Por Cristian Alarcón
De repente nos encerraron,
a los palazos, con balas de goma, con un hidrante, y cargaron con las
topadoras sin respeto dice con una ronquera de lija María
Medina, una mujer que de la mano tiene un racimo de chicos.
A sus espaldas, sobre la avenida Mariano Acosta, quedan los estertores
del combate. Los chicos con las caras cubiertas tiran piedras contra la
policía. ¡Puto!, le gritan a uno que pasa montado
en un caballo.
¡Si me hubieran dejado sacar mis chapas, pero mandaron la
topadora! -se queja una mujer que no se inmuta con las pedradas, mientras
atardece en rojo sobre el Bajo Flores.
Hace dos horas que comenzó el desalojo de un asentamiento en un
predio de siete hectáreas perteneciente al gobierno porteño.
Doscientos uniformados de diez comisarías arremetieron desde tres
puntos estratégicos contra los precarios ranchos que alcanzaron
a estar una semana en pie. El Gobierno denunció la usurpación
a una jueza María Laura Garrigós de Rébori
que ordenó el desalojo. Lo único que podemos hacer ahora
es la contención social, le dijo a Página/12 cuando
ya era de noche la subsecretaria de Promoción Social, Patricia
Desper Vásquez. La policía hizo bien su trabajo,
fue el diagnóstico final de Juan Carlos López, Procurador
General de la ciudad. Hubo heridos, pero anoche no se sabía cuántos.
El predio en el que unas 180 familias de las villas El Carrillo, Tres
y la 1.11-14 se instalaron a lo largo de la semana está ubicado
entre las calles Mariano Acosta, Castañera, Lafuente y Riestra,
junto a las vías del Premetro. Pensado para la instalación
de un polo industrial de desarrollo, en una de sus esquinas tiene un pequeño
plan de viviendas, y en la otra un porción cerrada con paredes
de cemento le corresponde al Círculo de Suboficiales de la Policía
Federal. Nos dieron más todavía porque ellos mismos
estaban defendiendo su tierra. Se mueren de asco si tienen a los villeros
cerca, decía ayer una mujer, buscando una explicación
a la violencia del desalojo, entre los restos de su rancho, cuatro chapas
de cartón y un montón de nylons. Esperaba que una de las
trabajadoras sociales de Promoción Social le tomara sus datos.
A un costado de las casas de material de la calle Riestra hay un pasillo
por donde se entraba al asentamiento. Varias familias se han reunido allí
para emprender la retirada. Muchos son bolivianos. Era un atropello,
toditos ellos entraron sin avisar, salimos por el olor de los malditos
gases, dice una mujer con el bebé en la espalda. Todos los
que la rodean son hijos, nietos, yernos, nueras, cuñadas, el marido
por ahí. Vinieron en el 92 de La Paz y hubo un tiempo en que todos
tenían trabajo. Ahora están todos desocupados. Por
eso mismo es que vinimos. Pagábamos alquiler en la villa, 150 pesos
por una pieza de cuatro por cuatro. Por eso es que consideraron
conveniente pagarle a un tal Omar 350 pesos por el terreno
sobre el que montaron el rancho que ahora arde a sus espaldas, sobre un
terraplén de tierra, entre las siluetas de los policías
que así han culminado con su tarea.
Noemí Ledesma es una mujer argentina de 42 años que hace
uno perdió hasta la última hora de las que trabajaba como
empleada doméstica de la calse media de Flores. Después
de un desalojo cuando ya no pudo pagar el alquiler con sus tres hijos
fue a parar a la casa de su madre, un cuarto de chapas en la villa 3.
Lo que más me duele es que nos quedábamos. Yo no tuve
que pagar, pero sé de una mujer que pagó mil pesos. Y eran
entre 300 y mil, alguien se llenó de plata, dice Ledesma.
La policía hizo una traición, dice Olivia, una
de su vecinas bolivianas. Es que ellos mismos a los cuatro días
que estábamos nos decían `si a ustedes no los echaron hasta
ahora, ya se quedan`, dice Noemí.
Eso mismo repiten otros desalojados. Pero hay varios que le cuentan a
este cronista la ambigüedad policial, siempre relacionada con los
frutos que puede dar la función: por el costado de la calle
Riestra no nos dejaban entrar cosas, ni chapas, ni bolsas, pero ellos
nos pedían plata,diez o quince pesos para pasar y asi seguíamos
armando los ranchos, explica René Ovando, ex tapicero y otro
de los que invirtió lo que tenía para dejar la pieza por
la que ya no podía pagar alquiler en la villa. Yo les daba
un paquete de cigarrillos, dice una mujer desde más allá
de la medialuna de personas que se enciman por contar su historia. Yo
les di tortillas con chicharrones, grita otra, custodiando lo suyo,
y dando de mamar a un chico mientras le acaricia la cabeza a otro que
llora.
¿Quién hizo un negocio con esta nueva desgracia? Nadie recuerda
nombres completos, hablan de Juan, de Omar. Algunos creen que hablaron
con un funcionario de la Comisión Municipal de la Vivienda, pero
oficialmente eso fue desmentido. Les hicieron un censo y creen que oficial.
Pero Julio Maidana, un hombre que dice ser uno de los 21 delegados que
tenía el asentamiento, confirma que lo hicieron ellos, que eran
800 personas, que la mitad eran niños, y la mitad de la otra mitad
mujeres, y que ayer a las cuatro de la tarde, mientras los comisarios
de traje les decían que se retiraran pacíficamente, sin
mediar palabras la caballería, la infantería, la división
perros, la femenina, y diez comisarías avanzaron sobre ellos. De
fondo arden los ranchos de la toma y con la misera a cuesta la muchedumbre
regresa al hacinamiento de las villas.
El gobierno lo respaldó
El gobierno porteño, a través del procurador general
Juan Carlos López, se hizo cargo de las consecuencias del
desalojo en el Bajo Flores y respaldó la actuación
de la policía. La obligación del gobierno es
frenar las ocupaciones ilegales, sobre todo en la zona sur, que
es un lugar que queremos levantar, dijo López a Página/12.
Según explicó el procurador, el Gobierno de la Ciudad
presentó una denuncia penal la semana pasada, al detectar
el ingreso masivo de unas 200 personas en ese predio de 8
hectáreas, un terreno público que está afectado
a la Corporación del Sur, para la construcción de
un polo industrial.
El lugar, explicó, ya estaba habitado por una 20 familias,
instaladas allí desde hace una año, que estaban censadas
y se les iba a dar una solución habitacional. La situación
se complicó el jueves de la semana pasada, cuando comenzó
a ingresar gente que desbordó a los guardias que custodiaban
el lugar.
La jueza dispuso el desalojo por la fuerza pública
y pidió la colaboración del gobierno. Estuvo Defensa
Civil, el SAME, y gente de Promoción Social, para resolver
los casos de los que estaban sin techo
¿No se pudo hacer el desalojo en forma consensuada,
sin represión? -preguntó este diario.
La mayoría de la gente aceptó la medida, pero
hubo un grupo que respondió con piedras. La policía
tenía dos opciones: o retrocedía o avanzaba. Creo
que hicieron bien su trabajo. Usaron gases, pero no pegaron con
palos.
¿Por qué quemaron las casillas?
Las quemó la misma gente. Ni nosotros ni la policía
queremos esa foto.
|
|