Por Silvina Friera
En Adhemar Bianchi se cumple
la expresión es el mismo de siempre, utilizada para
canonizar un mérito que supo conseguir a fuerza de transgresión
y perseverancia. Menem daba para tanto, que pensamos que este gobierno
iba a ser mucho más light, recuerda y se ríe por el
pronóstico, cuando resolvió levantar las funciones de La
Catalina del Riachuelo 98. Quizás para hacer catarsis y por la
necesidad de incorporar nuevos elementos de la realidad, decidió
que era el momento ideal para actualizar esa murga teatral corrosiva,
originada en pleno apogeo del menemismo (1992), que muestra cómo
las clases populares pueden burlarse y transgredir las reglas dictadas
por los poderes de turno.
Uruguayo de pura cepa, Bianchi fue actor y director del Teatro Circular
de Montevideo, hasta que en 1973 la dictadura oriental lo llevó
a exiliarse en Buenos Aires. Trabajó como vendedor en una editorial
y fue dueño de una librería en la calle Corrientes. Cuando
en los 80 se mudó a la Boca y fundó el grupo Catalinas Sur,
comenzó a transitar un camino de recuperación del lenguaje
de lo popular que revitalizó las relaciones solidarias en el barrio.
Vivimos un momento donde la globalización, la despersonalización
y el ser visto como un individuo consumista está creando anticuerpos.
Si aceptáramos el fin de la historia y todas las pelotudeces que
se dicen en términos de la cultura dominante estaríamos
jodidos. La gente se está dando cuenta que hay que resistir,
explica Bianchi a Página/12. Todos los domingos a las 21.30, además
de La Catalina versión 2001 en el Galpón de Catalinas (Benito
Pérez Galdós 92), se repite el ritual de la choriceada previa,
esa ceremonia gastronómica donde se expresa la cohesión
social entre los vecinos del barrio, define Bianchi.
Lo popular parece una mala palabra porque los funcionarios muchas
veces plantean el folclore como lo popular y el Colón como lo cultural,
precisa Bianchi. Cualquiera de las dos posiciones no está
contemplando lo que la gente realmente quiere. Del inicio callejero
en la plaza Malvinas al galpón de la calle Galdós, el grupo
Catalinas Sur aumentó de 40 a más de 200 miembros y representó
obras como Los Comediantes, de Jorge Curi y Mercedes Rein, sobre textos
del Siglo de Oro español; Venimos de muy lejos, creación
colectiva sobre la inmigración y El Parque Japonés, opereta
circense, entre otras.
El último de sus espectáculos, El Fulgor Argentino, una
alegoría de la historia argentina a través de un club social
y deportivo, se convirtió en un fenómeno que reunió
a más de 51.000 espectadores, y fue elegido para participar de
la muestra Grec 2001, de Barcelona, que se realizará entre el próximo
martes y el 1º de julio. La sección especial de este festival,
que cumple un cuarto de siglo, está dedicada a Buenos Aires. Bianchi
revela que ni bien terminó la función de El Fulgor... el
director del Grec, Borja Sitja, un confeso admirador del teatro argentino,
le hizo la invitación. Muchas obras argentinas triunfan en
Europa porque manejan un lenguaje similar al europeo, indica. Creo
que nos seleccionaron porque somos representativos de la cultura porteña.
El director uruguayo confiesa que había un personaje de la versión
anterior de La Catalina... que sacó, porque hace dos meses no tenía
demasiada actualidad y que acaban de reincorporar, ironías del
destino, al gabinete (a la obra): El mismísimo Cavallo,
señala.
¿Cuáles son las modificaciones de la nueva versión?
La más importante es el cambio de gobierno. Pero problemas
como la corrupción, el desempleo, la represión, continúan
igual o empeoraron. Nos pareció oportuno hablar de la nueva Alianza,
los sobornos del Senado, la Bolocco, Shakira y Antonito. La otra particularidad
es que si antes éramos todos turcos, desde la imagen de los personajes,
ahora tenemos al grupo sushi, por eso cambiamos la vestimenta turca por
la japonesa.
¿Cómo es el trabajo en un grupo con más de
100 personas?
Empieza desde lo colectivo y después surgen distintas etapas.
Se reúne al elenco y se buscan los temas. Luego se arman grupos
de diez personas, que improvisan y arman canciones y sketchs. El material
pasa al equipo de dramaturgia y música: entre lo teatral y la canción
se forma una síntesis que, con el conocimiento que el público
tiene frente a ciertos temas, genera una complicidad risueña. Es
un trabajo colectivo en lo creativo, pero no en lo organizativo.
¿Por qué la murga conquistó nuevos espacios
en estos años?
Resurge a partir de la clase media, que la toma como propia, quizá
porque se está proletarizando y va modificando su esquema de pensamiento,
en la medida que ya no puede aspirar al ascenso social, sino que siente
que la tiran para abajo. Desde el candombe de los negros esclavos, que
con el carnaval volvían a recuperar sus ritos africanos como una
forma de resistencia a la cultura blanca, el crecimiento de la murga es
también un modo de resistencia a lo que nos está pasando
como sociedad.
En 2000 trabajó con habitantes de un barrio latino en Washington.
¿Cómo fue esa experiencia?
Estuve dos semanas, mayoritariamente con salvadoreños. Pensaba
que querían abordar el tema de la inmigración desde sus
historias de vida, pero estaban más interesados en la Migra y los
problemas legales que padecen. Hay una cuestión muy hipócrita:
los dejan entrar porque les dan los peores trabajos, pero los persiguen.
El punto de partida fue una plaza del barrio que está llena de
palomas. Les sugerí un vestuario de palomas, donde las palomas
de la plaza contaban lo que les pasaba. Ahora consiguieron que un organismo
les financie un espectáculo sobre otra temática: como el
lugar se está poniendo de moda van los americanos jóvenes
y compran casas. Un barrio de inmigrantes está subiendo los precios
de forma tal que la gente más pobre ya no puede vivir ahí.
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