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ACTUO LA FILARMONICA DE NUEVA YORK
Inmaculada perfección

Felicity Lott fue paralizante en las �4 Ultimas Canciones� de Richard Strauss. Kurt Masur careció de chispa en la �Sinfonía Nº 4� de Bruckner. Y la orquesta ratificó su apabullante calidad.

Kurt Masur dirige con
prolijísima falta de explosión.
La Filarmónica de Nueva York
es brillante en todas sus filas.

Por Diego Fischerman

El musicólogo Carl Dahlhaus caracteriza las obras tardías casi como un género en sí. Lo que las caracteriza, dice, es el estar fuera de su tiempo. Las 4 Ultimas Canciones de Richard Strauss son, desde ya, obras tardías. Y lo son en más de un sentido. Tal vez, su estar “fuera del tiempo” resulta en un sentido opuesto al de composiciones como los últimos cuartetos para cuerdas de Beethoven, por ejemplo. Estos se proyectan, incomprendidos, incapaces de comunicarse con sus contemporáneos, hacia el futuro; las canciones de Strauss lo hacen hacia el pasado. Escritas en 1948 sobre tres poemas de Hermann Hesse y uno de Joseph von Eichendorff, estas obras remiten a un estilo abandonado al que, sin embargo, le extrae un último e insospechado aliento.
La interpretación paralizante de la soprano inglesa Felicity Lott junto a la Filarmónica de Nueva York, en su debut en Buenos Aires, estuvo también, en algún sentido, fuera del tiempo. Su dimensión fue etérea, ideal. Sería imposible imaginarse mayor delicadeza y elegancia. Como Gundula Janowitz en el pasado, Lott logra poner en relieve la cualidad mágica, extraterrena, de estas canciones. Kurt Masur, a pesar de ese estilo algo plano que lo caracteriza –donde la máxima corrección se da la mano con la falta de ignición, con la posibilidad del encendido rápido que tenían los crescendi de Toscanini o esa tensión eléctrica de la que son capaces Abbado o Rattle–, logró una singular intensidad en el entretejido orquestal que bordea la línea de canto casi sin descanso.
La segunda parte del concierto fue menos interesante. Por un lado por la mencionada carencia de chispa en su director. Por otro, por la particular química entre este aburrimiento meticuloso que tan bien coincide con los prejuicios acerca de la cultura en la ex Alemania oriental (de la que Masur es un producto acabado) y una obra como la Cuarta de Bruckner, donde las grietas y desórdenes sólo pueden ser convertidos en obra maestra en tanto no intentes ser disimulados. Donde sus dudas y redundancias puedan ser explicitadas como drama central, tal como sucedió en la memorable interpretación que condujo Daniel Barenboim en esta ciudad. La Obertura de Los Maestros Cantores de Wagner y una Fanfarría sobre “América” de Leonard Bernstein (tocada solo por los bronces) fueron los bises y alcanzaron para ratificar la perfección de la principal orquesta del centro del mundo.

 


 

UN ESPECTACULO DEDICADO AL LIGETI DE LOS ‘60
El humor no quita la vanguardia

Por D.F.

Si la parte frívola del historicismo puede encontrarse en esos grupos un poco lastimosos cuyos integrantes se disfrazan de trovadores para interpretar música del medioevo, la apuesta de Marcelo Lombardero, en su régie de este espectáculo dedicado a mostrar parte de la producción del compositor György Ligeti en los años ‘60, parodia esa idea. “Puesta de época”, en palabras de su director escénico, aquí desde los vestuarios hasta las luces y algunas de las actitudes de los personajes remiten al imaginario de esos años. Las Aventuras y Nuevas Aventuras trabajan sobre fonemas sin significado pero, al mismo tiempo, sobre modos de emisión y articulación que remiten a conductas precisas. Esta versión, interpretada magníficamente por los tres cantantes (Kathryn Power, Marta Cullerés y el propio Lombardero) y una orquesta dirigida con precisión por Gerardo Gandini, se construye a partir de microescenas dramáticas en las que el humor aparece como rasgo esencial. El programa se completa con Articulaciones (una pieza electrónica que se pasa con la sala a oscuras), el Poema Sinfónico para 100 metrónomos y Continuum para clave.

 

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