalación o parque temático, por donde al espectador no le queda más remedio que pasearse. La puesta en movimiento de algunos de esos cuadros, como ocurre con la famosa serie Los desastres de la guerra (y que cuenta con participación del grupo teatral La Fura dels Baus) no hace más que reforzar esa sensación.
Con la complicidad del director de arte Pierre–Louis Thévenet, Saura llena su puesta en escena de tableros móviles y pantallas traslúcidas, como había hecho ya en Flamenco y Tango. Ese aparato escénico funciona a su vez como laboratorio de pruebas para que Vittorio Storaro (quien, antes de entregarse a la ampulosidad, supo ser el director de fotografía deUltimo tango en París, Apocalypse Now! y Novecento) experimente con tonos sobresaturados y cambios de color e iluminación dentro del mismo plano, en lo que termina resultando traición al artista al que se quiere homenajear. Si algo evoca el término goyesco, no es en absoluto (como parecería desprenderse del film) alguna forma de lujo, regodeo técnico u ostentación cromática, sino esa batalla –entintada en sobrio y ominoso blanco y negro– entre las luces de la razón y las sombras del oscurantismo, que el título local del film evoca con propiedad. Puestos a diseñar un objeto de lujo, Saura y los suyos parecen haberlo olvidado.

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“DULCE NOVIEMBRE”, UN FILM SIN GRACIA DE PAT O’CONNOR
Keanu Reeves habla demasiado

Por Martín Pérez

Pasear perros gratis, preparar comida vegetariana y usar un viejo televisor como maceta. Esa es la clase de cosas que le gusta hacer a la loquísima Sara. Y no sólo eso. También está habituada a tener un vecino de pelo corto que por las noches se transforma en una vecina de vestido largo, detesta los teléfonos celulares y además considera a la ropa apenas como algo que sirve para cubrir la desnudez del cuerpo. Ah, y hay algo más: cada mes suele invitar a un hombre a vivir con ella en su casa. Un lapso que es, según cuenta, “lo suficientemente largo como para que sea significativo, pero también lo suficientemente corto como para que no se transforme en un problema”.
Esta hippie de los nuevos tiempos encontrará su yuppie del mes de noviembre en Nelson, un creativo publicitario recalcitrante, absorbido por su trabajo de tal modo que es incapaz de relacionarse con la gente. Y Sara se considera el remedio para tales males. Ella suele recuperar casos como el de Nelson con su tratamiento: un mes sin trabajo, con él dedicado a ella y ella dedicada a él. Con Charlize Theron como Sara y Keanu Reeves como Nelson, Dulce noviembre es una extraña película. En primer lugar, porque la clave para una buena película romántica es una pareja que tenga química. No es el caso de Theron–Reeves, salvo por el hecho de que ambos recitan sus líneas con una muy poco convincente voz grave. Algo que en el caso de Keanu termina de condenar al film. Se dice de él que sus films son buenos cuando casi no habla. Y aquí Reeves debe pasar de la indiferencia al enamoramiento terminal, y eso requiere que hable –¡ay!– demasiado.
Pero esto no es lo peor de Dulce..., cuya intriga romántica termina funcionando apenas como carnada para su golpe bajo final. Remake de un film de 1968, la historia de la hippie y el empresario tal vez fuese curiosa por entonces, pero hoy resulta difícil considerar sorprendente una conducta que incluya una dieta vegetariana, el desprecio de los dictados de la moda, la amistad con vecinos que se visten de mujer e incluso la decisión de tener un amante cada mes. Salvo para los realizadores del film, que sólo pueden explicar que su protagonista se dedique felizmente a tales menesteres porque se sabe condenada. Porque si no... ¿Quién querría vivir semejante vida? ¿Eh?

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