Por
Fabián Lebenglik
Desde Venecia
Aquella
división tajante que trazó Paul Bowles para sí, entre
el viajero y el turista, privilegiaba, por supuesto, la condición
vital del viajero y el flanêur, derivada de una aventura cultural,
contra aquella más trivial del turista, derivada de la cultura
general y del comercio.
Pero la ciudad de Venecia coloca al visitante inmediatamente en la categoría
del turista. En este sentido, la razón turística, la del
paseante y del que hace shopping, tiene mucho que ver con el funcionamiento
de la Bienal de Venecia, con el trazado de un itinerario prefijado, que
sitúa al visitante en determinados lugares preestablecidos durante
algunos minutos, para hacerlo experimentar la sensación de la novedad.
Arte y mercado (mercado como lugar de concurrencia multitudinaria al que
se va para adquirir, en este caso, saberes y experiencias)
van de la mano en Venecia, y la Bienal misma es un gran mercado visual,
sonoro, olfativo y táctil, en un contexto privilegiado. El marco
de San Marco es virtualmente insuperable y se mantiene tal como lo pintaron
los maestros venecianos de la luz y el color.
La Bienal de San Pablo, por ejemplo, se ofrece desde hace más de
medio siglo en el marco de una megalópolis contradictoria e inabarcable,
que se debate, como Buenos Aires, entre el primero y el tercer mundo.
La Documenta se muestra en una ciudad anodina y neutra como Kassel. Pero
La Bienal Internacional de Venecia es la más antigua (se inauguró
en 1895) y la única que nunca va a poder competir parejamente contra
el contexto soñado en que se exhibe.
La Bienal
de Venecia se divide en dos grandes sectores: por una parte la muestra
internacional, que se desarrolla con 125 artistas de los cinco continentes,
seleccionados por el curador general Harald Szeemann. Y por la otra los
envíos nacionales, con unos 160 artistas elegidos por las respectivas
cancillerías de cada uno de los países participantes.
La mayor parte de la Bienal se desarrolla en los jardines públicos
de la ciudad Giardini di Castello y en la zona aledánea
del Arsenal. Pero también hay mucha actividad que invade palacios,
iglesias y demás monumentos dispersos por casi toda la ciudad de
Venecia.
La consigna convocante de esta nueva edición, Plateau de
la Humanidad, es lo suficientemente flexible y abarcadora como para
no considerársela un tema. Es, más bien, un título
que funciona como una actitud respecto de la selección de la muestra
internacional hecha por Szeemann y también funciona como una pauta
para los envíos nacionales. La idea es que la Bienal sirva, desde
la perspectiva de las artes, como un lugar desde donde reflexionar, evaluar,
criticar y mostrar las condiciones de vida actuales que el mundo ofrece
al ser humano.
La muestra internacional se desarrolla en los Giardini y el Arsenal, mientras
que los envíos nacionales se llevan a cabo en los pabellones nacionales
de los Giardini y en varios palacios y museos de la ciudad.
La curaduría oficial comienza en al Pabellón Italia y se
cierra en el Isoloto y los Giardini delle Vergini. Como se trata de la
primera del siglo XXI, la presente edición no pudo eludir la tentación
de hacer alguna afirmación general respecto del arte del siglo
XX.
La afirmación tiene su gracia y su grado de verdad porque establece
una suerte de paradigma artístico del siglo XX: en el pabellón
italiano, el Plateau... se abre con la escultura El
caminante, de Auguste Rodin y al final del recorrido se cierra con
obras y artistas que ofician también como cierre de ciclo y de
siglo: tres impactantes instalaciones de Joseph Beuys, la más elocuente
de las cuales es El fin del siglo XX (una serie de bloques
de piedra distribuidos en un gran galpón, que parecenfragmentos
de una construcción perdida), pero no le van a la saga las impresionantes
construcciones de Richard Serra (dos monumentales laberintos de hierro
espiralados y claustrofóbicos, dentro de los cuales es posible
transitar y perderse ). También la obra de los ucranianos
Ilya y Emilia Kabakov (una construcción escenográfica que
reproduce una estación de trenes a escala real, en la que se ve
alejarse el último vagón de una formación, que lleva
el cartel Futuro y tiene un título revelador: No
todos serán llevados al Futuro); así como la irónica
pieza de Maurizio Cattelan (una escultura hiperrealista en la que se ve
al Papa tirado en el piso y semiaplastado por un auténtico meteorito)
denominada burlonamente La nona ora.
La afirmación implícita del curador de la Bienal afirma
que el siglo XX se abre con la modernidad de Rodin uno de los primeros
escultores que supo marcar la autonomía del arte, esto es, la separación
entre lenguaje artístico y representación y se cierra
con la desconcertante y ascética poesía visual, la ambigüedad
y la fragmentación de la obra de Beuys, El fin del siglo
XX.
Navegando por el Gran Canal, el vaporetto llega a la parada Giardini
y deja a los turistas ante la puerta de la Bienal.
Allí, entre un tranquilo restaurante y las rejas que cercan los
jardines, se levanta un gigantesco cartel en forma de libro que anuncia
la entrada de la Bienal de Venecia. Eso sí: todo el interancionalismo
se acaba con cuatro idiomas porque el gran libro/cartel repite el título
de la Bienal en sólo cuatro idiomas: italiano, inglés, alemán
y francés. De español y el portugués, por ejemplo,
ni noticias, con lo cual se omite olímpicamente a toda américa
latina.
Pero a propósito del portugués, y dado que la participación
argentina ya fue relatada por quien firma estas líneas en el envío
del martes pasado, no puede dejar de mencionarse la espectacular presencia
brasileña en Venecia, con el sello del banquero y empresario de
las artes Edemar Cid Ferreira, quien organizó el año pasado
la gran muestra en 14 secciones que celebraba los 500 años de Brasil,
en Río y San Pablo y cuya síntesis de cuatro capítulos
se exhibió recientemente en Buenos Aires como punto de partida
de una exhibición que estará itinerando por el mundo durante
varios años.
Cid Ferreira coloca, con astucia, el arte de su país como ariete
cultural para conectar Brasil con el mundo a través de grandes
exposiciones. El empresario inventó la marca BrasilConnects (sic)
como emblema de la conectividad contemporánea, y como un modo de
conjugar la cultura pasada y presente con los negocios futuros.
En todos
los medios nacionales de Brasil aparecieron avisos como el publicado a
dos páginas en la revista Veja, la semana previa a la inauguración
de la Bienal de Venecia, que decía: Brasil Connects Venecia,
49ª Bienal de Venecia junio a noviembre de 2001: el arte
brasileño está invadiendo Venecia. Además de la representación
oficial de Brasil en la 49ª Bienal de Venecia, organizada junto con
la Fundación Bienal de San Pablo, BrasilConnects nueva marca
de la Asociación Brasil+500 va a realizar tres exposiciones
más en importantes espacios de la ciudad, conectando, a través
de la artes, a Brasil con el mundo.
El envío oficial brasileño en el pabellón nacional
de los Giardini, se compone de una instalación de Ernesto Neto
(uno de los artistas más exhibidos en la Bienal, ya que está
presente en tres lugares) con telas elásticas traslúcidas
y una serie especias bien reconocibles, que ofrecen un ambiente en el
que los visitantes se sumergen y se aíslan en un entorno sensual,
táctil, visual y olfativo. Por otra parte, un excelente conjunto
de enormes cuadros fragmentarios de Vik Muñiz, realizados por la
yuxtaposición de pequeños cuadraditos de los muestrarios
de pantone, utilizados como si fueran pixeles del monitor de la computadora.
Asíconstruye cuadros pixelados que funcionan como dobles
citas simultáneas, por una parte de la materialidad de la pintura
(los muestrarios pantone) y por la otra citas (Dapres...
) de la historia de la pintura moderna y contemporánea.
Para el resto del operativo Brasil en la Bienal 3 muestras más,
Cid Ferreira contrató al curador Germano Celant, destacado crítico
y teórico italiano, quien fuera curador de la Bienal de Venecia
en la edición anterior a las dos dirigidas por Szeemann. Celant
le abrió las puertas de Venecia y consiguió exhibir arte
brasileño en lugares privilegiados como el Palazzo Fortuny (con
muestras distintas de Neto y Muñiz y, en otra planta, una selección
de vestidos de carnaval de Carmen Miranda); la Iglesia San Giacomo DellOrio
(con imágenes negras del Barroco) y la exquisita Colección
Peggy Guggenheim, que funciona en el Palazzo Venier dei Leoni, sobre el
Gran Canal. En medio de la colección Guggenheim donde se ve un
resumen impecable del arte del siglo XX, los brasileños lograron
incluir obra de Tunga y del fotógrafo y cineasta Miguel Rio Branco.
Como colofón, se exhibe una muestra de Severini, que abarca sus
años futuristas y dos cuadros magníficos de 1913 que llevan
el título Tango argentino. Continuará.
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