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UNA NOCHE RELAJADA EN LA SEMANA ARGENTINA EN MADRID
La pasión, tan lejos de casa

Dino Saluzzi, Fats Fernández y Javier Malosetti protagonizaron otra velada a sala llena en el club Galileo Galilei. A diferencia de las noches anteriores, esta vez hubo mayoría de españoles.

Dino Saluzzi dio lecciones de bandoneón, y hasta se permitió bromear con el conflicto con Aerolíneas.

Por Esteban Pintos
Desde Madrid

El histrionismo de Javier Malosetti, la calidad de Fats Fernández, el vuelo creativo de Dino Saluzzi. Las tres, definiciones posibles para la noche encargada al jazz –aunque dentro de su paraguas protector quepan todas las variantes posibles de la buena música–, en esta exitosa (en términos de público y artísticos) Primera Semana Argentina en Madrid. Ayer fue un día agitado en esta ciudad: un nuevo atentado de ETA sacudió una, a ojos argentinos al menos, relajada realidad. Problemas hay en todos lados, pero aquí parecen menos dramáticos y también mucho más posibles de solucionar que en el sur de América. Sin embargo, una bicicleta bomba con 4 kilos de explosivos que explotó frente a la casa de un general español, dejando como saldo más de 15 heridos y una sensación de inseguridad latente, hace pensar que hay otros problemas que también se ven difíciles de resolver. Cada cual con su cruz. No muy lejos de la zona del desastre lamentablemente común en la historia reciente de España, se vivía una noche apacible, clima tropical y sonaba buena música argentina para el mundo. Algunos pudieron disfrutarlo. Es que en términos de convocatoria, se repitieron una sala completa y un público entregado al aplauso.
El club Galileo Galilei, con capacidad para 600 personas, lució completo y alentó al público a la demostración de sentimiento y calidad de los protagonistas. Con un detalle para no descartar: esta vez, a diferencia de los shows rockeros del miércoles, la mayoría era española. Y la minoría, entre participantes de esta semana y otros músicos argentinos de paso por aquí, vivía la noche como cualquier encuentro social en el Club del Vino, La Trastienda o el teatro Gran Rex. Así de familiar parecía ver a Adriana Varela por ahí, recién llegada para su show de esta noche, a Fernando Samalea y Fernando Lupano –aquella gran base rítmica de Charly García en la gloriosa época de Parte de la religión– más allá, mientras Bernardo Baraj presenciaba con atención desde una mesa las performances de sus colegas.
El motivo de reunión fue, además, muy satisfactorio. Una buena muestra de cuántos caminos puede tomar el jazz entendido como género vivo. Javier Malosetti, por ejemplo, eligió citar a Joe Zawinul y a Pappo. Vaya pareja. El actual bajista de la banda que acompaña a Spinetta tocó y cantó (lo segundo con más entusiasmo que otra cosa) e impuso su presencia sobre escena. Tiene con qué: imagen y sonido, además de buen grupo. Fue debut en España, como para otros músicos argentinos que participan de este festival, y salió hecho de la situación de alguna manera conmocionante para un artista. En el hall ofrecían su reciente disco Spaghetti boogie, un interesante muestrario de jazz rock y música negra tocada por una banda de jazz rock. Si alguien que no lo conocía hasta ayer decidió comprarlo, esta visita habrá tenido sentido para Malosetti.
Fats Fernández también tocaba por primera vez e España, nada menos que la patria de su papá. Emocionado, contó esa pequeña historia frente a la gente (“era de Murcia, tocaba laúd y mandolina”), en una pausa entre sus inspiradas ejecuciones de jazz clásico y sentimiento porteño. Su show fue, evidentemente, el más movilizador de la calma y fino recorrido que tiene esta música. Fats ya no es un toro campeón para tocar y pisar fuerte sobre el escenario al mismo tiempo, algo que lo hizo famoso ante cualquier gran hombre de jazz que lo conociera. Ahora va lento pero seguro, y conserva el toque. Este hombre lleva adelante, con su trompeta, un grupo de cuatro jóvenes instrumentistas que pueden permanecer sobre el escenario y apenas acompañando, observando embelesados al viejo maestro que les da una de esas oportunidades que no se olvidan. En la exquisita versión de “Gricel”, por ejemplo. Tan bello tango, tocado de esa manera y fuera del país, siempre puede ser bienvenido y a la vez inmejorable carta de presentación para la mejor música popular argentina del siglo pasado. En ese sentido,así sucedió con Divididos –que es una parte importante de la historia del rock por Mollo y Arnedo, Sumo y todo lo que eso significa– y así pasó con el viejo Fats. El también merecía una noche así.
Dino Saluzzi no pasó por este tipo de bautismo. El bandoneonista salteño que armó una respetable carrera en Europa también impuso su presencia, al frente de una banda que incluye a familiares como sus hermanos Celso (bandoneón) y Félix (bajo), más el joven José María en guitarras. Esa comunidad de sangre se traslada a la música y todos tocan muy cómodos, reinventando una música que no tiene fronteras. ¿Es esto música folklórica universalmente argentina (el famoso crisol de razas)? Al final de su performance súper arreglada, Dino se dio tiempo para ironizar sobre el horario determinado para finalizar su actuación, aludió al conflicto del momento, pronunció “Repsol, Telefónica”, alguien le gritó “¡Y Aerolíneas!”, y luego cerró su show a puro solo de bandoneón.

 


 

BERLIN AMA AL SALVAJE NEIL YOUNG
Un huracán en Alemania

Neil Young y su grupo Crazy Horse apasionaron al público berlinés con un show que repasó los treinta años de trabajo común y toda la gama musical del conjunto, desde nostálgicas baladas hasta rock duro. Ataviado con su clásica camisa de leñador y sombrero vaquero, el músico canadiense cumplió el miércoles las expectativas de los 22.000 seguidores que acudieron al Waldbahne. La noche arrancó con un clásico, “Don’t cry no tears”, del álbum Zuma, de 1975, que provocó ovaciones similares a las que consiguió después la legendaria “Like a hurricane”. “En un escenario preparado al estilo de campamento indio –con figuras de madera, alfombras y velas–, los cuatro músicos se movieron en torno a una fogata imaginaria hasta crear un clima de éxtasis”, describió el diario berlinés Morgenpost el ambiente en la sala. Homenajes al rock’n’roll como “Hey Hey My My” se intercambiaron con baladas como “From Hank to Hendrix” o arranques punk como “Piece of crap”. Al final, casi un cuarto de hora de desenfreno, con “Like a Hurricane”, un himno que Young acaba seccionando hasta dejar en el aire nada más que retazos de melodías. Los tres bises “Cortez the Killer”, “Cinnamon Girl” y “Fucked Up” pusieron el punto final a dos horas y media de un concierto que satisfizo una deuda pendiente con Berlín. Es que, de tres leyendas vivas que arrastran multitudes en Alemania, Young era el único que no había pasado todavía recientemente por la capital: Bob Dylan y Van Morrison ofrecieron allí sendos shows a comienzos de este año.

 

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