ESPECTROS
Versiones tejidas con malicia o con ignorancia revolotean sobre
los conflictos sociales, cubriéndolos con sombrías
sospechas para confundir los orígenes, los métodos
y los fines de actos que son, en última instancia, hijos
de la desesperación. Dado que la miseria excluyente afecta
a millones de compatriotas y ninguna estadística puede ignorar
el dato porque está a la vista de todos, las víctimas
son comparadas con rebaños de mansas ovejas azuzados por
malévolos pastores, presuntos causantes últimos de
cada estampida. Con ese truco de ilusionismo publicitario pretenden
que el desempleo, los salarios míseros, los subsidios escasos
y transitorios, los abusos y la indiferencia de los poderes, las
políticas públicas empecinadas en vulnerar la justicia
social, aparezcan ajenos, inocentes, de las convulsiones que trastornan
el orden establecido, en vez de reconocer la responsabilidad directa
que les cabe por tantos trastornos. En lugar de mirar con prismáticos
invertidos, que alejan en lugar de acercar la realidad, más
de uno debería preguntarse por qué no hay más
estallidos teniendo en cuenta los daños que sufren tan vastas
porciones de la sociedad, sobre todo en sus capas más vulnerables.
Los desamparados que forman piquetes como los de General Mosconi
(Salta), según esas versiones interesadas, son excitados
y manipulados por agitadores extraños a esas comunidades.
Antes de aceptar ese argumento falaz, deberían repasar el
diario de campaña de Che Guevara en Bolivia para recordar
que aún en condiciones misérrimas de vida ninguna
persona está dispuesta a poner el cuerpo para que lo muelan
a palos o le peguen un balazo sin la convicción íntima
y la decisión de participar. Cualquiera en el país
sabe, además, que para atraer la atención de los poderes
hay que aparecer en los medios de difusión masiva, los audiovisuales
en primer lugar, pero que éstos sólo acuden si las
conductas son alborotadas y espectaculares. Nadie más que
la mayoría de los gobernantes confirma aquello de que si
no está en TV, no existe.
Asimismo, sin el concurso voluntario de esos mismos medios cuántas
injusticias, cuántos crímenes, cuántas lacras,
seguirían encerradas en las gavetas de los dispensadores
de impunidad y entre los pliegues de los dobles y triples discursos.
Por algo, la libertad de prensa, aun a riesgo de algunos excesos,
es condición primordial de la democracia y es el derecho
que más pronto cancelan las dictaduras y sus cómplices.
A veces, en la democracia aparecen falsos magos de la propaganda
que susurran, en oídos predispuestos, que las insatisfacciones
populares se deben a que la prensa se ocupa más de los alborotadores
que de la silenciosa fatiga de los administradores temporarios del
Estado. También el hombre que cava un pozo de día
y lo tapa de noche encontrará a la madrugada siguiente que
el terreno está igual que en la jornada anterior, a pesar
de las energías invertidas en labor tan ardua como fútil.
A esa inutilidad se refiere el dicho popular sobre los que
no sirven ni para dar la hora. La mala comunicación
no engendra hambre, desocupación ni otras humillantes privaciones
que emergen de la injusta distribución de las riquezas. Por
otra parte, si las innovaciones económicas del oficialismo
son improductivas se debe a la desmesurada avidez de los especuladores
financieros y a los privilegios de los mercados, sin
culpas de los piqueteros, de los manifestantes callejeros o de la
prensa.
Otra de las capciosas versiones atribuye a los voceros o caudillos
sobresalientes de los hijos de la desesperación extrañas
maniobras con los subsidios o los alimentos en beneficio propio,
con un método que es habitual en la práctica de muchos
punteros de los partidos mayoritarios. Si no hubiera intención
de desprestigiar a esos movimientos y el cuento fuese cierto en
este o aquel lugar, la tentación está disponible porque
el reparto desde el propio Estado está pensado para cazar
votos o para apaciguar los focos de furia allí donde se encienden,
en lugar de proponer soluciones generales como el subsidio que se
propone para jefes/as de hogar sin trabajo con ayuda suplementaria
para los hijos en edad escolar. Esta decisión, cuyo costo
anual causa gracia contrastado con los compromisos del megacanje
de bonos, evitaría la confusión entre ciudadano y
cliente de la política. En cambio, lo que percibe el desamparado
es que esos moralistas que ven la paja en ojo ajeno son parte de
la mediocridad de una vida política canibalista en
que los unos se devoran a los otros, de acuerdo con la enumeración
de las posibles razones de la decadencia argentina que escribió
en el diario español El País, reproducido ayer en
La Nación, el ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti.
A propósito de los episodios de violencia ocurridos en General
Mosconi, con francotiradores incluidos, de inmediato hubo voces
dispuestas a imitar la de aquel pastor mentiroso que asustaba al
poblado anunciando la presencia del lobo (hasta que un día
llegó de verdad pero nadie le hizo caso). La fábula,
sin ninguna evidencia que la corrobore, habla de comandos de lucha
armada que tendrían campamento, hasta puestos sanitarios
para atender a los propios heridos, en el monte cerrado, adonde
los gendarmes no llegan, según dichos de su comandante, para
no molestar a los vecinos del lugar, mientras allanaban casas de
Mosconi sin detenerse en las buenas maneras para localizar subversivos
urbanos. De ser verídicas esas presunciones, el presidente
Fernando de la Rúa debería despedir de un plumazo
a los servicios de inteligencia, incluido el de la Gendarmería
Nacional, por desavisados. Si de imaginar se trata, con la ventaja
de numerosos antecedentes, bien podría suponerse un acto
de provocación organizado por los que quieren demonizar
a los piqueteros y justificar la represión abierta, hasta
involucrar a las mismísimas fuerzas armadas. Dado que los
uniformados son tan proclives a celebrar efemérides y conductas
de los próceres, vaya esta cita: La Patria no hace
al soldado para que la deshonre con sus crímenes, ni le da
armas para que cometa la bajeza de abusar de estas ventajas ofendiendo
a los ciudadanos con cuyo sacrificio se mantiene. El que la
tenía clara era José de San Martín, que la
pronunció en Mendoza en setiembre de 1816.
Basta releer la crónica de Clarín de ayer, acerca
de la acción de una veintena de encapuchados de origen
dudoso que actuaron después de la marcha de apoyo a
los piqueteros de Salta, promovida por CTA y Corriente Combativa,
con miles de manifestantes que caminaron desde Liniers a Plaza de
Mayo y se desconcentraron sin un solo incidente, hasta que de pronto
aparecieron estos agentes de la capucha. Escribe la cronista Mariana
García, entre otros elementos de juicio: Sobre la calle
Chacabuco, a veinte metros de donde explotó la molotov contra
el Banco Francés, ocho policías custodiaban otro banco,
el HSBC. El grupo [de encapuchados] pasó por la esquina,
con sus rostros cubiertos y palos en las manos. Los policías
siguieron allí, sin moverse. No había banderas ni
consignas que pudieran identificar a los encapuchados [...] Uno
de ellos [a rostro descubierto] saludó con un qué
hacés vieja al fotógrafo de Clarín. El
mismo con quien se había cruzado el lunes pasado, cuando
fue destrozada la Casa de Salta. Desaparecieron tan rápido
como aparecieron. A cien metros, otros ocho policías miraban
hacia el sur de la avenida. La dirección contraria por donde
habían aparecido los encapuchados.
Comentando esta descripción, el vocero gubernamental Juan
Pablo Baylac aseguró en una radio porteña que tampoco
le constaba que los citados policías de uniforme fueran verdaderos.
Increíble, ¿no? Tanto como que las mayorías
del Congreso no hayan pedido los informes pertinentes del Gobierno,
de la Gendarmería y de la Justicia para develar todas las
versiones maliciosas y la identidad de los que pueden actuar en
zona liberada. Por el momento, lo único indiscutible
es que el 62,3 por ciento de los 22 mil habitantes de General Mosconi
no tiene trabajo y lo mismo el 56,7 por ciento de los 60 mil habitantes
de Tartagal. En la Casa Rosada estudian un plan de empleos para
esta zona y otras del sur (Cutral-Có y Plaza Huincul), que
de concretarse sería un paso adelante respecto de los criterios
anteriores, como el que expone con frecuencia la ministra Patricia
Bullrich, que sueñan con los espectros de los que quieren
desestabilizar la democracia y cuando lo dicen miran hacia los sindicatos
y los hambrientos.
Del mismo modo, hay que resaltar el compromiso que acaba de asumir
el Estado en el problema de Aerolíneas Argentinas, después
de negarse durante mucho tiempo a hacerse cargo de las consecuencias
del vaciamiento de esa empresa. Son actitudes valiosas pero todavía
aisladas, porque ayer mismo el Presidente insistió ante cronistas
paraguayos que en Argentina no hay riesgo social. El ex gobernador
bonaerense Eduardo Duhalde comentó esta semana que De la
Rúa debe estar muy agotado porque es diferente al que conoció
en el Senado. Ni qué decir si su vida perdiera sentido porque
no puede alimentar a la familia, ni encontrar trabajo, ni tener
médicos que lo curen, ni poder alguno que se interese por
su suerte, como le sucede a los excluidos de la Argentina que lo
hizo Presidente por mayoría de votos.
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