Por Claudio Kleiman
El rock, esa música
sinónimo de juventud y rebeldía, hace rato que cumplió
la mayoría de edad. Como todos los jóvenes rebeldes, al
llegar a la madurez, suele aposentarse y, en algunos casos, domesticarse.
Pero en el fondo de su corazón, una llama indómita sigue
encendida, resistiendo apagarse. El rock en castellano, según una
opinión comúnmente aceptada, es un invento argentino.
Es decir, se sabe que quienes comenzaron a cantar rocknroll,
con los Teen Tops a la cabeza, fueron los mexicanos, que hacían
traducciones en muchos casos algo ridículas, como el Bonnie
Moronie transformado en Popotitos, de los éxitos
iniciales del género. Pero el rock con identidad propia, como forma
artísticamente viable, nació en Argentina.
Y suele ubicarse como el epicentro de ese nacimiento la famosa Cueva
de la Calle Pueyrredón, donde un grupo de jóvenes artistas
con poca experiencia pero muchas ideas y una infatigable energía,
entre ellos Moris, Litto Nebbia, Tanguito y Javier Martínez, produjeron
una especie de big bang, una explosión cósmica
cuyas esquirlas llegan hasta hoy, multiplicadas en miles de grupos y ediciones
discográficas.
Pero si bien esto es cierto, la colección de seis cds que
mañana comienza a publicar Página/12 que fuera inicialmente
reeditada por Columbia/Sony en 1997, tras estar descatalogada durante
más de ¡treinta años! obliga a una relectura
de la historia del rock en Argentina. Incluye los primeros cinco LPs de
Sandro (entre ellos los dos iniciales grabados junto a su grupo, Los De
Fuego), más un sexto armado con los primeros simples y EPs en ese
entonces denominados dobles porque incluían cuatro
canciones, en lugar de las dos habituales del disco simple, todos con
el agregado de bonus tracks, en algunos casos inéditos.
Porque precisamente por su larga ausencia de los catálogos, el
público de las últimas generaciones conoce al Sandro que
se volcó a la canción melódica hacia finales de la
década del 60, conservando el rocknroll como una anécdota
pintoresca delpasado, que suele aparecer en algún bis en medio
de sus recitales. Pero con estos discos, el oyente puede finalmente tener
acceso al registro sonoro que da testimonio de Sandro como el primer cantante
de rock en castellano.
Así como a nadie se le ocurriríaescribir la historia del
rock anglosajón partiendo de los Beatles, sin mencionar a Elvis
Presley que fue, cabe recordar, la figura que ellos pretendían
emular en sus comienzos, tampoco se puede hablar del nacimiento del rock
en castellano sin referirse a la figura y la obra de Sandro. Aún
reconociendo el carácter revolucionario y de ruptura que tuvo la
aparición del cuarteto de Liverpool, los unos no hubieran existido
sin el otro. De la misma manera, Los Beatniks, Los Gatos, Almendra y Manal
no podrían haberse planteado su música si antes no hubiera
estado Sandro (que vale la pena aclararlo: también estuvo entre
los primeros agitadores de La Cueva).
La comparación no es caprichosa, porque precisamente Roberto Sánchez,
nacido en 1945, comenzó cantando boleros, y decidió volcarse
al rocknroll bajo la poderosa influencia de Elvis Presley,
casi al mismo tiempo en que adoptó el seudónimo artístico
que lo inmortalizaría: Sandro. La formación de su grupo,
Los de Fuego, data de 1961. Pero el sonido desenfrenado y revoltoso que
desarrollaron, junto al show apocalíptico y sexual de Sandro que
rodaba por el piso sudando copiosamente, envuelto en ropas de cuero negro
era demasiado salvaje para ser aceptado por las compañías
grabadoras. Tal es así, que cuando finalmente el cantante fue contratado
por CBS la condición fue que grabara como solista, de manera que
los arregladores del sello pudieran rodearlo del obligatorio acompañamiento
orquestal.
Sandro registra algunas sesiones entre setiembre de 1963 y febrero de
1964, aparecidas en algunos discos simples y EPs,pero finalmente quizáspor
la poca repercusión de estos lanzamientos, quizás por la
insistencia del cantante, la compañía le permite ingresar
a estudios con Los De Fuego. Esa fecha 28 de febrero de 1964, para
ser exactos, debería ser recordada como la del nacimiento
del rock en castellano. Ese día Sandro registró junto a
Los De Fuego su versión del éxito de Jerry Lee Lewis, Whole
Lotta Shakin Goin On, rebautizada como Hay mucha
agitación. 36 años después, ahí está,
para quien quiera escucharla: saltando de los parlantes con fuerza incontenible,
testimoniando la llegada del terrible rocknroll
al ámbito cansino de la música popular argentina.
Ese tema solo ya justifica a Simplemente Sandro, que reúne las
sesiones previas a la aparición de su primer larga duración.
El salto que se produce entre sus primeros intentos discográficos,
que incluyen ¿A esto le llamas amor?, Eres el
demonio disfrazado (de pulcros cantantes de zapatitos blancos
como Paul Anka y Neil Sedaka) y una versión de America
(de West Side Story), y la aparición del mencionado
Agitación, es como la irrupción de un tifón
en el desierto. Sobre el final del disco, se pueden apreciar inclusive
los intentos de Sandro de convertir al castellano la naciente beatlemanía,
con sus versiones -encomiables, teniendo en cuenta la falta de precedentes
de dos temas de Los Beatles: Amame y Muchachos.
Su primer LP propiamente dicho, Sandro y los de Fuego, apareció
originalmente en 1965, pero en realidad se grabó en el 64,
año en el que algunos temas fueron editados en simples. El disco
muestra a Sandro y su grupo abandonando las influencias iniciales de los
rockeros de los 50 (y sus imitadores mexicanos) para caer decididamente
bajo el influjo de la british invasion y sus principales exponentes:
Los Beatles. Consecuentemente, hay abundantes versiones de los Fab Four
(las más logradas: Anochecer de un día agitado
y el bonus trackEl dinero no puede comprarme amor), y de otros
grupos ingleses, como el Hippy Hippy Shake (de los Swingin
Blue Jeans, otra banda de Liverpool) y Alegría por todas
partes, éxito de los Dave Clark Five. Y algo importante:
aparecen sus primeras composiciones propias, entre ellas un contagioso
rockito, Peggy Peggy, y el excelente No puedo esperarte
más nena, una canción definidamente beat. Si bien
Marcelo Cabrera, quien escribe las muy informativas notas de tapa, dice
que el verdadero sonido de Sandro en los shows fue pasteurizado
por imposición de la grabadora, que no le permitió grabar
su repertorio verdaderamente rockero, en algunos temas como el mencionado
Hippy Hippy Shake, una nueva versión más extensa
de Hay mucha agitación, y My Bonnie (incluida
como bonus track) asoma todo su magnífico desenfreno rocanrolero.
Al calor de Sandro y los de Fuego, refleja la culminación de su
etapa con Los de Fuego, con la banda mucho más consolidada y Sandro
cantando como los dioses. Fue editado durante el mismo año de 1965,
lo que da una idea del frenético ritmo al que se movían
Sandro y los suyos, que en medio de las interminables giras y actuaciones
se las arreglaron para editar dos LP y varios simples. El álbum
es una cabal expresión local del momento álgido de la beatlemanía
y demás grupos de la invasión británica, que habían
tomado por asalto los mismísimos Estados Unidos. Junto a varias
versiones de los Beatles, aparecen canciones de los Animals, Gerry And
The Peacemakers, Dave Clark Five y otros. Sandro tampoco se olvida del
primer rocknroll, interpretando a Chuck Berry (Música
de RocknRolly Hablando de ti, aunque estos
temas también habían sido hechos por Beatles y Animals,
respectivamente) y The Coasters (Poción de amor número
9). Un tema propio, Confíate a mí, marca
la aparición inicial del recitado en medio de una canción
el lugar donde usualmente iría el solo instrumental, algo que luego
Sandro convertiría en una de las características distintivas
de su estilo. Especialmente destacables: el fino melodicismo y las armonías
vocales de Perseguiré al sol, Desde miventana
y Para siempre, la crudeza de La casa del Sol Naciente
y el empuje rítmico de Hablando de ti.
El sorprendente mundo de Sandro, grabado a fines de 1965 y editado en
el 66, encuentra al cantante extendiéndose en varias direcciones,
diferentes y hasta contradictorias: están sus últimas grabaciones
junto a Los de Fuego (que para el momento de la aparición del álbum
ya se habían disuelto), sus primeras sesiones con The Black Combo
(el grupo que Sandro formó para reemplazarlos, con sesionistas
y algunos músicos de jazz que habían pasado por la mítica
Cueva), y temas con orquesta (José Carli, en realidad un seudónimo
de Oscar Cardozo Ocampo). El repertorio es igualmente variado: nuevamente
versiones de Beatles y Dave Clark Five, canciones del Elvis de los 60
(entre ellos Melodía desencadenada, con una gran interpretación
vocal), más un rocknroll y un r&b que son las perlas
del álbum: Tutti Frutti (Little Richard) y Qué
dije (Ray Charles), curiosamente grabadas con The Black Combo, quienes
demuestran que podían rockear como los mejores. Hay mayor cantidad
de temas propios, en los que aparece Oscar Anderle, quien luego sería
su inseparable colaborador cuando Sandro se volcó a la canción
melódica. Hasta en el aspecto lírico la cosa resulta confusa:
su primer gran éxito, Me he preguntado muchas veces,
una canción de protesta, y el antibélico Johnny,
conviven con La balada de los Boinas Verdes (puaj), compuesta
por un sargento del ejército norteamericano en plena guerra de
Vietnam (???).
En 1966, Sandro se reencuentra con su ídolo, Elvis, al recorrer
un camino similar: justo cuando aparecen álbumes como Revólver
de los Beatles y Pet Sounds de los Beach Boys, y el mundo se tiñe
con los colores de la psicodelia, se edita Alma y Fuego, que lo muestra
con un frondoso acompañamiento orquestal que incluye cuerdas, vientos
y coros. Si bien testimonios de la época dan cuenta del potente
sonido profesional de los Black Combo (por los que pasaron Bernardo Baraj,
Fernando Bermúdez y Adalberto Cevasco, entre otros), el grupo es
aumentado en la mayoría de los temas con Cardozo Ocampo y su orquesta.
Claro que Sandro alcanza una nueva dimensión en su canto, con una
técnica y rango envidiables, y no es casual que recurra a un repertorio
donde abundan temas que habían interpretado Presley (Está
bien, tú Ganas, Mi oración, Marea
baja) y Roy Orbison (En línea, Volando
en dos ruedas), los artistas más melódicos y operísticos
de la primera generación del rocknroll. La influencia
británica aún perdura, en las versiones de los Kinks (la
excelente Un hombre bien respetado) y Beatles (Hombre
de ningún lugar). Esta última es parte de los bonus
tracks, que están entre lo mejor del álbum, junto con Soplando
en el viento (Dylan) y un verdadero descubrimiento: Estoy
pronto, de Fats Domino, que había permanecido inédita
hasta la aparición de esta reedición.
1967 es un año que marca una especie de divisoria de aguas en la
música de rock: en Inglaterra, los Beatles lanzan Sgt. Peppers,
trabajo que abre el camino para un rock más ambicioso temática
y musicalmente, mientras que en Argentina los Gatos editan La balsa,
que marca el reconocimiento masivo hacia lo que luego sería denominado
rock nacional, dividiendo lo que hasta entonces era la música
beat entre comercial y progresiva. Por su parte,
Sandro graba el que sería su último LP con los Black Combo
-que habían alcanzado un ajuste y versatilidad admirables,
con un título autoexplicativo: Beat Latino clausura dignamente
lo que podríamos llamar su etapa beat, y prepara el terreno para
lo que vendría después. Con una cuidada producción,
y cada vez más confiado en sus dotes como cantante, Sandro se sumerge
en un repertorio crecientemente diverso: temas italianos, franceses (Michel
Polnareff se había convertido en un referente), brasileros (se
anima a Disparada, una controvertida canción de Geraldo
Vandré), del folk norteamericano (la hermosa Si yo fuera
uncarpintero, de Tim Hardin, que no casualmente fue elegida por
León Gieco para el tributo rockero a Sandro aparecido en 1999),
del infaltable Elvis (Lavé mis manos en agua barrosa,
otra de las joyas de este disco), y Extiéndete que me encontrarás,
donde emula convincentemente el soul de Detroit. También hay mayor
cantidad de canciones propias, que van desde un buen beat (Ave de
paso), hasta algunas en que las mandolinas y la voz temblorosa comienzan
a explotar la imagen de gitano (Con los ojos del recuerdo,
Flamenco), pasando por uno de los tantos plagios de o quizás
deberíamos decir inspirados en La Bamba
(Queda poco tiempo).
Unos meses más tarde, Sandro gana el Festival Buenos Aires De La
Canción con Quiero llenarme de ti, que señala
el comienzo de una nueva etapa, basada fundamentalmente en su perfil de
cantante melódico, la misma que perdura hasta la actualidad, donde
año a año sigue renovando su vigencia, convirtiéndose
en un fenómeno único.
Pero esta colección, que abarca la era 1963-1967, es mucho más
que un objeto de nostalgia. Además de su valor artístico
y el atractivo atemporal de sus canciones, cubre un vacío importante
para todos los que se apasionan por la música argentina, contribuyendo
a explicar su a veces incierto derrotero: en lo que a rock se refiere,
todo empezó con Sandro, y estos álbumes que ahora se pueden
apreciar con todas las ventajas del formato digital (¡no hay ruido
de púa!) son la mejor prueba.
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