Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

LA 49ª BIENAL INTERNACIONAL DE ARTES VISUALES
Venecia vista como turista

 

Ser o no ser turista: ésa es la cuestión en Venecia. Arte y ciudad compiten de manera despareja. Definiciones sobre el arte del siglo XX. La invasión brasileña y otras cuestiones.

 

 

Por Fabián Lebenglik
Desde Venecia

Aquella división tajante que trazó Paul Bowles para sí, entre el viajero y el turista, privilegiaba, por supuesto, la condición vital del viajero y el flanêur, derivada de una aventura cultural, contra aquella más trivial del turista, derivada de la cultura general y del comercio.
Pero la ciudad de Venecia coloca al visitante inmediatamente en la categoría del turista. En este sentido, la razón turística, la del paseante y del que hace shopping, tiene mucho que ver con el funcionamiento de la Bienal de Venecia, con el trazado de un itinerario prefijado, que sitúa al visitante en determinados lugares preestablecidos durante algunos minutos, para hacerlo experimentar la sensación de la novedad.
Arte y mercado (mercado como lugar de concurrencia multitudinaria al que se va para “adquirir”, en este caso, saberes y experiencias) van de la mano en Venecia, y la Bienal misma es un gran mercado visual, sonoro, olfativo y táctil, en un contexto privilegiado. El marco de San Marco es virtualmente insuperable y se mantiene tal como lo pintaron los maestros venecianos de la luz y el color.
La Bienal de San Pablo, por ejemplo, se ofrece desde hace más de medio siglo en el marco de una megalópolis contradictoria e inabarcable, que se debate, como Buenos Aires, entre el primero y el tercer mundo.
La Documenta se muestra en una ciudad anodina y neutra como Kassel. Pero La Bienal Internacional de Venecia es la más antigua (se inauguró en 1895) y la única que nunca va a poder competir parejamente contra el contexto soñado en que se exhibe.
La Bienal de Venecia se divide en dos grandes sectores: por una parte la muestra internacional, que se desarrolla con 125 artistas de los cinco continentes, seleccionados por el curador general Harald Szeemann. Y por la otra los envíos nacionales, con unos 160 artistas elegidos por las respectivas cancillerías de cada uno de los países participantes.
La mayor parte de la Bienal se desarrolla en los jardines públicos de la ciudad –Giardini di Castello– y en la zona aledánea del Arsenal. Pero también hay mucha actividad que invade palacios, iglesias y demás monumentos dispersos por casi toda la ciudad de Venecia.
La consigna convocante de esta nueva edición, “Plateau de la Humanidad”, es lo suficientemente flexible y abarcadora como para no considerársela un tema. Es, más bien, un título que funciona como una actitud respecto de la selección de la muestra internacional hecha por Szeemann y también funciona como una pauta para los envíos nacionales. La idea es que la Bienal sirva, desde la perspectiva de las artes, como un lugar desde donde reflexionar, evaluar, criticar y mostrar las condiciones de vida actuales que el mundo ofrece al ser humano.
La muestra internacional se desarrolla en los Giardini y el Arsenal, mientras que los envíos nacionales se llevan a cabo en los pabellones nacionales de los Giardini y en varios palacios y museos de la ciudad.
La curaduría oficial comienza en al Pabellón Italia y se cierra en el Isoloto y los Giardini delle Vergini. Como se trata de la primera del siglo XXI, la presente edición no pudo eludir la tentación de hacer alguna afirmación general respecto del arte del siglo XX.
La afirmación tiene su gracia y su grado de verdad porque establece una suerte de paradigma artístico del siglo XX: en el pabellón italiano, el “Plateau...” se abre con la escultura “El caminante”, de Auguste Rodin y al final del recorrido se cierra con obras y artistas que ofician también como cierre de ciclo y de siglo: tres impactantes instalaciones de Joseph Beuys, la más elocuente de las cuales es “El fin del siglo XX” (una serie de bloques de piedra distribuidos en un gran galpón, que parecenfragmentos de una construcción perdida), pero no le van a la saga las impresionantes construcciones de Richard Serra (dos monumentales laberintos de hierro espiralados y claustrofóbicos, dentro de los cuales es posible transitar y “perderse” ). También la obra de los ucranianos Ilya y Emilia Kabakov (una construcción escenográfica que reproduce una estación de trenes a escala real, en la que se ve alejarse el último vagón de una formación, que lleva el cartel “Futuro” y tiene un título revelador: “No todos serán llevados al Futuro”); así como la irónica pieza de Maurizio Cattelan (una escultura hiperrealista en la que se ve al Papa tirado en el piso y semiaplastado por un auténtico meteorito) denominada burlonamente “La nona ora”.
La afirmación implícita del curador de la Bienal afirma que el siglo XX se abre con la modernidad de Rodin –uno de los primeros escultores que supo marcar la autonomía del arte, esto es, la separación entre lenguaje artístico y representación– y se cierra con la desconcertante y ascética poesía visual, la ambigüedad y la fragmentación de la obra de Beuys, “El fin del siglo XX”.
Navegando por el Gran Canal, el vaporetto llega a la parada “Giardini” y deja a los turistas ante la puerta de la Bienal.
Allí, entre un tranquilo restaurante y las rejas que cercan los jardines, se levanta un gigantesco cartel en forma de libro que anuncia la entrada de la Bienal de Venecia. Eso sí: todo el interancionalismo se acaba con cuatro idiomas porque el gran libro/cartel repite el título de la Bienal en sólo cuatro idiomas: italiano, inglés, alemán y francés. De español y el portugués, por ejemplo, ni noticias, con lo cual se omite olímpicamente a toda américa latina.
Pero a propósito del portugués, y dado que la participación argentina ya fue relatada por quien firma estas líneas en el envío del martes pasado, no puede dejar de mencionarse la espectacular presencia brasileña en Venecia, con el sello del banquero y empresario de las artes Edemar Cid Ferreira, quien organizó el año pasado la gran muestra en 14 secciones que celebraba los 500 años de Brasil, en Río y San Pablo y cuya síntesis –de cuatro capítulos– se exhibió recientemente en Buenos Aires como punto de partida de una exhibición que estará itinerando por el mundo durante varios años.
Cid Ferreira coloca, con astucia, el arte de su país como ariete cultural para conectar Brasil con el mundo a través de grandes exposiciones. El empresario inventó la marca BrasilConnects (sic) como emblema de la conectividad contemporánea, y como un modo de conjugar la cultura pasada y presente con los negocios futuros.
En todos los medios nacionales de Brasil aparecieron avisos como el publicado a dos páginas en la revista Veja, la semana previa a la inauguración de la Bienal de Venecia, que decía: “Brasil Connects Venecia, 49ª Bienal de Venecia –junio a noviembre de 2001–: el arte brasileño está invadiendo Venecia. Además de la representación oficial de Brasil en la 49ª Bienal de Venecia, organizada junto con la Fundación Bienal de San Pablo, BrasilConnects –nueva marca de la Asociación Brasil+500– va a realizar tres exposiciones más en importantes espacios de la ciudad, conectando, a través de la artes, a Brasil con el mundo”.
El envío oficial brasileño en el pabellón nacional de los Giardini, se compone de una instalación de Ernesto Neto (uno de los artistas más exhibidos en la Bienal, ya que está presente en tres lugares) con telas elásticas traslúcidas y una serie especias bien reconocibles, que ofrecen un ambiente en el que los visitantes se sumergen y se aíslan en un entorno sensual, táctil, visual y olfativo. Por otra parte, un excelente conjunto de enormes cuadros fragmentarios de Vik Muñiz, realizados por la yuxtaposición de pequeños cuadraditos de los muestrarios de pantone, utilizados como si fueran pixeles del monitor de la computadora. Asíconstruye cuadros “pixelados” que funcionan como dobles citas simultáneas, por una parte de la materialidad de la pintura (los muestrarios pantone) y por la otra citas (“D’apres...” ) de la historia de la pintura moderna y contemporánea.
Para el resto del operativo Brasil en la Bienal –3 muestras más–, Cid Ferreira contrató al curador Germano Celant, destacado crítico y teórico italiano, quien fuera curador de la Bienal de Venecia en la edición anterior a las dos dirigidas por Szeemann. Celant le abrió las puertas de Venecia y consiguió exhibir arte brasileño en lugares privilegiados como el Palazzo Fortuny (con muestras distintas de Neto y Muñiz y, en otra planta, una selección de vestidos de carnaval de Carmen Miranda); la Iglesia San Giacomo Dell’Orio (con imágenes negras del Barroco) y la exquisita Colección Peggy Guggenheim, que funciona en el Palazzo Venier dei Leoni, sobre el Gran Canal. En medio de la colección Guggenheim donde se ve un resumen impecable del arte del siglo XX, los brasileños lograron incluir obra de Tunga y del fotógrafo y cineasta Miguel Rio Branco. Como colofón, se exhibe una muestra de Severini, que abarca sus años futuristas y dos cuadros magníficos de 1913 que llevan el título “Tango argentino”. Continuará.

 

 

PRINCIPAL