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Billy Wilder, el rey de la comedia

El director que agitó el vestido blanco de Marilyn y reunió por primera vez a Walter Matthau-Jack Lemmon cumplió 95 años.

Lemmon, Wilder y Matthau, el
trío inolvidable de “Piso de soltero”.
Wilder ya no filma porque las compañías de seguro no lo respaldan.

Por María Luz
Climent Mascarell

“Me gustaría morir a los 104 años, completamente sano, asesinado por un marido que me acabara de pillar in fraganti con su joven esposa.” Estas palabras podría haberlas dicho alguno de los personajes de las comedias de Billy Wilder, pero son del propio director, que ayer llegó a los 95 años. Destilan ese ingenio y ese toque mordaz con que Wilder mira la vida, sobre todo la suya, que comenzó en 1906 en una pequeña localidad del entonces imperio austro-húngaro que hoy pertenece a Polonia y transcurrió durante un buen tiempo en el olimpo cinematográfico de Hollywood.
Ese muchacho inquieto, que dejó los estudios de derecho para dedicarse al periodismo en Viena, llegó a los 21 años a Berlín, donde dio sus primeros pasos en el mundo del cine escribiendo guiones para películas de cine mudo como Emil und die Detektive. Sin dejar del todo el periodismo, trabajó en 14 películas, pero por sus orígenes judíos se vio obligado a huir, primero a Francia y luego a Estados Unidos, donde finalmente conoció el éxito. Un amigo alemán le consiguió su primer trabajo como guionista en un estudio y acabó trabajando con el que luego sería su mentor y maestro, Ernst Lubitsch. La combinación entre el perfeccionismo de Lubitsch y la acidez de Wilder dio excelentes resultados, como la magistral Ninotchka, en la que hicieron reír a la gélida diva sueca Greta Garbo.
Cuando Lubitsch murió, alguien dijo en el funeral: “Se acabó Lubitsch” y Wilder replicó: “Peor aún: se acabaron las películas de Lubitsch”. Y es que el director, que debutó en 1942 con The Major and the Minor, con Ginger Rogers y Ray Milland, persiguió durante toda su vida el toque Lubitsch. De hecho, en su despacho se podía leer un cartel que decía: “¿Cómo lo habría hecho Lubitsch?”.
En 1945 tuvo que regresar a Alemania, enviado por el gobierno estadounidense y allí se enteró de que sus madre y otros familiares murieron en el campo de concentración de Auschwitz. Un año antes, Wilder ya había cosechado numerosos aplausos con una película de cine negro, Double indemity, que protagonizó Barbara Stanwyck, y en la que trabajó en el guión nada menos que con Raymond Chandler. En The lost weekend (1945), que ganó cinco Oscar, Wilder relató la amarga historia de un escritor que se hunde en el alcoholismo. Cinco años más tarde, cuando ya era toda una estrella de Hollywood, retrató la miseria del mundo que lo rodeaba en aquel glamoroso rincón de Estados Unidos con Sunset Boulevard. En esa película, con la que ganó su tercer Oscar, Wilder retrata la decrepitud del mundo de las estrellas con una fabulosa vieja gloria de Hollywood, Gloria Swanson, un joven William Holden, el actor y director Erich Von Stroheim y un entonces olvidado Buster Keaton.
Pero en el género en el que realmente Wilder brilló fue en la comedia. Sacó partido como casi nadie de ese don que Marilyn Monroe tenía de actriz cómica y, aunque era desesperante su impuntualidad –que, según relató, le permitió leer completos La guerra y la paz y Los miserables–, creó momentos inolvidables como aquella escena en que a la sensual Marilyn se le levanta la falda en La comezón del séptimo año (1955). “Existen más libros sobre Marilyn Monroe que sobre la Segunda Guerra Mundial y hay una cierta semejanza entre las dos: era el infierno, pero valía la pena”, dijo el director sobre la actriz.
Volvió a trabajar con ella en Some like it hot y The Apartment, pero Wilder también dirigió a otras grandes estrellas. Regaló al espectador una glamorosa Audrey Hepburn en Sabrina, película en la que también trabajó con Humphrey Bogart, con quien no tuvo una buena relación. Asimismo descubrió la química de un tándem irrepetible: Jack Lemmon y Walter Matthau, que desde la mítica Piso de soltero volvieron a protagonizar varias películas juntos. En 1981 rodó su última película, Buddy, Buddy, y desde entonces permanece alejado de las cámaras, ya que las compañías de seguros –un interesante factor de poder en Hollywood– no se atreven arespaldarlo. Pero eso no significa el olvido. Cuando el director español Fernando Trueba recogió su Oscar en 1992, dijo: “Me gustaría creer en Dios para poder agradecerle este Oscar. Por desgracia sólo creo en Billy Wilder, así que gracias, Mr. Wilder”. La ovación del auditorio hizo el resto.

 

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