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El descorchador que ganó premios
festejó con Menem y llega a Máxima


Tras el premio, empezaron a recibir pedidos del exterior.


Roberto Cardón y Hugo Olivera fabrican el destapador que llevaron a la feria de Ginebra.

Por H. C.

Teniendo en cuenta su origen, como idea, era no menos que descabellada: se trata de un original destapador de botellas de champagne, sidras o cualquier espumante. Original, porque es posible usarlo con una sola mano. Descabellada, no sólo porque nació de un sueño y porque quien lo ideó no bebe alcoholes, sino porque, en definitiva, fue soñado en Argentina. Roberto Cardón y su amigo Hugo Olivera pasaron por todas las peripecias hasta proyectar, patentar y producir el invento con expectativas comerciales, en este país, lo que ya es toda una odisea de ingenio. El descorchador no estuvo exento de galardones: en la última Feria Mundial de Inventores, en Ginebra, ganó la medalla de oro en su categoría; Carlos Menem y Cecilia Bolocco se divirtieron usándolo en su más reciente matrimonio y Máxima Zorreguieta la recibirá de regalo, en oro y plata, en la fiesta que la transformará en princesa consorte de Holanda.
La botella apareció imprevistamente, en el aire. Vaya a saber de dónde provenía. Era una botella semejante a las de cualquier bebida espumante. Champagne, sidra, fresita, lo mismo da. Alrededor, todo era oscuro, muy oscuro. La botella giraba y giraba, la muy histérica, mostrando que estaba herméticamente tapada. En realidad, nada de esto tenía sentido. Y si lo tenía, había que encontrárselo porque se trataba de un sueño. 
Botella, corcho y demás imágenes pertenecían a Roberto Cardón. Que no bebe ni fresita. El sentido a tan extraño oráculo lo encontró en un taller metalúrgico: él y su socio y amigo Hugo Olivera inventaron un destapador capaz de ser usado por una anciana de 90 y pico para descorchar la sidra o el champagne de fin de año, con una sola mano y sin peligro de cerrarle el ojito al bisnieto que, con curiosidad naïf, observa la movida a su lado.

Ojo al corcho

La noche del 6 de marzo del �97, después del incomprensible sueño, Cardón quedó en estado de vigilia. �Yo no soy de tomar champagne ni sidra. Alguna copita para las Fiestas. Y no era la época de las Fiestas�, confesó, todavía desconcertado, el inventor. Pero se devanó los sesos hasta diseñar un sistema diferente que destapara y a la vez ahorrara pacientes al Hospital Santa Lucía.
En su recorrido como técnico mecánico, conoció a su amigo y ahora socio, Hugo Olivera, ligado al rubro metalúrgico. Durante tres años, desde las siete de la tarde hasta las 2 o 3 de la madrugada, y todos los fines de semana, Hugo y Roberto se reunieron de prestado en el taller metalúrgico de Julio López, suegro del primero. Diseñaron un tubo de PVC, le colocaron una palanca primitiva con una horquilla en el interior y comenzaron a abrir botellas. �No sé cuántas habremos destapado �recordó Hugo�. Comprábamos las más baratas. Probábamos, las volvíamos a tapar, las agitábamos para que tuvieran presión y vuelta a abrir. Era un enchastre. Abrimos muchísimas botellas�. �De sidra�, aclaró Roberto. �Los corchos se rompían. Fabricábamos un modelo y lo teníamos que tirar�.
Después de muchos meses, cuando creían resuelto el modelo, se agregó un detalle insignificante, pero capaz de echar por tierra todo: los picos de las botellas no son universales. �Hay más anchos, más angostos, más largos, más cortos�, describió Roberto. El dúo se lanzó a las calles en busca de vinerías, bodegas y cualquier lugar donde asomara una botella. Finalmente, le encontraron la vuelta, ensanchando la boca del descorchador. �Es universal�, define Roberto con orgullo. No lo sabían, pero iniciaban el sórdido camino de la patente.
En Argentina, que un producto novedoso debe ser patentado es algo que se mama durante los dos primeros meses de lactancia. Hugo y Roberto gozaban de ese conocimiento casi hereditario. Iniciaron el trámite, pero desconocían los vericuetos burocráticos. �Pasó mucho tiempo sin saber qué hacer, ni cómo �sostuvo Hugo�. Una noche, volvía con el auto y de casualidad escuché por radio una entrevista a un miembro de la AsociaciónArgentina de Inventores. Me fui disparando al hotel donde tenían la convención. Nos hicimos socios y nos explicaron que la patente estaba mal. Fallas de reivindicaciones, nos dijeron que se llamaban.�
Con la patente mejorada surgió un problema capital: el capital. �En este país es un problema�. Se refería a una lógica local simple y perversita: para comercializar hay que contar con una línea de producción, para producir hacen falta capitales; los inversores no abundan, los que hay no invierten y los que están dispuestos esperan que el producto tenga su venta asegurada antes de ser vendido. �Acá es más fácil copiar ideas�.

El descorche de la princesa

Recorrieron fábricas, bodegas, empresarios, sin suerte. Hasta que dos colegas del rubro metalúrgico se treparon al proyecto. Y el dúo empezó a soñar líneas de montaje. En esos días, desde la AAI les informaron que en Ginebra, se realizaba el 29º Salón Internacional de Invenciones. �Nos tuvimos que pagar todo, hasta el stand en la feria con la bandera argentina, sin la menor colaboración del gobierno�, se quejó Cardón.
Como padres de la criatura, confianza en el descorchador tenían. Pero el marco internacional, la participación de más de mil inventores, muchos subvencionados por sus países bajó las pretensiones. �Con una mención volvíamos campeones�, aseguraron a dúo. �Al lado teníamos el stand de Perú. Les habían pagado los viajes, les bancaban el proyecto, les financiaban la comercialización�. 
Con todo en contra, el jurado les otorgó la medalla de oro en la categoría. A partir de entonces, a Olivera y Cardón les empezaron a llover pedidos: en la misma exposición acordaron el envío de 200 unidades a Italia y otras mil a Brasil.
Pero el máximo galardón, inesperado, llegó a último momento. �Este es un regalo para Máxima�, dijo y repitió en el stand argentino Wunter Pitzel, presidente de la Asociación de Inventores de Holanda, mientras agitaba en su mano el descorchador premiado. Máxima es Zorreguieta, inventora de su trono en Amsterdam. La idea no era mala. El dúo volvió con una premisa: fabricar un único ejemplar especial, en oro y plata, dentro de una caja de madera fina con un detalle kitsch en la tapa: un escudito argentino y otro holandés. La deducción es fácil. Si mamá reina da el okay, estarán frente a una promoción gratuita e impensable.
Ahora, como inventores, deben aprender diplomacia, suscribir el protocolo del regalo, entregarlo a la embajada y aguardar la afirmativa.
Que Máxima bebe champagne lo dan por descontado.

 

 

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