Por Mariana Enriquez
La Ley de Fomento del Libro
y la Lectura fue tratada el martes pasado por el Senado de la Nación,
ante la presencia de autores y sectores vinculados a la industria editorial.
No fue la primera presión para la promulgación de la ley:
entre otras, se tomó la medida de llevar a cabo un apagón
en librerías. Es que escritores y editores no están dispuestos
a admitir más retrasos, pero temen que el artículo 11 de
la ley, que contempla la exención del IVA a la producción
y comercialización de libros, no sea del gusto del ministro de
Economía Domingo Cavallo y que eventualmente el Ejecutivo decida
el veto de ese artículo. Estos temores se agudizaron ayer cuando
Cavallo, durante un discurso pronunciado en la Casa de Gobierno mientras
presentaba un plan de competitividad para los sectores gráficos
y de papel celulosa, señaló que no se va a poder hacer
en la práctica la devolución del IVA sobre todas las etapas
previas y posteriores a la elaboración de un libro. Lo que va a
ocurrir es que se va a facilitar la importación de libros y el
traslado al exterior de la actividad gráfica y de todas las actividades
conectadas con los libros.
Además, el ministro se mostró sorprendido ante
la actitud de los autores que reclaman la promulgación de la ley
(que de hacerse efectiva provocaría un descenso de hasta el 15%
en el precio de tapa de los libros producidos en el país), señalando
que me parece adecuado que los derechos de los autores estén
exentos del impuesto a las ganancias, pero no entiendo por qué
están tan contentos con la exención y la supuesta devolución
del IVA a la producción y venta de libros. Y concluyó
su exposición afirmando que el no pago de los impuestos razonables
es una forma de faltar a la solidaridad, si es que queremos que haya buena
educación, buena salud, buenos servicios. No quiero abrir una polémica,
pero les quiero pedir a los autores y a una Cámara del Libro que
aparentemente está enamorada de la idea de que toda la actividad
no pague ningún tipo de impuestos, que utilicen la inteligencia
que tienen para escribir tan bien para pensar qué es lo que significa
una buena organización económica, social y política
de un país.
No fueron pocos los escritores que inmediatamente se manifestaron en contra
de las afirmaciones de Cavallo. Cuando María Elena Walsh fue consultada
por Radio Mitre, señaló que las declaraciones del ministro
la hicieron reír y explicó brevemente lo que
es casi obvio: En primer lugar, los autores estuvimos exentos del
impuesto. Y segundo, no ganamos mucha plata, y si la ganamos alguna vez,
fue por poco tiempo. Lo mismo pasa con las actividades artísticas.
Más tarde la escritora ironizó afirmando que el impuesto
al libro y los autores no es un tema para Cavallo, por más
que sea escritor, y haya escrito Ficciones (de Jorge Luis Borges), y que
sus libros sean muy interesantes. Sus odas y sonetos son muy buenos también.
Me parece que es mejor que no se metan (en el tema), porque no lo conocen.
Federico Andahazi fue uno de los escritores presentes cuando el Senado
trató la ley. Si no hubiéramos estado en el recinto
cuenta es posible que no la trataran. Había 250 autores
allí, cosa que de por sí me conmovió, porque es difícil
ver a 12 escritores juntos, no digamos cientos. Lo cierto es que los autores
solemos estar distanciados por diversos motivos, la mayoría extraliterarios.
Esta es una cuestión extraliteraria, pero me parece que debe juntarnos
para hacer presión: en el Senado lo hicimos. Y en cuanto
a las opiniones de Cavallo, el autor de Las Piadosas reconoció
que me parece bien que el ministro admita que los autores deben
estar exentos del impuesto a las ganancias, y espero que sea consecuente
con eso. Pero en cuanto al IVA, en realidad mi opinión es muy lógica,
muy de sentido común: tenemos una industria editorial que está
prácticamente muerta. Lo que produce el IVA es el aumento de precio
de los libros. Y el que tiene que pagar el impuesto es el lector, que
es la contraparte del autor. Si el lector no compra libros, como vienesucediendo
de un tiempo a esta parte, es obvio que la industria no va a resucitar:
es imposible pensar en una industria descompuesta de sus partes. Y mientras
el lector no compre, el círculo no puede cerrarse. Todo esto me
parece de una elemental lógica. Los autores no somos contadores
ni economistas, pero es tan sencillo que me parece raro que un autor deba
explicarle estas cosas a un ministro, o que las consecuencias no resulten
obvias.
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