Por Hilda Cabrera
La reapertura de una sala teatral,
la puesta de dos importantes obras a cargo de excelentes artistas, y la
publicación de un trabajo de investigación de corte periodístico
prometen insuflarle nuevos aires a la escena del partido de Morón.
Luego de años de abandono, se reabre hoy el remodelado Teatro Municipal
creado en 1950 y rebautizado Gregorio de Laferrere en 1964
con la presentación de El contrabajo, de Patrick Süskind,
en versión y puesta de Rubén Szuchmacher, e interpretación
de Héctor Bidonde (esta noche a las 21), y Potestad, pieza de 1985
de Eduardo Pavlovsky, con actuación del autor y Susy Evans, dirigidos
por Norman Briski (mañana, en el mismo horario).
A modo de complemento de esta inauguración, pasado mañana
a las 20 se dará a conocer en la misma sala ubicada frente
a la Plaza Libertador (entre San Martín y Alte. Brown) un
libro que lleva por título Teatro abierto. Según sus responsables,
alude a la reapertura y homenajea al ciclo que, organizado por teatristas
y personalidades vinculadas al sector, se inició en el Teatro del
Picadero el 28 de julio de 1981, como una forma más de resistencia
cultural a la dictadura militar, y que, compuesto de obras breves de veinte
autores, supo sobrevivir al incendio intencional que arrasó aquella
sala el 6 de agosto de ese año. Convertido en foro de artistas
y público opositor a la dictadura, aquel ciclo se sustentaba en
una real declaración de principios, entonces hecha
pública por el actor Jorge Rivera López. Porque aspiramos
a que nuestro valor se sobreponga a nuestros miedos, porque
amamos dolorosamente a nuestro país, y éste es el único
homenaje que sabemos hacerle, decía.
El libro que se presentará pasado mañana reúne testimonios
y fotografías de diferentes épocas, y apuntes sobre algunos
acontecimientos escénicos relacionados con el teatro de la zona
y los artistas que pasaron por la sala hoy reciclada. Entre los testimonios
figura el de Hamlet Lima Quintana referido a su trabajo en el Teatro Municipal,
cuando éste era dirigido por Pedro Escudero (quien además
condujo el grupo Teatro Experimental Morón), y su vinculación
con el poeta, autor y titiritero Javier Villafañe. Otros textos
mencionan a Ricardo Passano (h), quien mostró allí su último
trabajo, Alma de Garrick (recuerdos de un comediante) y varias personalidades
más. Se memora el paso del poeta gaditano Rafael Alberti, exiliado
del franquismo y residente en Morón: su presencia en el estreno
de Antígona Vélez , de Leopoldo Marechal, junto al autor,
la esposa de éste y la escritora Beatriz Guido. El texto se va
completando con declaraciones de dramaturgos (Roberto Cossa, Mauricio
Kartun, Patricia Zangaro, Eduardo Pavlovsky, Carlos Gorostiza y muchos
más), prestigiosos actores, y directores como Laura Yusem, Rubén
Szuchmacher, Ricardo Bartís, Hugo Urquijo y Agustín Alezzo.
El lunes mismo, se ofrecerá un espectáculo de humor, ideado
e interpretado por Eduardo Calvo, y un show musical a cargo de Jorge Marziali.
Adhiriéndose a este festejo, asistirán las actrices Cristina
Banegas, Aída Luz y Virginia Lago, quien según cuenta
debutó en ese teatro: Faltaba una chica en una obra, en la
que también actuaba mi hermana, y me incluyeron. También
los actores Roberto Ibáñez, Jorge Luz, Franklin Caicedo,
Osvaldo Santoro, Walter Santa Ana, Villanueva Cosse, Manuel Callau, Carlos
Belloso, Guillermo Rico y Pepe Soriano (quien mostró en esa sala
su unipersonal El loro calabrés). Otros invitados son los directores
Hugo Midón y Manuel Iedvabni, y los autores Alberto Drago, Bernardo
Carey, Américo Torchelli y Susana Torres Molina, el historiador
teatral Luis Ordaz, el artista y psicólogo social Alberto Sava,
el editor y periodista Arturo Peña Lillo y el historiador Norberto
Galasso.
CAUTIVERIO,
DE OMAR PACHECO
Cuadros de la inquisición
Por Cecilia Hopkins
Al igual que en Cinco Puertas,
la anterior producción del Grupo Teatro Libre, el director Omar
Pacheco vuelve en Cautiverio a empeñar similares medios técnicos
para crear en escena imágenes que tanto en quietud como en movimiento
tienen en común no solamente su inspiración pictórica
sino también una marcada filiación con el lenguaje cinematográfico.
Las fuentes de luz son direccionadas de tal modo que los diferentes niveles
del espacio de la sala se transforman, creando volúmenes inesperados,
falseando distancias y perspectivas. También como en aquel espectáculo,
Cautiverio se construye por efecto de acumulación: utilizando los
apagones totales a modo de separador, el director va yuxtaponiendo una
multitud de breves escenas o cuadros fijos, que a veces duran sólo
un instante.
Los personajes (que casi no hablan y cuando lo hacen se expresan en una
lengua inventada, de rasgos sonoros similares al alemán) aparecen
solos o en situaciones que más adelante se retoman como continuando
las instancias de una narración fragmentada. De todas formas, tal
vez no sea suficiente ver el montaje una sola vez como para desentrañar
el relato propuesto. Inmediata es en cambio, la captación del tono
general de este collage de imágenes truculentas en el que se discierne
una unidad temática. Con sus lentas imágenes de fusilamientos
y vejaciones y sus largas filas de militares, Cinco... aludía a
los horrores de la guerra y el exterminio en campos de concentración.
Las imágenes del nuevo espectáculo, en cambio, culminación
de una trilogía iniciada con Memoria están directamente
vinculadas al flagelo medieval de la Inquisición, con sus cautivos
sufrientes, sus monjes encapuchados, y sus celdas de tormento. Interpretado
por 14 personas, entre actores y figurantes para las escenas grupales,
Cautiverio demuestra un nivel de rigor y disciplina de trabajo que puede
traducir el compromiso grupal con el material expuesto. Podría
señalarse, no obstante, que la producción incesante de estas
imágenes que reiteran su discurso macabro corren el riesgo de ver
debilitada su fuerza por saturación, reducida su intención
reflexiva en el deleite plástico de efectuar variaciones sobre
el mismo tema.
|