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EMPEZO EL JUICIO A CINCO POLICIAS POR EXTORSIONAR A UN HOMBRE
Estrategia, destruir a la víctima

Defendidos por Cúneo Libarona y los destituidos Schlagel y Branca, los policías
mostraron ayer su estrategia: desacreditar todo lo que dijo el acusador en base a
sus antecedentes policiales y hasta a los de sus hijos.

El inspector Machado dijo que Meza era un �buche� que quería venderles información.

Desiderio Meza acusó a los policías de extorsionarlo para no inventarle una causa.

Por Cristian Alarcón

–¿Qué era lo que le merecía a ustedes la confianza sobre un “buche” que nunca antes les había dado datos? –le preguntó ayer el fiscal a uno de los policías acusados de extorsionar a un comerciante de Barracas, que los grabó con una cámara oculta.
–Es que el hombre está en el tema. Si la charla la tengo con Rififí sobre tráfico de joyas, sé que la fuente es idónea –respondió con exageración el capo de la brigada de la Comisaría 30.
El ejemplo dejaba clara la estrategia que ayer un cuerpo estelar de abogados de los policías puso en marcha para, a falta de pruebas, desacreditar de entrada a la víctima, Desiderio Meza, apelando a las causas penales por delitos menores que figuran en su casi cómico prontuario. El caso tiene sus paradojas: es una trama en la que amenazando con inventar una causa extorsionan a una persona. A su vez, dos de los defensores de los acusados de extorsión fueron secretario y juez, pero terminaron presos, uno por inventar causas y el otro aún no juzgado, por contrabando. Lo cierto es que ayer desde una especie de diagnóstico criminal del barrio, hasta las causas judiciales de sus hijos valieron para intentar combatir la historia que tiene a los policías en la cárcel hace 14 meses, y al borde de una condena de hasta doce años.
La sala de audiencias del juicio oral por la extorsión de la brigada de la comisaría 30 ayer fue toda una pintura. Una pintura, en el sentido del cuadro que con las declaraciones indagatorias de los acusados y luego con la del propio Desiderio, se fue armando de cómo son las relaciones y el funcionamiento de los policías que integran una brigada de la Federal, sea cual fuere la decisión final de los jueces. Por un lado, la historia policial, que apunta a negar absolutamente todo lo que ha dicho la víctima, basados en que “es el más ladrón de los ladrones” –según el cabo Mona– y que como tal los hizo caer en una trampa, atrayéndolos con “datos” sobre un robo que había ocurrido poco antes del 11 de abril del 99, el día que Meza fue golpeado y amenazado frente a su hijo de tres años en la comisaría 30.
Una pintura también por los detalles del relato de Meza, en base al cual están procesados los cinco policías, incluido el subcomisario, y que dan cuenta de un modus operandi que resulta verosímil. “Cualquiera puede pensar que éramos una banda delincuentes”, se horrorizó el inspector Mario Machado, el primer hombre que declaró ayer poco después de las diez.
Podría decirse también que la sala de ayer fue a su manera, o de diferentes maneras, no sólo una pintura sino también una pinturita: el elenco de abogados tenía lo suyo. A un lado, con los policías, el mediático Mariano Cúneo Libarona y su hermano Martín; los socios –uno ex secretario y el otro ex juez– Roberto Schlagel y Carlos Branca, más otros dos letrados no tan famosos. Del otro lado las abogadas de la Coordinadora contra la Represión Policial (Correpi), representantes de la víctima, María del Carmen Verdú y Andrea Sajnovsky, quienes tantas veces tuvieron frente a ellas a policías acusados. Eran las dos únicas mujeres del otro lado del cerco de madera que separa a los protagonistas del juicio del público. Las restantes, sentadas una al lado de la otra, eran todas familiares de los policías y no cesaron a lo largo de la jornada de hacer comentarios sobre la impertinencia de las preguntas de Verdú y el fiscal, y de reírse del estilo definitivamente campechano de Desiderio.
El día fue en definitiva el cruce entre esos dos sectores, los policías atacando a la víctima, y luego la víctima recordando paso a paso –de a ratos con la precariedad de quien no dispone de todas las palabras, pero sin titubeos– cómo fue extorsionado y cómo decidió conectarse “con los derechos humanos” para “buscar justicia”. Si bien fueron tres de los cinco acusados los que aceptaron declarar (se abstuvieron el suboficial Jorge Fernández y el subcomisario Edgardo Cejas) el protagónico fue de Chamorro, a cargo el 11 de abril de la Brigada de la 30. Asesorado, junto al cabo Roque Mona, por los hermanos Cúneo Libarona, llevó sobre sus hombros laresponsabilidad de bajar la línea policial. Para ello largó con una introducción antes de pasar a los hechos: “El 90 por ciento de los detenidos por delitos en la jurisdicción de la comisaría son gente de la zona. Con esto quiero decir que el trabajo de la brigada consiste en conocer a estos personajes. Uno sabe dónde viven, dónde paran, qué tipo de delitos acostumbran. Con respecto a Meza, tiene varias entradas en la 30”. La historia que refrendaron luego los testimonios de sus compañeros de tarea, el cabo Roque Mona y el sargento Diego Castiglione, intenta colocar allí donde la víctima dice que le pegaron, que lo amenazaron, que lo extorsionaron, hechos opuestos. Por ejemplo, el día que Meza dice que lo llevaron a la comisaría con su hijito, los policías sostienen que lo detuvieron por averiguación de antecedentes y que nunca vieron un niño. El día 12 de abril, cuando Meza dice que lo interceptaron cerca de su casa para recordarle que al día siguiente debía entregar los dos mil pesos, ellos aseguran que él les propuso un trato de “buchón”. Darles la dirección de un fabricante de ropa que falsificaba marcas y a los responsables de un robo a Oca. “Tengo una punta, les puedo conseguir dónde viven los tipos estos, y hasta dónde está la mercadería que se llevaron”, dicen que les propuso. “Caímos en una trampa para la que el se valió de un medio de prensa, de la justicia y de la propia Policía Federal”, dijo Chamorro, mientras se movía de un lado a otro en su silla de acusado.
Sobre el día que Desiderio finalmente se encontró con ellos en un bar de Osvaldo Sanz y Montes de Oca para hacer entrega del dinero, los policías juraron que fue para que él los llevara a ver las direcciones de los ladrones a los que “batía”. Sin embargo cuando uno de ellos subió a la camioneta del hombre y le revisó el abdomen, descubrió “la sorpresa y media”: una cámara. Enseguida le quitaron la campera y rompieron la grabación. Con la desgrabación de lo poco que se salvó el viernes Meza intentará a pedido del fiscal reconstruir con más detalle el momento final de la extorsión policíaca.

 


 

EL ROL DE ROBERTO SCHLAGEL COMO ABOGADO
Un condenado que expulsó a otro

Por C.A.

El ex secretario del juez preso Hernán Bernasconi, el pequeño Roberto Schlagel, se la pasó bastante callado durante el juicio oral de ayer, para ser éste su caso más resonante en la segunda etapa de su carrera, después de tres años de cárcel por haber integrado una asociación ilícita que inventaba causas por drogas a famosos. Hasta cerca del final del día, cuando sacó sus garras y sus mañas, que las tiene. Se había ido una periodista que dejó un asiento libre. Entonces pudo entrar uno de los doce hijos de Desiderio Meza, que esperaba desde temprano, y en el día de su cumpleaños, para presenciar la declaración de su padre. No alcanzó a respirar. Cuando Schlagel lo vio salió al cruce: “Su Señoría la persona que entró no puede estar en la sala porque ha sido condenado”, dijo.
Estaba “escrachando” a Eduardo Meza por un robo por el que lo condenaron cuando era menor. El muchacho, de saco azul, y el pelo largo atado como para sala de audiencias, salió murmurando imprecaciones contra la policía. No sabía, dijo después, que el hombre que había invocado el artículo 364 del Código Procesal era el mismo que estuvo preso, que está bajo libertad condicional, a la espera de que se cumplan los ocho años de condena que debe pagar. Es cierto: el código impide que un menor, un condenado o un procesado presencien un juicio. Pero no prohíbe que un abogado en esas mismas condiciones, pero con la matrícula intacta se siente allí, entre los jueces, del lado de la ley. “Es una cuestión de clases y de que los policías saben de la vida privada de los Meza más que yo”, lanzó ayer María del Carmen Verdú, de Correpi.

 

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