Para las alrededor de mil personas
que en Buenos Aires duermen en la calle, el frío es un enemigo
mortal: durante el invierno, más de uno pierde la vida por congelamiento.
Sin embargo, la mayoría de los sin techo prefiere pasar la noche
a la intemperie antes que encerrarse. La calle es su territorio y se niegan
a abandonarlo, aunque el frío apriete. Página/12 recorrió
algunas plazas que albergan a los homeless de la ciudad, junto a un equipo
del programa Buenos Aires Presente (BAP) del Gobierno de la ciudad, que
comenzó ayer el operativo Frío 2001, destinado
a cobijar a los que no tienen techo. La novedad es que este año
se inauguró un espacio llamado parador
que, a diferencia de los tradicionales hogares, puede ser utilizado de
un modo más flexible. Está abierto entre las 22 y las 8
de la mañana, y quienes viven en la calle podrán entrar
y salir de él sin restricciones.
Las camionetas del BAP recorren las plazas de la ciudad, donde habitualmente
se instalan los que no tienen un lugar donde ir. La primera parada es
en la del Congreso, donde un grupo de gente sobrevive con lo poco que
tiene: colchones, bolsas, frazadas viejas que apenas pueden paliar el
frío. Se acerca uno de los equipos de profesionales y ofrece las
comodidades del parador, donde hay comida caliente y abrigo: básicamente,
un lugar propicio para pasar las noches del invierno.
El Gobierno porteño está trabajando en esta área
junto a 16 instituciones religiosas de diferentes credos y, en el marco
de esta tarea conjunta, la Iglesia Católica Apostólica de
Antioquia cedió un espacio, que está ubicado en la calle
Cabrera 4646, en Palermo. El parador implica una propuesta diferente para
aquellas personas que no quieren integrarse a un hogar y, aseguran los
especialistas, es el primer paso para su resocialización. En los
hogares se cumplen horarios, hay obligaciones. Allí, en cambio,
se puede entrar y salir sin restricciones. Es el primero de esta
clase en Latinoamérica explica, orgulloso, el secretario
de Promoción Social, Daniel Figueroa.
Pese a ser una propuesta que parece tentadora, la mayoría la rechaza,
pero no de plano. Se esbozan excusas que suenan casi infantiles: Ya
tengo un lugar donde pasar la noche, dice Julio, sentado sobre un
banco y con las manos en los bolsillos de su campera rota. Y ya es medianoche.
Los operadores le ofrecen, a cambio, una frazada, que Julio acepta con
gusto. Luis dice que lo va a pensar, porque mañana intentará
ubicar a su familia que, hasta donde él sabe, seguía en
Entre Ríos, de donde partió hace 8 años.
¿Cuánto hace que no los ve? preguntó
este diario.
Ocho años responde Luis, como si tal cosa. En
otras plazas hay más gente, dice. El comentario se repite.
No aceptan ir, y aconsejan probar en otros lados.
Pancho está a unos metros, y también rechaza la propuesta:
Con todo respeto dice, prefiero quedarme acá
para después ir a ver a mi hermana, a la que le debo una visita.
Uno de los operadores le habla del frío, del hambre, de la incomodidad,
pero no hay caso. A su lado está Valery, un ucraniano que llegó
hace dos años a la Argentina. De tan rubio, el frío ya tornó
su rostro colorado. Habla un buen castellano, pero cuenta una historia
algo inconexa: una mujer, un trabajo perdido. Pero acá estoy
mejor que en Dnpr..., dice una palabra incomprensible. Es
la ciudad en que nací, cuenta y se burla de la dificultad
del cronista para repetir el nombre. Toma la libreta de apuntes del que
no entendió, su birome y escribe con una letra prolija y redondita:
Dniepropetrovsk.
Ellos dos reciben una bolsa que ya fue entregada a otros en su misma situación.
Pancho la abre y le cambia la cara: Mate, grita. Valery ceba
y se ríe: Debo ser el único ucraniano matero del mundo.
Dentro de la bolsa hay, también, un jugo, una barra de chocolate,
dos sobres de caldo y una fruta.
Pero no todas son negativas. Apenas ve acercarse a la camioneta del BAP,
Osvaldo sube y habla sin pausa: Trabajaba en un hipermercado y meecharon,
no pude pagar el hotel en el que vivía y terminé en la calle.
Lo que más me costó fue empezar a pedir y no tener dónde
bañarme. Ahora voy a un centro de jubilados, donde hay agua caliente.
La falta de baño es la queja principal. Comida no falta, ya que
varias ONG recorren las calles para satisfacer las necesidades básicas
de los homeless.
Los que van al parador son alrededor de quince, jóvenes y todos
hombres. Aceptar o no la propuesta de pasar la noche cobijado depende
de la historia de cada persona. Patricia Malanca es psicóloga,
y una de las coordinadoras del programa. Explica la diferencia entre los
crónicos, con más de un año de ruptura con
los lazos primarios afectivos e institucionales, y los leves,
que son los más recientes, producto de una crisis laboral o una
situación socioeconómica complicada. Ellos tienen una mayor
predisposición a reinsertarse.
Informe: Hernán Fluk
NOVEDOSA
OPERACION CONTRA LAS VARICES
Un catéter por computación
Sin anestesia peridural y sin
bisturí, ya es posible sacar las várices que según
los especialistas afectan a más de 6 millones de personas en la
Argentina. El tradicional sistema de extracción de venas varicosas
fue reemplazado por primera vez en el país por un nuevo método,
denominado clousure. Para realizar esa intervención
es necesario un catéter que cuesta mil dólares.
Esta práctica, mucho menos agresiva que la conocida hasta ahora,
fue realizada en la Fundación Favaloro. El clousure
consiste en secar el vaso dañado con un tubo plástico guiado
por computación y, aunque no puede aplicarse a pacientes con complicaciones
severas, permitirá solucionar, sin internación, entre el
30 y el 50 por ciento de los casos que se presentan.
En lugar de anestesia peridural, el nuevo método sólo requiere
de adormecimiento local, y en lugar de una gran incisión, el oneroso
catéter entra al organismo con una micropunción y llega
a la vena dañada para causarle una fibrosis. El médico a
cargo de la intervención y miembro de la American College
of Phlebology, Gerardo Bomtempi, explicó que, una vez concluida
la cicatrización por radiofrecuencia, el paciente se coloca
una media elástica durante un par de horas y se retira caminando
del lugar de la intervención. Bomtempi apuntó que
no hay un procedimiento para arreglar una várice, por lo
que la vena que no sube la sangre de las piernas al corazón, debe
ser sacada.
Sobre el precio del catéter, el médico confía que,
como con otros adelantos tecnológicos, es de esperar que
en el futuro su precio baje.
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