Por Esteban Pintos
Desde
Madrid
Las imágenes que se
sucedieron durante el último tramo del show de Divididos, el que
cerró la segunda noche de esta Semana Argentina en Madrid que organizan
las secretarías de Cultura y Turismo nacionales, bien podrían
integrar, cada una con su propia entidad, atractivos inicios de una crónica.
Expresada la tentación, tal vez se pueda caer en ella. Breve ubicación
para el lector: la sala Arena, en donde tocaron Babasónicos, Attaque
77 y el mencionado trío (la aplanadora, aquí también)
en la noche de ayer, hirvió de argentinos fervorosos y algunos
españoles curiosos y/o bien informados sobre algo de este rock
adulto (35 años) apenas intuido hasta ahora. Hoy será el
turno de Javier Malosetti, Fats Fernández y el crédito salteño
Dino Saluzzi, en otro contexto y con otra respuesta, seguramente.
Volviendo al rock. Antes de Divididos, claro, pasaron cosas. El set de
Babasónicos, recargado de este metal rococó-glam que patentaron
como estilo propio, libre de entender como performance de rock duro y
adornada de elementos sonoros retro, tocada con gracia además.
El show de amigos para cantar y poguear que Attaque 77 entregó
en compañía de los amigos españoles que han hecho
en el camino: músicos de Salida Nula, Ska-P, Porretas y Reincidentes.
Dado el ambiente, era de esperar una explosión una vez que comenzara
a caer la catarata de clásicos que Divididos siempre tiene a mano.
Eso comenzó con Cielito lindo, y el momento calma-que-precede-al-pogo
que siempre provoca. Rasputín y Paraguay
mantuvieron la temperatura, pero cuando sonó el riff con que arranca
Sobrio a las piñas (la pregunta ¿Quién
se ha tomado todo el vino, de la Mona Giménez, en versión
aumentada a la AC/DC) todo se desmadró hacia la euforia total.
Las escenas. Primero subieron varios pibes para bailar, abrazar a Mollo
y Arnedo y tirarse sobre la pequeña masa que se agitaba debajo
del escenario. Luego tomó posesión del escenario un morocho
de pelo largo con su bota de vino en las manos, procediendo a ejecutar
el acto de beber delante de las 1500 personas, mientras sonaba esa canción.
Enseguida derramó la bebida sobre las cabecitas que se sacudían
debajo. Primera postal de un show de rock argentino para argentinos enfervorizados,
a un océano de distancia de casa. Después apareció
un gordo a quien Ricardo Mollo identificó como éste
estuvo en Tilcara, Jujuy, y ahora está acá. Cuando
estalló El 38, la invasión se generalizó.
Mientras, se escuchaban frases como en el Oeste está el agite
o y para qué, tanto amor, si de chiquito soy así
y el power trío orgullo nacional estremecías, las paredes.
Resultó gracioso y disfrutable cómo los músicos,
invadidos, empujados, besados, apretujados y toqueteados, se mantuvieron
tocando todo lo mejor que podían. Se los veía disfrutar
con tanto fervor y entrega de esos chicos. Ellos, que se agitaban unos
contra otros, son la mayoría producto de una incesante ola de inmigración
desde Argentina en busca de algo. Así es que gozaban su noche,
la noche en que se subieron al escenario de Divididos lejos de su país.
Se piensa en España como la única puerta posible abierta
en Europa, para el rock argentino, pero eso también es cierto que
costó y mucho. Salvo excepciones, nunca se concretó ningún
ingreso fuerte en este mercado superpoblado de oferta musical. Sin embargo,
esta nueva realidad de creciente población joven argentina dando
vueltas, tratando de sobrevivir en la rozagante España de Primer
Mundo, puede conducir a una lenta infiltración de oído
a oído. La presencia de público español en
la sala, atraído por curiosidad o traído por sus nuevos
amigos, podría ser un caso testigo.
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