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VUELVEN LOS FUNCIONARIOS CON LOS RECLAMOS A CUESTA
Los piqueteros desconfían

El gobernador Juan Carlos Romero rondó por la zona de conflicto. Los piqueteros siguen en la plaza de Mosconi a la espera de que se cumplan las promesas. Dos discursos en la delegación nacional.

La Gendarmería reforzó la cantidad de efectivos en los alrededores de Mosconi.

Por Marta Dillon
Desde General Mosconi, Salta

Como en el día después de una fiesta en la que se ha tomado vino adulterado, cierta sensación de resaca descomponía la escena de ayer en la zona de conflicto salteña. En las escuelas y comedores comunitarios aparecieron algunas de las cajas alimentarias, los colchones y las mantas que amortiguaron el paso de Romero por los alrededores de Mosconi, que se vivió allí como una provocación. Pero la Gendarmería sigue estrechando su cerco, los puestos en las entradas al pueblo sumaron efectivos y aumentaron los controles. En la plaza, las carpas se mantienen tan firmes como los rumores que dicen que se las levantaría por la fuerza. Y hoy se retira también la delegación que encabezó Enrique Martínez, aunque con la promesa explícita del juez Abel Cornejo de que no “va a haber ningún deterioro de la seguridad pública en Mosconi” después de su partida. Algo que en la plaza nadie termina de creer.
El sol aplastó la tarde en una plaza raleada en el centro de la ciudad que alguna vez fue sinónimo de progreso. El cansancio se siente después de 15 días de conflicto y todos parecían necesitar la sombra de las carpas después de una jornada de ansiedad en la que no sólo el gobernador salteño y todo su gabinete pasaron por el departamento de general San Martín haciendo una gambeta a Gral Mosconi, sino también el viceministro de Desarrollo social, Gerardo Morales y otros dos funcionarios del poder ejecutivo nacional. “Si Martínez es un cuatro de copas, Morales es un ancho falso”, decía Pepino Fernández recostado sobre el tronco de un naranjo, minimizando la presencia del último funcionario que pasó por la zona para terminar de acentuar un discurso doble –extremado entre la mano dura y el desarrollo– sobre el modo de resolver los conflictos sociales del gobierno nacional. “La controversia es un signo de salud, si hubiera un sólo lenguaje sería el de hace 40 años que dice que los humildes y los excluidos se jodan”, dijo Martínez defendiendo el disenso con el gobernador Romero a quien siguieron a pie juntillas Morales y su comitiva. “Quisieron buscar consenso con el gobernador y eso es imposible”, sintetizó el secretario de Pymes.
El temor es un lugar común en Mosconi mientras se apagan las luces de las últimas visitas, todavía está fresco el recuerdo de una represión que dejó dos muertos, decenas de heridos y detenidos –aunque sólo tres sigan en esa condición– y una persecución que hace sentir sitiados a los pobladores. “Nos vamos a quedar acá hasta que venga la Gendarmería o la policía a buscarnos o hasta que haya otra solución. Pero si se llevaron al jefe de bomberos porque hizo sonar la sirena, ¿cómo sabemos cuándo se va a acabar la persecución?”, se preguntaba ayer Fernández, uno de los líderes piqueteros. Todos saben, lo dijo el mismo vocero de Romero, Fernando Palópoli, que efectivizar esa orden de once detenciones sería una provocación que podría hacer estallar Mosconi otra vez. Pero en la plaza crece una sensación de aislamiento cuando las miradas políticas empiezan a apuntar para otro lado. El diálogo con Martínez fue bueno, según Hippie y Pepino Fernández, pero “ahora tienen que ejecutar lo que prometieron si no será más de lo mismo”. La garantía que el secretario de Pymes dejó sobre la seguridad de los habitantes de Mosconi es tomada con distancia, como quien palpa con un bastón un terreno que no conoce. Pero no tienen mucho más en qué confiar y se aferran a la resistencia de los pobladores y a un plan nacional de lucha en el que, dicen en la plaza, se comprometieron tanto la CGT rebelde como la CTA y la Corriente Clasista y combativa.
A pesar de sentirse “un cuatro de copas”, Martínez vuelve a Buenos Aires con buenas cartas. Se lleva 150 proyectos de pequeños emprendimientos, “algunos casi familiares” –en Mosconi como en Tartagal y otras ciudades de este departamento salteño no se producen bienes de consumo–; muchos,dice, pueden ponerse en marcha de forma inmediata. Y algunas ideas que comprometerían a las tres petroleras de la zona en el mejoramiento de las condiciones ambientales y un proyecto de forestación que podría dar un alivio a una desocupación que asfixia a Mosconi.

 

OPINION
Por Eduardo Aliverti

La perversión

Cuál es la proyección que cabe esperar de los piquetes que se extienden por casi todo el país? Es la pregunta que volvió a reforzarse tras los sucesos de Mosconi y luego de que desde las entrañas de la convención de banqueros, en indisimulable referencia al tema, se hablase del peligro de “anarquía”.
A comienzos de noviembre del año pasado, cuando en Tartagal fue muerto Aníbal Verón, los nombres de Mauro Ojeda y Francisco Escobar ya no le decían nada a la sociedad argentina: habían sido asesinados en diciembre de 1999 en un puente correntino, en medio del motín popular que culminaría con la intervención a la provincia ¿Cuánto pasaría hasta que el nombre de Verón tampoco dijese nada? Muy poco. Tan poco como lo que transcurrirá hasta que no digan nada los de Carlos Santillán y Oscar Barrios, caídos hace unos días en Mosconi cuando ni siquiera participaban del piquete.
Los muertos siguen ahí y vendrán otros. Cualquiera que conozca o recorra el interior –el “profundo” o el más cercano a Buenos Aires– sabe que desde hace ya un par de años, por lo menos, hay cortes de ruta cotidianos, campamentos a los costados, piquetes repentinos. Es sólo que los medios van cuando aparecen los muertos, y que al haberse constituido en un paisaje habitual esa gente dejó de ser noticia como dejó de ser ciudadana. Son desahuciados sociales que llegan a jugarse la vida por un Plan Trabajar a menos de doscientos pesos mensuales. En oportunidad de la muerte de Verón, desde esta columna se escribió lo que hoy no merece ni el cambio de una coma: “El escenario que se dibuja a corto y mediano plazo es el mismo. En tanto estallidos de desesperación; de no tener ya más nada que perder; de pedir, apenas, la aparición de alguien que los explote de sol a sol; en tanto la ausencia total de lucha organizada, sin vanguardia, no hay más destino que el patético, y mortuorio, giro de la rueda...”.
El 53 por ciento de los salteños, por tomar el caso de la provincia informativamente protagonista en estas horas, está por debajo de la línea de pobreza. Se están muriendo de hambre o “viven” con menos de 500 pesos por año. Hay sin embargo una notable cantidad de hijos de puta -funcionarios, periodistas, analistas, dirigentes y lo peor, simple gente de la simple calle– que prefiere hablar de “guerrilla urbana”. O de activismo, zurditos, quilomberos.
Quienes lo hacen por conciencia ideológica o como fuerza de choque sistémica no serían el problema, si no hubiera quienes lo hacen como estúpidos consagrados. Eso es dramático porque la conciencia es lo que precede a la organización y a la lucha, que sin aquélla terminan careciendo de efectividad.
¿De cuál conciencia se puede hablar si tantos que hablan de violencia lo remiten a hondas y pasamontañas y no a que se gane un peso por día?

 

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