Por Horacio Bernades
Feelgood comedies
es el nombre que se le da, en inglés, a esas películas de
las que se sale reconfortado, y en las que los personajes dejan atrás
una vida frustrante, para alcanzar alguna forma de realización.
En italiano no existe un término equivalente. Si lo hubiera, designaría
sin duda a Pane e tulipani, cuarto film del realizador milanés
Silvio Soldini y primero en conocerse en Argentina. Especializado hasta
el momento en dramas psicológicos, Soldini se volvió decididamente
popular gracias a esta comedia, que narra el viaje iniciático y
amoroso de un ama de casa. Tras haberse presentado en la prestigiosa Quincena
de los realizadores de Cannes, a lo largo del año pasado
Pan y tulipanes resultó nominada al European Film Award y a los
Globos de Oro estadounidenses, alzándose nada menos que con nueve
David de Donatello, equivalente italiano del Oscar.
Todo ello puede sonar excesivo para una comedia que en sus mejores momentos
logra ser cálida y compradora, pero que difícilmente trascienda
los límites de esa forma de la sencillez también llamada
convencionalidad. Todo comienza en las ruinas de Paestum, cerca de Nápoles,
donde un grupo de turistas de la norteña Pescara presta más
atención a sus celulares con música que a las imponentes
ruinas grecolatinas del lugar. No es precisamente amable la visión
que se desprende de estos beneficiarios de la Italia más opulenta,
con sus joggings-colorinche, sus peinados batidos y una cultura íntegramente
obtenida de la RAI. Entre el chillón contingente, Soldini va haciendo
foco, suavemente, sobre los miembros de uno de esos familiones que incluyen
abuela y nietos, y que no tardarán en dejarse olvidada a mamá
en una de las paradas de la ruta.
Rosalba se sorprende primero y se desespera levemente más tarde,
pero no tarda en comprender que un alejamiento de los suyos quizás
no sea tan malo como parece. Un viaje a dedo le dará posibilidad
de conocer Venecia, asignatura pendiente que parecería representar
todo aquello de lo que Rosalba se privó y ahora, con sólo
decidirlo, puede saldar. Y que, además de permitirle retomar una
olvidada afición por el acordeón, incluirá nuevo
trabajo, nuevos amigos y, claro, nuevo amor. Porque en cine, la ciudad
de los canales y la embriaguez del corazón suelen ser sinónimos.
Está muy bien escrito, y mejor actuado, el personaje de Fernando,
camarero islandés de dura pronunciación, exagerada educación
y ceremonioso hablar, que carga también con sus dramas personales
y familiares, y a quien el suizo Bruno Ganz (recordado protagonista de
films de Wenders, Alain Tanner y Angelopoulos) le presta toda su melancolía
y una caballerosidad como de otro tiempo.
Es en él y sin duda en la por aquí desconocida Licia Maglietta,
bella y delicada en sus 50 (y sin el mínimo rastro de afectación
cinematográfica), donde Pan y tulipanes encuentra su corazón
y su médula. Alrededor de ellos dos, el trazo se vuelve más
colorido pero también más grueso, ya se trate del obtuso
marido, fabricante de inodoros, como de una vecina, masajista holística,
o de un agitado buscavidas eslavo. Y sobre todo un obeso plomero, detective
por accidente, que deja a la mamma y también encuentra su amor,
posible alter ego de la protagonista que carga sobre sus anchasespaldas
con el peso cómico de la película, poniendo a esta sencilla
comedia al borde de la burda comedieta.
PUNTOS
DOCTOR
DOLITTLE 2, O EL REGRESO DE EDDIE MURPHY
Las mascotas hacen huelga
Por Martín
Pérez
Un perro que se niega a ir a
buscar el palo lanzado por su amo, vacas que se resisten a dar leche y
gallinas ponedoras que reciben al granjero a huevazo limpio. Tres ejemplos
de las medidas de fuerza tomadas por los animales piqueteros que terminan
tomando por asalto Doctor Dolittle 2 al delirante grito de ¡Huelga,
huelga!, terminando de confirmar que lo mejor de esta secuela filmada
por Steve Carr está en la boca de sus protagonistas: los animales.
Porque, cuando se trata de los humanos, este Dolittle tal como el
anterior es tan banal y aburrido como la parte sin sexo de cualquier
película porno.
Tal como fue presentado tres años atrás en el Dolittle original,
la premisa básica del film parte del hecho que el veterinario Eddie
Murphy puede entender lo que dicen los animales. Y que lo que él
puede escuchar también lo escuchan los espectadores. Por eso es
que este nuevo Dolittle puede tener como narrador al perro del buen doctor,
que cuenta la historia de cómo el ahora famoso facultativo es convocado
por un castor mafioso que le pide ayuda para enfrentarse a una impiadosa
industria maderera con el objetivo de salvar a todo un bosque de ser talado.
Y el gran plan de Dolittle para lograr su objetivo será conseguir
aparear a una hembra solitaria de una especie en extinción con
un macho de la misma especie. Pero el problema es que, mientras la hembra
vive en el bosque, el macho es un divertidísimo oso de circo, que
odia el bosque y ama el mundo del espectáculo. Rebosante de corrección
política hasta el empalagamiento, Doctor Dolittle 2 es un film
repleto de animales ridículos hasta ser más que simpáticos,
y seres humanos tan correctos que son antipáticos.
Aburrida hasta llegar a ser dañina para la salud a la hora de hablar
de la relación de Dolittle con los seres humanos (su familia, por
ejemplo), y muy divertida cuando entran en escena los animales que
entretienen como los mejores personajes secundarios de las películas
de Disney, esta secuela dirigida por Carr (que reemplazó
a la insulsa Betty Thomas, responsable de la original) divierte donde
tiene que divertir. Y después, eso sí, aburre. En particular
cuando el otrora irreverente Murphy que solía burlarse de
Bill Cosby en sus apariciones en Saturday Night Live
se calza el traje de padre de familia comprensivo y olvida a los animales,
que terminan ¿como no se les habrá ocurrido antes?
haciendo huelga para defender sus derechos.
PUNTOS
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