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OPINION

El regreso de la violencia

Por James Neilson

Una cosa es “comprender” la violencia política, atribuyéndola a situaciones límite, pero otra muy distinta es legitimarla afirmando que dadas las circunstancias el gobierno tiene el deber moral de ceder ante ella. El día en que una proporción suficiente de “dirigentes”, trátese de políticos, sindicalistas o intelectuales, decidan que la sociedad argentina es tan monstruosamente injusta que es perfectamente lícito rebelarse contra la ley, el país entrará una vez más en una zona que ya conoce muy bien, una que se ve signada por la violencia en que, como es lógico, siempre ganan los más fuertes. ¿Serían éstos los “piqueteros”, los desocupados y los “estructuralmente pobres”? ¿Los depauperados que están cayendo de la clase media? Claro que no. A menos que un caudillo ambicioso diera algunos mendrugos a cambio de su colaboración a los que han aportado pruebas de su talento para organizar protestas, la violencia sería puesta al servicio de los “de arriba” que, como es su costumbre, se defenderían sin preocuparse demasiado por los intereses ajenos.
Así las cosas, es alarmante la voluntad de quienes se sienten indignados por la miseria que campea por buena parte del país de reivindicar a los especialistas en cortar rutas y de mofarse de los que sospechan que individuos de aspiraciones nada progresistas se han dedicado a echar nafta sobre los incendios que se han declarado. Lo es porque de difundirse mucho más la idea de que “los políticos” sean una manga de corruptos, el presidente un inútil que ni siquiera sea capaz de gobernar a su propio gabinete y que haya que destruir el “modelo” económico sin disponer antes del esbozo de una .alternativa, el país volverá a lo que era cuando los más concordaban en que lo que necesitaba era una mano muy dura.
Puede que en la actualidad los frustrados constituyan una mayoría abrumadora, pero esto no significa que de producirse una ruptura muchos se solidarizarían con los que dicen querer un arreglo social más justo, algunos de los cuales parecen estar resueltos a cavar su propia tumba, acaso con la esperanza de que si sucediera lo peor tendrían la posibilidad de proclamarse triunfadores morales. Lo más probable sería que el grueso de la población, incluyendo a muchos indigentes, terminara encolumnándose tras una versión presuntamente civil del general Videla que estuviera dispuesta a insinuar que los problemas del país tienen mucho que ver con la “subversión” tanto política como intelectual y que, claro está, aplicaría con celo furioso recetas económicas que serían todavía más “derechistas” que las ensayadas por la Alianza.


 

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