Por Marta Dillon
Desde
General Mosconi, Salta
Como en el día después
de una fiesta en la que se ha tomado vino adulterado, cierta sensación
de resaca descomponía la escena de ayer en la zona de conflicto
salteña. En las escuelas y comedores comunitarios aparecieron algunas
de las cajas alimentarias, los colchones y las mantas que amortiguaron
el paso de Romero por los alrededores de Mosconi, que se vivió
allí como una provocación. Pero la Gendarmería sigue
estrechando su cerco, los puestos en las entradas al pueblo sumaron efectivos
y aumentaron los controles. En la plaza, las carpas se mantienen tan firmes
como los rumores que dicen que se las levantaría por la fuerza.
Y hoy se retira también la delegación que encabezó
Enrique Martínez, aunque con la promesa explícita del juez
Abel Cornejo de que no va a haber ningún deterioro de la
seguridad pública en Mosconi después de su partida.
Algo que en la plaza nadie termina de creer.
El sol aplastó la tarde en una plaza raleada en el centro de la
ciudad que alguna vez fue sinónimo de progreso. El cansancio se
siente después de 15 días de conflicto y todos parecían
necesitar la sombra de las carpas después de una jornada de ansiedad
en la que no sólo el gobernador salteño y todo su gabinete
pasaron por el departamento de general San Martín haciendo una
gambeta a Gral Mosconi, sino también el viceministro de Desarrollo
social, Gerardo Morales y otros dos funcionarios del poder ejecutivo nacional.
Si Martínez es un cuatro de copas, Morales es un ancho falso,
decía Pepino Fernández recostado sobre el tronco de un naranjo,
minimizando la presencia del último funcionario que pasó
por la zona para terminar de acentuar un discurso doble extremado
entre la mano dura y el desarrollo sobre el modo de resolver los
conflictos sociales del gobierno nacional. La controversia es un
signo de salud, si hubiera un sólo lenguaje sería el de
hace 40 años que dice que los humildes y los excluidos se jodan,
dijo Martínez defendiendo el disenso con el gobernador Romero a
quien siguieron a pie juntillas Morales y su comitiva. Quisieron
buscar consenso con el gobernador y eso es imposible, sintetizó
el secretario de Pymes.
El temor es un lugar común en Mosconi mientras se apagan las luces
de las últimas visitas, todavía está fresco el recuerdo
de una represión que dejó dos muertos, decenas de heridos
y detenidos aunque sólo tres sigan en esa condición
y una persecución que hace sentir sitiados a los pobladores. Nos
vamos a quedar acá hasta que venga la Gendarmería o la policía
a buscarnos o hasta que haya otra solución. Pero si se llevaron
al jefe de bomberos porque hizo sonar la sirena, ¿cómo sabemos
cuándo se va a acabar la persecución?, se preguntaba
ayer Fernández, uno de los líderes piqueteros. Todos saben,
lo dijo el mismo vocero de Romero, Fernando Palópoli, que efectivizar
esa orden de once detenciones sería una provocación que
podría hacer estallar Mosconi otra vez. Pero en la plaza crece
una sensación de aislamiento cuando las miradas políticas
empiezan a apuntar para otro lado. El diálogo con Martínez
fue bueno, según Hippie y Pepino Fernández, pero ahora
tienen que ejecutar lo que prometieron si no será más de
lo mismo. La garantía que el secretario de Pymes dejó
sobre la seguridad de los habitantes de Mosconi es tomada con distancia,
como quien palpa con un bastón un terreno que no conoce. Pero no
tienen mucho más en qué confiar y se aferran a la resistencia
de los pobladores y a un plan nacional de lucha en el que, dicen en la
plaza, se comprometieron tanto la CGT rebelde como la CTA y la Corriente
Clasista y combativa.
A pesar de sentirse un cuatro de copas, Martínez vuelve
a Buenos Aires con buenas cartas. Se lleva 150 proyectos de pequeños
emprendimientos, algunos casi familiares en Mosconi
como en Tartagal y otras ciudades de este departamento salteño
no se producen bienes de consumo; muchos,dice, pueden ponerse en
marcha de forma inmediata. Y algunas ideas que comprometerían a
las tres petroleras de la zona en el mejoramiento de las condiciones ambientales
y un proyecto de forestación que podría dar un alivio a
una desocupación que asfixia a Mosconi.
OPINION
Por Eduardo Aliverti
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La perversión
Cuál es la proyección que cabe esperar de los piquetes
que se extienden por casi todo el país? Es la pregunta que
volvió a reforzarse tras los sucesos de Mosconi y luego de
que desde las entrañas de la convención de banqueros,
en indisimulable referencia al tema, se hablase del peligro de anarquía.
A comienzos de noviembre del año pasado, cuando en Tartagal
fue muerto Aníbal Verón, los nombres de Mauro Ojeda
y Francisco Escobar ya no le decían nada a la sociedad argentina:
habían sido asesinados en diciembre de 1999 en un puente
correntino, en medio del motín popular que culminaría
con la intervención a la provincia ¿Cuánto
pasaría hasta que el nombre de Verón tampoco dijese
nada? Muy poco. Tan poco como lo que transcurrirá hasta que
no digan nada los de Carlos Santillán y Oscar Barrios, caídos
hace unos días en Mosconi cuando ni siquiera participaban
del piquete.
Los muertos siguen ahí y vendrán otros. Cualquiera
que conozca o recorra el interior el profundo
o el más cercano a Buenos Aires sabe que desde hace
ya un par de años, por lo menos, hay cortes de ruta cotidianos,
campamentos a los costados, piquetes repentinos. Es sólo
que los medios van cuando aparecen los muertos, y que al haberse
constituido en un paisaje habitual esa gente dejó de ser
noticia como dejó de ser ciudadana. Son desahuciados sociales
que llegan a jugarse la vida por un Plan Trabajar a menos de doscientos
pesos mensuales. En oportunidad de la muerte de Verón, desde
esta columna se escribió lo que hoy no merece ni el cambio
de una coma: El escenario que se dibuja a corto y mediano
plazo es el mismo. En tanto estallidos de desesperación;
de no tener ya más nada que perder; de pedir, apenas, la
aparición de alguien que los explote de sol a sol; en tanto
la ausencia total de lucha organizada, sin vanguardia, no hay más
destino que el patético, y mortuorio, giro de la rueda....
El 53 por ciento de los salteños, por tomar el caso de la
provincia informativamente protagonista en estas horas, está
por debajo de la línea de pobreza. Se están muriendo
de hambre o viven con menos de 500 pesos por año.
Hay sin embargo una notable cantidad de hijos de puta -funcionarios,
periodistas, analistas, dirigentes y lo peor, simple gente de la
simple calle que prefiere hablar de guerrilla urbana.
O de activismo, zurditos, quilomberos.
Quienes lo hacen por conciencia ideológica o como fuerza
de choque sistémica no serían el problema, si no hubiera
quienes lo hacen como estúpidos consagrados. Eso es dramático
porque la conciencia es lo que precede a la organización
y a la lucha, que sin aquélla terminan careciendo de efectividad.
¿De cuál conciencia se puede hablar si tantos que
hablan de violencia lo remiten a hondas y pasamontañas y
no a que se gane un peso por día?
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