Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


CARMEN MARIA ARGIBAY, DESIGNADA JUEZA
DEL TRIBUNAL PENAL INTERNACIONAL PARA LA EX YUGOSLAVIA
“La sociedad culpabiliza a las víctimas de violación”

La jueza Carmen María Argibay fue designada la semana pasada por las Naciones Unidas como miembro del tribunal penal internacional para los crímenes de guerra en la ex Yugoslavia. La jueza estuvo presa durante la dictadura.

Cárcel: �Conocía la cárcel desde el otro lado. Fue una experiencia desagradable, pero se capitaliza. Uno aprende lo que son las cárceles desde adentro�.

Por Luis Bruschtein

–¿Hace cuántos años que está en la carrera judicial?
–En rigor de verdad no se puede hablar de carrera judicial, en el sentido que yo empecé desde el último cargo, desde el más chiquito.
Soy geminiana, me gustan muchas cosas, en el secundario me aburría así que di un año libre. Quería ser médica, abogada, ingeniera y creo que tiré la monedita y salió Derecho. Tenía 16 años cuando empecé la carrera, tuve que esperar algunos años para trabajar en Tribunales. Entré en la Justicia Correccional y fui ascendiendo en distintos cargos hasta que fui secretaria de Cámara desde el ‘75 hasta marzo del ‘76. Con el golpe me pusieron presa a disposición del Poder Ejecutivo, se ve que era muy molesta, no sé.
–¿Usted tenía alguna actuación gremial o de tipo político?
–Ninguna, era secretaria de la Cámara del Crimen, nada más. Lo que pasa es que a lo mejor me ocupaba demasiado de los presos y eso molestaba.
–¿Le hicieron alguna acusación en ese momento?
–Ninguna, estuve a disposición del Poder Ejecutivo. Fue en la madrugada del 24 de marzo de 1976. Un grupo del Ejército fue a mi casa, tiraron abajo la puerta y me llevaron presa. Lógicamente, como no iba a trabajar, me echaron.
–¿Cuánto tiempo estuvo presa?
–Nueve meses, hasta diciembre de ese año. Me detuvieron en la madrugada del golpe. Yo pensaba: después de Isabel Perón, yo, ¿y yo qué tengo que ver? Yo conocía la cárcel desde el otro lado. Fue una experiencia muy desagradable, pero bueno, se capitaliza. Uno aprende lo que son las cárceles desde adentro. Más o menos para el 22 de diciembre salió un decreto monstruo, colectivo, que dejó en libertad a un montón de gente y entre ellos a mí. Yo había tenido problemas de salud, un preinfarto, y al salir en libertad me fui tres meses a Europa con mi madre. Primero tuve bastantes líos para conseguir que me dieran el pasaporte. Regresé aunque me ofrecieron trabajo. Y no me volvieron a molestar nunca más, pese a que seguí viviendo en la misma casa, que es en la que todavía vivo. Ejercí como abogada, tenía los casos que me llegaban. Es difícil cuando uno no ha estado en el medio durante tanto tiempo. Pero con la ayuda de buenos amigos pude salir delante.
–¿Tuvo algún reconocimiento por haber sido despedida de esa manera?
–Nos lo han reconocido desde el punto de vista jubilatorio y después hubo una indemnización a todos los que no habían tenido un proceso. Pero las compensaciones son siempre relativas, sobre todo para esas situaciones. En el ‘84 me nombraron jueza de sentencia. Después, a fines del año ‘88 me ascendieron a jueza de la Cámara del Crimen. Ya habíamos empezado a trabajar con el cambio de procedimientos en la Capital Federal. Todavía teníamos el procedimiento escrito y cuando se puso en marcha en el ‘92 el juicio oral, pedí pasar a un tribunal oral. Era lo que me gustaba, había trabajado mucho, no exactamente con el Código que finalmente salió, pero había estado en todos los preparativos, de manera que pedí el pase y lo conseguí en abril del ‘93.
–Usted ha sido presidenta de la Asociación Internacional de Mujeres Jueces, ¿cómo fue su vinculación con este tema?
–En 1989 la Asociación Norteamericana de Mujeres Jueces celebró diez años de su fundación e invitó a un grupo de juezas de distintas partes del mundo a su conferencia anual. Yo había trabajado mucho con la gente del Lincoln Center sobre la forma en que se preparaban los abogados de los tribunales orales de Estados Unidos. A pesar de que el sistema es muy distinto porque ellos tienen el tema del jurado, era bueno ver cómo funcionaba. El Lincoln Center había traído jueces norteamericanos y yo tenía una relación bastante cercana con ellos. Ellos propusieron minombre. Me llamaron. Yo no había ido nunca a Estados Unidos, acepté. En el ‘89 estuve en Washington y en esa reunión descubrimos que casi todas las mujeres juezas teníamos los mismos problemas y que en todos los países aparecían ciertos problemas que afectaban mayormente a las mujeres. La violencia doméstica, por ejemplo. Es un tema que aparece por todos lados. Allí nos propusimos hacer una asociación mundial para intercambiar experiencias. Era un tema que empezaba a aparecer, porque al principio la gente no denuncia, hay muchos problemas de acceso a la Justicia. La gente tiene mucha vergüenza en denunciar delitos sexuales como la violación y a veces no hay comprensión del tema y las víctimas son maltratadas. Entonces la idea fue organizar una asociación mundial e intercambiar experiencias. Eso se efectivizó en el año ‘91 y tuvimos nuestro primer encuentro mundial en el año ‘92.
–¿Un juez varón tiene sensibilidad distinta frente a esos problemas?
–No, hay muchos varones que tienen mucha sensibilidad y hay muchas mujeres que no, ojo. Pero el problema es que la cuestión de género afecta el tratamiento en la Justicia. Las mujeres a lo mejor por no quedar como débiles a veces son más duras o hacen menos concesiones. Yo he oído millones de veces a colegas mías decir “a mí no me han discriminado” o “si yo pude llegar por qué otras no”, o “por qué se quejan”, y cosas por el estilo. Yo sí sé que me han discriminado. Sé que cuando me nombraron secretaria tenía que estar dando examen todos los días y como jueza también. En 1984, la propuesta para mi nombramiento fue de jueza de Cámara directamente y lo primero que dijeron fue: “Nunca hubo una mujer en la Cámara del Crimen”. Después llegó a haber tres y ahora no hay ninguna. Pero el comentario era: “¿Cómo va a haber mujeres en la Cámara del Crimen?”. Hubo, pero cuesta, y uno sabe que todo el tiempo están mirando nuestro desempeño. Pasamos tres mujeres por la Cámara. Desde que nos fuimos no han vuelto a nombrar ninguna. Ahora puede ser que aparezca alguna con el tema de los concursos. Con la formación de la Asociación Internacional de Mujeres Jueces me puse a organizar la Asociación Argentina de Mujeres Jueces. Empezamos a funcionar en el ‘93, como una rama de la Asociación Internacional, no teníamos personería jurídica, éramos diez locas que nos juntábamos para hablar de los problemas que teníamos.
–¿Fue irritante plantear estos temas en el medio judicial?
–Los actos de discriminación larvada están todo el tiempo y a veces uno ni se da cuenta cuando los hace. Cuando piensa: “caramba tengo una empleada que no viene porque no fue la empleada doméstica para cuidarle a los chicos y entonces la próxima vez no nombro a una mujer”. Esto es discriminación porque se puede quedar el varón para cuidar a los chicos. Y no nos damos cuenta porque tenemos una tradición, una cultura que nos hace hacer de repente actos discriminatorios sin que seamos conscientes de que estábamos discriminando.
–¿Qué tipo de actividades, además del intercambio de experiencias, realiza la Asociación Internacional de Mujeres Jueces?
–A una de las directoras de la Asociación Internacional se le ocurrió hacer un curso de educación judicial sobre derechos humanos especialmente centrados en la convención internacional para la eliminación de todas las formas de discriminación de la mujer y la convención de los derechos del niño. Lo hicimos en Argentina, Brasil, Chile, Uruguay y Ecuador con juezas, jueces, defensores, fiscales, abogados, incluso a algunos empleados que ya están recibidos. Porque uno no sabe quién va a tomar declaración a una víctima y tiene que tratarla bien. La Asociación Internacional creció. Tuvimos nuestro primer encuentro en San Diego y el segundo en Roma, donde ya éramos muchas; el tercero fue en Filipinas, porque en ese momento la presidenta era de ese país. El siguiente fue en Canadá y el último, en Buenos Aires, porque yo fui presidenta hastanoviembre del año pasado. Cada dos años hacemos un congreso internacional. Tratamos estos temas de discriminación, la desprotección, las formas en que podemos ayudar al resto de las mujeres en el acceso a la Justicia y en que puedan hacer respetar sus derechos. El problema es que la mayoría de la gente no los conoce. Básicamente es un problema de educación.
–¿No hay una problemática en cuanto a la legislación sobre ese tema?
–No, está establecido como delito. Existe el delito de lesiones, agravadas por el vínculo, y existe una ley de violencia doméstica en casi todas las provincias y están los jueces de familia. El problema es que la víctima lo denuncie y que tenga apoyo, porque generalmente el golpeador suele ser el que aporta para la comida de los chicos y además, si lo manda preso, después qué pasa, en una de ésas la mata cuando sale. Entonces hay que tener todo un sistema tratando de proteger, lo cual ya está funcionando. Todavía es embrionario, faltan más refugios, porque en el primer momento hay que sacarla del lugar, haría falta más organización para los programas para el tratamiento de los golpeadores, digo “los” porque la mayoría son hombres, mujeres golpeadoras también las hay, pero son una minoría.
–¿La asociación apoya la creación de un tribunal penal internacional?
–Con estos temas he tenido que viajar mucho y contactarme con mucha gente. Así conocí a algunas personas que están trabajando mucho en organizaciones no gubernamentales para la creación de una corte penal internacional. El gobierno de los Estados Unidos no quiere saber nada. Clinton la firmó como gobierno, pero no creo que la vayan a ratificar todavía. Va a pasar mucho tiempo, creo hasta que la ratifiquen. Pero esto es a nivel de gobierno, a nivel de la sociedad hay mucha gente que sí se está ocupando. Entre este gente hay una profesora de Derecho de la Universidad de Nueva York quien visitó Argentina el año pasado. Me propuso integrar un tribunal que se iba a formar en Tokio para juzgar los crímenes cometidos por el ejército de Japón durante la Segunda Guerra Mundial, que sometió a muchas mujeres a esclavitud sexual y violaciones y eso nunca se investigó. Los tribunales japoneses estaban rechazando las demandas de las sobrevivientes, que son poquitas. A mí me interesó. Eran mujeres de nueve países, las dos Coreas, China, Taiwan, Malasia, Indonesia, Timor Oriental y las holandesas y el propio Japón. Países que habían sido invadidos durante la guerra.
–De hecho, funcionó como una especie de tribunal penal internacional.
–Sí, aunque en este caso tenía más carácter simbólico. El año pasado, después de un duro trabajo de preparación, estuve unos diez días en Tokio; fueron tres días de audiencias muy largas y muy duras por las declaraciones de las sobrevivientes. Era muy terrible, algunas eran criaturitas cuando las secuestraron y ahora son mujeres grandes, algunas con bastón, otras con muletas o sillas de ruedas, muy marcadas porque durante 55 años no habían podido hablar. La gente no las entendía o las rechazaba, ellas mismas se sentían mal, porque se sentían culpables de algo que no lo eran de ninguna manera, pero esto es una cuestión social porque las hacían sentir culpables, acá pasa lo mismo con personas que han sido violadas. Nuestro tribunal fue convocado por ONG de mujeres y fue simbólico. Pero a raíz de ese trabajo, toda la gente con la que estuve trabajando, Gabrielle Kirk McDonald, un profesor de la Universidad de Kenia que está trabajando en temas de derechos humanos de la ONU, Rhonda Copeland, que es profesora de la Universidad de Nueva York, Christine Chikin, que está en Londres, Patricia Viseur-Sellers, de la Fiscalía del Tribunal de Yugoslavia, me ofrecieron incorporarme al tribunal penal por los crímenes de guerra cometidos en la ex Yugoslavia.
–Pero los integrantes a este tipo de organismos internacionales deben ser propuestos por sus gobiernos...
–Así es, y yo no sabía si ya había sido propuesto alguien del país. Me ofrecieron también que si Argentina no lo hacía, Canadá estaba dispuesto a proponerme. Lo cierto es que la Cancillería todavía no había propuesto a nadie. Finalmente estas ONG se comunicaron con el canciller y con Leandro Despouy, me pidieron un currículum y me propusieron. Pasé el visto bueno del Consejo de Seguridad. Me advirtieron que en la primera votación casi ningún nominado conseguía los votos necesarios. El martes me llamaron del Ministerio de Relaciones Exteriores para avisarme que en la primera votación había sacado 30 votos más de los necesarios y a partir de allí he recibido una cantidad de llamados y se me llenó el correo electrónico. Creo que ya fueron designados todos los jueces que se necesitaban. Ahora habrá que esperar la designación oficial y después seremos convocados para tratar determinado caso.
–En general los crímenes de violencia sexual contra las mujeres en las guerras fueron tomados hasta ahora, como algo propio de las guerras más que como delitos.
–Estos delitos son tan viejos como la humanidad. Porque era una forma de hacerle sentir al enemigo que había perdido la guerra y que no valía nada, era una forma de reforzar la invasión y demostrar que eran los dueños, los propietarios. Es más viejo que el mundo, basta con leer La Ilíada, no es nuevo. Lo que pasa es que como el mundo ha tratado a las mujeres como ciudadanos de segunda o como no personas, porque todo el mundo se olvida de que por ejemplo para la Iglesia Católica hubo que hacer un concilio para decidir si las mujeres tenían alma, antes parece que no teníamos. Lo cierto es que nunca se escuchó a las mujeres. Entonces estos delitos eran considerados como un producto de la guerra, como si fuera natural un crimen que es horroroso, porque atenta no solamente contra la salud física, sino también contra la salud mental y la dignidad de la persona.
–En ese sentido, el tribunal de Tokio sentó un precedente muy importante.
–La idea de este tribunal de Tokio donde estuve el año pasado, como lo que está pasando ya con algunos fallos del tribunal de Ruanda y del tribunal de la ex Yugoslavia, es advertir que esto no es una consecuencia natural e inevitable de la guerra. Esto se puede no hacer y si se hace es castigable. Por eso están peleando estas ONG para que haya más mujeres. Si uno lee algunos de los fallos del tribunal de Ruanda, es increíble las atrocidades que pueden cometer los seres humanos. Puede suceder entonces que este tipo de delitos pasan como menores en ese contexto, pero no pueden pasar así porque las consecuencias son muy terribles, marcan y destrozan a una mujer para toda la vida. Algunas de las víctimas del tribunal de Tokio nos decían que después no se pudieron casar y además se tuvieron que ir de donde vivían porque una de ellas era la hermana mayor y mientras ella no se casara, las demás tampoco podían hacerlo. Esta mujer no pudo soportar nunca más la cercanía de un hombre después de lo que le había pasado.
–¿Este tipo de delitos son planificados, forman parte de una estrategia militar de ocupación o de eliminación étnica, porque no faltará quien diga que se trata de excesos?
–Son planificados y se ejercen en forma sistemática para generar temor; las mujeres son repudiadas y marginadas de su comunidad. Las consecuencias son mucho más terribles de lo que se pueda pensar. Una de las víctimas chinas nos contó que se la habían llevado, hacían tráfico con ellas, las llevaban a un lugar que no conocían con idiomas y climas distintos. Esta mujer enfermó de malaria, tuvo un hijo que murió por esta enfermedad y ella se sintió culpable toda la vida por la muerte de su hijo. Es común en este tipo de acciones de violencia, hacerle sentir a la víctima que es culpable. Pero las mujeres cada vez se animan más a hacer denuncias. Eldía que estábamos redactando el juicio preliminar después de los tres días de audiencias, en Tokio, se hizo una audiencia pública con la presencia de mujeres de países donde hay conflictos armados y donde se están maltratando a mujeres. Hubo gente de Chiapas, de Colombia, de Guatemala, de Sierra Leona, de Kosovo, de Timor Oriental. Todas esas mujeres dijeron: “No nos vamos a callar 50 años” y por eso están apareciendo las denuncias y ya ha habido fallos. En Yugoslavia ha habido uno a principio de año, contra dos militares por esclavitud sexual de mujeres secuestradas en un operativo de guerra. Cuando se leen esos testimonios, se ven cosas espantosas, yo sé que es un trabajo duro, un desafío, pero es bueno aceptar desafíos. El problema es que uno pueda.
–La mujer es doblemente victimizada en los conflictos armados, pero al mismo tiempo es la que demuestra mayor capacidad de reacción, como sucedió aquí con las Madres de Plaza de Mayo...
–Es increíble la fuerza de las mujeres. Y después se habla del sexo débil. Pero igual que aquí en la Argentina donde las denuncias las empezaron las mujeres, las Madres de Plaza de Mayo, lo mismo pasó en Yugoslavia. Un amigo mío dice que si Dios hubiera querido despoblar el mundo, le hubiera dado también la posibilidad de parir a los hombres. Hubiera habido muchos menos nacimientos.

 

¿POR QUE CARMEN MARIA ARGIBAY?
Por Luis Bruschtein

En el derecho internacional

El tribunal especial para los crímenes de guerra en la ex Yugoslavia está integrado por alrededor de 20 jueces de distintos países. Ahora se han incorporado 27 más y uno de ellos es la jueza Carmen María Argibay, la única de Argentina. Este último grupo de jueces no se asienta en Ginebra, Suiza, sede del tribunal, sino que son convocados para atender casos puntuales. Sin embargo el proceso de selección es muy riguroso y deben ser aprobados, de acuerdo con sus currículas, en las Naciones Unidas. Así esta designación se convierte en un antecedente muy importante en la carrera de la Justicia. El derecho penal internacional es el área de la Justicia que más se ha transformado y avanzado en los últimos años con las nuevas legislaciones sobre derechos humanos en cada país y los nuevos tratados internacionales. Muchas veces estos avances se producen a pesar de la renuencia de los gobiernos.
En el caso de la jueza Carmen María Argibay resulta interesante que su aproximación a la temática de los derechos humanos se dé en dos niveles. En principio, porque ella misma fue víctima de estos delitos al ser detenida sin causa durante la dictadura militar en Argentina. Y además por su preocupación por delitos comunes en las guerras, pero que históricamente casi no han sido tenidos en cuenta, como los delitos de violencia sexual contra las mujeres.

 

PRINCIPAL