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Descontrol

Por Antonio Dal Masetto

Desde hace un tiempo me persigue una pesadilla. Un puñado de nieve se desprende en la punta de una montaña, empieza a rodar, se convierte en una pelota cada vez más grande y me despierto cuando superó los cien metros de diámetro y está a veinte centímetros de mi cama. Esta noche me desperté en seis oportunidades. Finalmente me levanto, salgo del departamento y en el hall de entrada me encuentro con todos los vecinos que han sido expulsados del lecho por el mismo problema. Deliberamos y llegamos a la siguiente conclusión: nuestras pesadillas son producto de los acontecimientos judiciales que día a día seguimos en la tele y en los diarios. Cada hora que pasa hay nuevos procesados, el desfile en las escaleras de los Tribunales es incesante. Todos suben y ninguno baja. Es una cosa de nunca acabar.
–Necesitamos dormir– decimos.
Nos dirigimos en tropel a la farmacia para pedir algún té, algún sedante. En la farmacia nos encontramos con la Corte Suprema de Justicia en pleno, pidiendo ayuda lo mismo que nosotros.
–¿Ustedes tampoco pueden dormir, Sus Señorías? ¿También sueñan con la bola de nieve?– preguntamos.
–Cada noche –nos contestan–. Una bola que se agiganta y a su paso arrastra funcionarios, políticos, banqueros, militares, abogados, escribanos, personajes de la farándula, ejecutivos, editores, comunicadores sociales, economistas, agentes de bolsa. La lista no termina más. Todos van a parar a Tribunales. Alguien volvió a abrir la bolsa de piel de buey donde Eolo había encerrado los vientos para que Ulises pudiera volver tranquilo a Itaca, otra vez se desataron las fuerzas de la naturaleza.
–Queremos dormir– imploramos los desvelados de mi edificio.
–Cada nuevo procesado no para de hablar e implica a otros. Los juzgados van a estallar. Estamos con un despropósito entre manos. Nos amenaza la anarquía.
–Necesitamos dormir.
–Poderosas empresas locales y multinacionales con todos los ejecutivos procesados. Ministerios, oficinas públicas, todas descabezadas de un plumazo. Bancos en los que va a estar procesado hasta el cadete. Partidos políticos en lo que va a estar enjuiciado hasta el que lleva el tarro del engrudo en las pegatinas.
–Tenemos sueño.
–Miles de celulares enmudecidos. Los hermosos countries convertidos en páramos. Esposas y niños lagrimeando en las canchas de tenis. Jaurías de perros de raza abandonados a su suerte. Y el desastre social que se nos viene. Cada preso supone una enorme cantidad de gente que se queda sin trabajo: masajistas, institutrices, jardineros, choferes, mucamas, secretarias, profesoras de inglés, cocineros, modelos, joyeros, modistos, cuidadores de caballos pura sangre, guardias de seguridad, importadores de champán francés.
–No damos más de sueño.
–¿Se imaginan los niños del futuro? ¿Qué van a decir los libros de historia? Que hubo una época, la nuestra, en que todas las fuerzas vivas, los dirigentes de la República, se vistieron con el traje a rayas blancas y negras. Un período en que no hubo nuevas estatuas de figuras señeras en las plazas del país.
–¿Y entonces qué hacemos? ¿Seguimos con las pesadillas de la avalancha y la interminable cola de procesados para siempre?
–Estamos a punto de elaborar un recurso legal para declararlos a todos menores de edad y por lo tanto inimputables. Y no se hable más del asunto. Después, tanto ustedes como nosotros nos podremos ir a la cama y dormir tranquilos.
–Bueno, algo es algo. A veces lo peor es más mejor que lo mejor– decimos todos.

 

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