Por Horacio Bernades
Cuando, hace casi veinte años,
trascendió que una versión cinematográfica de Duna,
la colosal novela de Frank Herbert (1920-1986), se hallaba en preparación,
los fanáticos de la ciencia ficción comenzaron a incubar
una ansiedad pocas veces vista. Estrenada la película, sobrevino
la decepción. Por más que David Lynch se hallara al frente
del proyecto, aunque el inefable Dino de Laurentiis haya puesto en el
asador toda la carne que era capaz de poner (45 millones de dólares,
record hasta entonces), a pesar de la banda sonora a cargo de Brian Eno
y un elenco que incluía entre muchos otros a Sting, Max Von Sydow
y hasta Silvana Mangano, el resultado fue un film aparatoso e indeciso,
a la deriva entre la pompa espacial, toques bizarros alla Lynch y una
clase B venida a más.
Había quedado la deuda, y ahora no es el cine sino la televisión
la que recoge el guante, en formato de miniserie, quizás el único
posible a la hora de restaurar la riqueza y amplitud de la novela original.
Estrenada a fines del año pasado en el Sci Fi Channel estadounidense,
originalmente en tres partes y con una duración total de cuatro
horas y media, en Argentina Frank Herberts Dune se conoce vía
video. Con el curioso título de Duna 2000: El imperio del éxtasis,
el sello LK-Tel la lanza por estos días, en edición simultánea
en VHS y DVD, la primera de ellas en dos casetes. Como suele ocurrir con
toda gran novela, esta nueva versión no termina de saldar la deuda
contraída. Pero empieza a hacerlo. Escrita y dirigida por John
Harrison, formado a la vera del legendario especialista en terror George
Romero (el de La noche de los muertos vivientes), fotografiada por el
célebre Vittorio Storaro en una verdadera orgía de filtros,
gelatinas y colores, Duna 2000 insumió 20 millones de dólares,
una de las inversiones más altas en la historia de la televisión.
Con abundante truca digital y esmerado diseño de producción,
en el elenco, mayoritariamente integrado por actores europeos, aparecen
William Hurt (como el duque Leto Atreides) y Giancarlo Giannini (como
el emperador).
Si algo se había perdido en la versión-Lynch, en su apuesta
por el gran espectáculo y los bicharracos gigantes, era la dimensión
de parábola política, social y hasta religiosa, que hace
de la novela original una de las más ambiciosas del género.
Esa dimensión es la que Harrison intenta rescatar ahora, y a la
que una mera sinopsis difícilmente haga honor. Allá por
el año 10 mil y pico, el orden universal se mantiene en frágil
equilibrio, gracias al balance de poderes entre el emperador y su corte,
los oscuros miembros del Gremio Espacial (que gobiernan el transporte
de un planeta a otro), los señores que, a la manera feudal, rigen
sobre sus respectivos planetas y combaten entre sí y una casta
religiosa, dueña de poderes mágicos, conocida como Bene
Gesserit. Hay un noble justo, el duque Leto, regente de la Casa Atreides
y venerado por propios y extraños (William Hurt) y un maquiavélico
aristócrata, el barón Vladimir Harkonnen (el actor inglés
Ian McNeice, villano exuberante y perverso), que gobierna su planeta pero
pretende expandirse, borrando de la faz del universo a los Atreides.
Estos son llamados al planeta Arrakis, también conocido como Duna.
Se trata de una gigantesca superficie desértica, carente casi por
completo de agua pero rica en una especia conocida como mélange,
que permite alargar la vida a quienes la posean y es algo así como
el combustible universal. Junto con el duque viaja su cuerpo de asesores
y estrategas y también su familia, integrada por su esposa Jessica,
que es una hechicera Bene Gesserit (la actriz británica Saskia
Reeves) y le dio al duque un hijo llamado a sucederlo (el actor escocés
Alec Newman). Saga de iniciación en gran escala, Duna 2000 es,
como la novela, el relato de cómo Paul pasa de ser un simple e
inexperto hijo de rico a líder guerrero y héroe del mundo
futuro. Para ponerlo en otras palabras, de cómo viene a ocupar
el lugar del Mesías anunciado a los pobladores de Arrakis, tribus
nómades que habitan el desierto. Lugar que Herbert, nada tonto,
se ocupará de poner en cuestión sutilmente.
Puede reprocharse a esta nueva versión de Duna un exceso de solemnidad
y excesiva pompa en los diálogos. Pero la ambición del original,
esa complejísima cruza entre intrigas cortesanas y saga heroica,
la fusión entre las más diversas épocas, culturas
y estéticas y las oblicuas y fascinantes referencias al mundo contemporáneo,
están aquí mucho mejor representados que en aquella otra
Duna en la que David Lynch supo tropezar alguna vez.
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