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A PARTIR DE MAÑANA, PAGINA/12 PRESENTA UNA COLECCION
CON LO MEJOR DE LA PRIMERA EPOCA DE SANDRO
Todo empezó con Sandro

Grandes temas del rock anglosajón de principios de los 60, entre ellos varios de Los Beatles, Los Rolling Stones y Bob Dylan formaban parte del repertorio de aquel Sandro veinteañero, que al frente de Los de Fuego se convertiría en el Elvis del Sur. Esta colección permite una relectura de la historia del rock en la argentina.

Lugar: Esta colección es mucho más que un objeto de nostalgia. Cubre un vacío fundamental para todos los que se apasionan por la música argentina.

Por Claudio Kleiman

El rock, esa música sinónimo de juventud y rebeldía, hace rato que cumplió la mayoría de edad. Como todos los jóvenes rebeldes, al llegar a la madurez, suele aposentarse y, en algunos casos, domesticarse. Pero en el fondo de su corazón, una llama indómita sigue encendida, resistiendo apagarse. El rock en castellano, según una opinión comúnmente aceptada, es un “invento argentino”. Es decir, se sabe que quienes comenzaron a cantar rock’n’roll, con los Teen Tops a la cabeza, fueron los mexicanos, que hacían traducciones en muchos casos algo ridículas, como el “Bonnie Moronie” transformado en “Popotitos”, de los éxitos iniciales del género. Pero el rock con identidad propia, como forma artísticamente viable, nació en Argentina.
Y suele ubicarse como el epicentro de ese nacimiento la famosa “Cueva” de la Calle Pueyrredón, donde un grupo de jóvenes artistas con poca experiencia pero muchas ideas y una infatigable energía, entre ellos Moris, Litto Nebbia, Tanguito y Javier Martínez, produjeron una especie de “big bang”, una explosión cósmica cuyas esquirlas llegan hasta hoy, multiplicadas en miles de grupos y ediciones discográficas.
Pero si bien esto es cierto, la colección de seis cd’s que mañana comienza a publicar Página/12 –que fuera inicialmente reeditada por Columbia/Sony en 1997, tras estar descatalogada durante más de ¡treinta años!– obliga a una relectura de la historia del rock en Argentina. Incluye los primeros cinco LPs de Sandro (entre ellos los dos iniciales grabados junto a su grupo, Los De Fuego), más un sexto armado con los primeros simples y EPs en ese entonces denominados “dobles” porque incluían cuatro canciones, en lugar de las dos habituales del disco simple, todos con el agregado de bonus tracks, en algunos casos inéditos.
Porque precisamente por su larga ausencia de los catálogos, el público de las últimas generaciones conoce al Sandro que se volcó a la canción melódica hacia finales de la década del 60, conservando el rock’n’roll como una anécdota pintoresca delpasado, que suele aparecer en algún bis en medio de sus recitales. Pero con estos discos, el oyente puede finalmente tener acceso al registro sonoro que da testimonio de Sandro como el primer cantante de rock en castellano.
Así como a nadie se le ocurriríaescribir la historia del rock anglosajón partiendo de los Beatles, sin mencionar a Elvis Presley que fue, cabe recordar, la figura que ellos pretendían emular en sus comienzos, tampoco se puede hablar del nacimiento del rock en castellano sin referirse a la figura y la obra de Sandro. Aún reconociendo el carácter revolucionario y de ruptura que tuvo la aparición del cuarteto de Liverpool, los unos no hubieran existido sin el otro. De la misma manera, Los Beatniks, Los Gatos, Almendra y Manal no podrían haberse planteado su música si antes no hubiera estado Sandro (que vale la pena aclararlo: también estuvo entre los primeros “agitadores” de La Cueva).
La comparación no es caprichosa, porque precisamente Roberto Sánchez, nacido en 1945, comenzó cantando boleros, y decidió volcarse al rock’n’roll bajo la poderosa influencia de Elvis Presley, casi al mismo tiempo en que adoptó el seudónimo artístico que lo inmortalizaría: Sandro. La formación de su grupo, Los de Fuego, data de 1961. Pero el sonido desenfrenado y revoltoso que desarrollaron, junto al show apocalíptico y sexual de Sandro –que rodaba por el piso sudando copiosamente, envuelto en ropas de cuero negro– era demasiado salvaje para ser aceptado por las compañías grabadoras. Tal es así, que cuando finalmente el cantante fue contratado por CBS la condición fue que grabara como solista, de manera que los arregladores del sello pudieran rodearlo del obligatorio acompañamiento orquestal.
Sandro registra algunas sesiones entre setiembre de 1963 y febrero de 1964, aparecidas en algunos discos simples y EPs,pero finalmente quizáspor la poca repercusión de estos lanzamientos, quizás por la insistencia del cantante, la compañía le permite ingresar a estudios con Los De Fuego. Esa fecha –28 de febrero de 1964, para ser exactos–, debería ser recordada como la del nacimiento del rock en castellano. Ese día Sandro registró junto a Los De Fuego su versión del éxito de Jerry Lee Lewis, “Whole Lotta Shakin’ Goin’ On”, rebautizada como “Hay mucha agitación”. 36 años después, ahí está, para quien quiera escucharla: saltando de los parlantes con fuerza incontenible, testimoniando la llegada del “terrible rock’n’roll” al ámbito cansino de la música popular argentina.
Ese tema solo ya justifica a Simplemente Sandro, que reúne las sesiones previas a la aparición de su primer larga duración. El salto que se produce entre sus primeros intentos discográficos, que incluyen “¿A esto le llamas amor?”, “Eres el demonio disfrazado” (de pulcros cantantes de “zapatitos blancos” como Paul Anka y Neil Sedaka) y una versión de “America” (de “West Side Story”), y la aparición del mencionado “Agitación”, es como la irrupción de un tifón en el desierto. Sobre el final del disco, se pueden apreciar inclusive los intentos de Sandro de convertir al castellano la naciente “beatlemanía”, con sus versiones -encomiables, teniendo en cuenta la falta de precedentes– de dos temas de Los Beatles: “Amame” y “Muchachos”.
Su primer LP propiamente dicho, Sandro y los de Fuego, apareció originalmente en 1965, pero en realidad se grabó en el ‘64, año en el que algunos temas fueron editados en simples. El disco muestra a Sandro y su grupo abandonando las influencias iniciales de los rockeros de los 50 (y sus imitadores mexicanos) para caer decididamente bajo el influjo de la “british invasion” y sus principales exponentes: Los Beatles. Consecuentemente, hay abundantes versiones de los Fab Four (las más logradas: “Anochecer de un día agitado” y el bonus track”El dinero no puede comprarme amor”), y de otros grupos ingleses, como el “Hippy Hippy Shake” (de los Swingin’ Blue Jeans, otra banda de Liverpool) y “Alegría por todas partes”, éxito de los Dave Clark Five. Y algo importante: aparecen sus primeras composiciones propias, entre ellas un contagioso rockito, “Peggy Peggy”, y el excelente “No puedo esperarte más nena”, una canción definidamente beat. Si bien Marcelo Cabrera, quien escribe las muy informativas notas de tapa, dice que el verdadero sonido de Sandro en los shows fue “pasteurizado” por imposición de la grabadora, que no le permitió grabar su repertorio verdaderamente rockero, en algunos temas como el mencionado “Hippy Hippy Shake”, una nueva versión más extensa de “Hay mucha agitación”, y “My Bonnie” (incluida como bonus track) asoma todo su magnífico desenfreno rocanrolero.
Al calor de Sandro y los de Fuego, refleja la culminación de su etapa con Los de Fuego, con la banda mucho más consolidada y Sandro cantando como los dioses. Fue editado durante el mismo año de 1965, lo que da una idea del frenético ritmo al que se movían Sandro y los suyos, que en medio de las interminables giras y actuaciones se las arreglaron para editar dos LP y varios simples. El álbum es una cabal expresión local del momento álgido de la beatlemanía y demás grupos de la invasión británica, que habían tomado por asalto los mismísimos Estados Unidos. Junto a varias versiones de los Beatles, aparecen canciones de los Animals, Gerry And The Peacemakers, Dave Clark Five y otros. Sandro tampoco se olvida del primer rock’n’roll, interpretando a Chuck Berry (“Música de Rock’n’Roll”y “Hablando de ti”, aunque estos temas también habían sido hechos por Beatles y Animals, respectivamente) y The Coasters (“Poción de amor número 9”). Un tema propio, “Confíate a mí”, marca la aparición inicial del recitado en medio de una canción el lugar donde usualmente iría el solo instrumental, algo que luego Sandro convertiría en una de las características distintivas de su estilo. Especialmente destacables: el fino melodicismo y las armonías vocales de “Perseguiré al sol”, “Desde miventana” y “Para siempre”, la crudeza de “La casa del Sol Naciente” y el empuje rítmico de “Hablando de ti”.
El sorprendente mundo de Sandro, grabado a fines de 1965 y editado en el ‘66, encuentra al cantante extendiéndose en varias direcciones, diferentes y hasta contradictorias: están sus últimas grabaciones junto a Los de Fuego (que para el momento de la aparición del álbum ya se habían disuelto), sus primeras sesiones con The Black Combo (el grupo que Sandro formó para reemplazarlos, con sesionistas y algunos músicos de jazz que habían pasado por la mítica Cueva), y temas con orquesta (José Carli, en realidad un seudónimo de Oscar Cardozo Ocampo). El repertorio es igualmente variado: nuevamente versiones de Beatles y Dave Clark Five, canciones del Elvis de los 60 (entre ellos “Melodía desencadenada”, con una gran interpretación vocal), más un rock’n’roll y un r&b que son las perlas del álbum: “Tutti Frutti” (Little Richard) y “Qué dije” (Ray Charles), curiosamente grabadas con The Black Combo, quienes demuestran que podían rockear como los mejores. Hay mayor cantidad de temas propios, en los que aparece Oscar Anderle, quien luego sería su inseparable colaborador cuando Sandro se volcó a la canción melódica. Hasta en el aspecto lírico la cosa resulta confusa: su primer gran éxito, “Me he preguntado muchas veces”, una “canción de protesta”, y el antibélico “Johnny”, conviven con “La balada de los Boinas Verdes” (puaj), compuesta por un sargento del ejército norteamericano en plena guerra de Vietnam (???).
En 1966, Sandro se reencuentra con su ídolo, Elvis, al recorrer un camino similar: justo cuando aparecen álbumes como Revólver de los Beatles y Pet Sounds de los Beach Boys, y el mundo se tiñe con los colores de la psicodelia, se edita Alma y Fuego, que lo muestra con un frondoso acompañamiento orquestal que incluye cuerdas, vientos y coros. Si bien testimonios de la época dan cuenta del potente sonido profesional de los Black Combo (por los que pasaron Bernardo Baraj, Fernando Bermúdez y Adalberto Cevasco, entre otros), el grupo es aumentado en la mayoría de los temas con Cardozo Ocampo y su orquesta. Claro que Sandro alcanza una nueva dimensión en su canto, con una técnica y rango envidiables, y no es casual que recurra a un repertorio donde abundan temas que habían interpretado Presley (“Está bien, tú Ganas”, “Mi oración”, “Marea baja”) y Roy Orbison (“En línea”, “Volando en dos ruedas”), los artistas más melódicos y “operísticos” de la primera generación del rock’n’roll. La influencia británica aún perdura, en las versiones de los Kinks (la excelente “Un hombre bien respetado”) y Beatles (“Hombre de ningún lugar”). Esta última es parte de los bonus tracks, que están entre lo mejor del álbum, junto con “Soplando en el viento” (Dylan) y un verdadero descubrimiento: “Estoy pronto”, de Fats Domino, que había permanecido inédita hasta la aparición de esta reedición.
1967 es un año que marca una especie de divisoria de aguas en la música de rock: en Inglaterra, los Beatles lanzan Sgt. Pepper’s, trabajo que abre el camino para un rock más ambicioso temática y musicalmente, mientras que en Argentina los Gatos editan “La balsa”, que marca el reconocimiento masivo hacia lo que luego sería denominado “rock nacional”, dividiendo lo que hasta entonces era la música beat entre “comercial” y “progresiva”. Por su parte, Sandro graba el que sería su último LP con los Black Combo -que habían alcanzado un ajuste y versatilidad admirables–, con un título autoexplicativo: Beat Latino clausura dignamente lo que podríamos llamar su etapa beat, y prepara el terreno para lo que vendría después. Con una cuidada producción, y cada vez más confiado en sus dotes como cantante, Sandro se sumerge en un repertorio crecientemente diverso: temas italianos, franceses (Michel Polnareff se había convertido en un referente), brasileros (se anima a “Disparada”, una controvertida canción de Geraldo Vandré), del folk norteamericano (la hermosa “Si yo fuera uncarpintero”, de Tim Hardin, que no casualmente fue elegida por León Gieco para el tributo rockero a Sandro aparecido en 1999), del infaltable Elvis (“Lavé mis manos en agua barrosa”, otra de las joyas de este disco), y “Extiéndete que me encontrarás”, donde emula convincentemente el soul de Detroit. También hay mayor cantidad de canciones propias, que van desde un buen beat (“Ave de paso”), hasta algunas en que las mandolinas y la voz temblorosa comienzan a explotar la imagen de “gitano” (“Con los ojos del recuerdo”, “Flamenco”), pasando por uno de los tantos plagios de o quizás deberíamos decir “inspirados” en “La Bamba” (“Queda poco tiempo”).
Unos meses más tarde, Sandro gana el Festival Buenos Aires De La Canción con “Quiero llenarme de ti”, que señala el comienzo de una nueva etapa, basada fundamentalmente en su perfil de cantante melódico, la misma que perdura hasta la actualidad, donde año a año sigue renovando su vigencia, convirtiéndose en un fenómeno único.
Pero esta colección, que abarca la era 1963-1967, es mucho más que un objeto de nostalgia. Además de su valor artístico y el atractivo atemporal de sus canciones, cubre un vacío importante para todos los que se apasionan por la música argentina, contribuyendo a explicar su a veces incierto derrotero: en lo que a rock se refiere, todo empezó con Sandro, y estos álbumes que ahora se pueden apreciar con todas las ventajas del formato digital (¡no hay ruido de púa!) son la mejor prueba.

 

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