Por Alejandra Dandan
Es raro entrar en la casa de
un cura y encontrar un yacuzzi plantado en medio de su cuarto. Ahí
mismo hay una cama, cerca de donde, asegura, escribe una novela, la suya.
Además de sacerdote, Leonardo Belderrein es licenciado en Teología
y se doctoró en Bioética en la Universidad Católica
de San Pablo. Hace poco más de un año conoció a Silvina,
una abogada demasiado autónoma, secretaria de un juzgado federal
de La Plata que no tiene el target de mina dice él
capaz de esconderse en el ropero de algún cura. Belderrein
hizo pública su relación cuando dejó la parroquia
Santa Elena, donde pasó sus últimos diez años. Fue
criticado duramente por buena parte de la Iglesia, pero también
a partir de allí el padre Leonardo que aún pretende
seguir siendo cura se transformó en polo de consulta de un
grupo de sacerdotes disconformes con el precepto de un celibato obligatorio
que los hace negociar sus historias de amor.
Belderrein es provocador aunque no lo pretenda. Yo no sé
de dónde venía ella dice a Página/12 sobre
Silvina, su mujer, sabía de dónde venía yo:
no quería una historia de amor en el ropero, una historia de amor
clandestina, no quería una historia en que confieso un viernes
y practico el fin de semana.
Su decisión implicó un destierro, una expulsión profunda.
Como parte de una institución de bien público, yo
no pagaba algunas cosas, pero cuando cortás con ese cordón,
sentís muy fuerte la intemperie: si te quedás por miedo,
agarrado como a una teta, no hacés la experiencia de sexualidad,
de amor profundo con el otro.
Noé y Eva
Ese destete ocurrió a los 45. De eso habla mientras hace una cuenta
rápida sobre lo que hasta ahora podía financiar con los
casamientos. Yo ganaba muy bien en la parroquia: todo el mundo se
quería casar y ahora, de golpe y porrazo si quiero hacer un viajecito,
le tengo que decir a Silvina ¿tenés plata? Para mí
depender económicamente es nuevo.
Belderrein explica que, de acuerdo con la Biblia, los nombres de los perros
siempre fueron anticipatorios. Por eso le puso al suyo Noé y al
tiempo ese perro condujo el encuentro con Silvina. Frente al gran
caos cosmológico, el Noé bíblico se organizó
en parejas, dice con ese implacable espíritu filologista
con el que ordena su propia historia. Ese nombre, creía, lo ayudaría
a encontrar el modo de integrarse afectivamente.
La historia del encuentro fue tan terrena como el barro. Un día,
mientras bañaba a Noé en la capilla, oyó gente afuera.
El perro se exaltó y escapó. El cura lo encontró
en una zanja, al lado de un fotógrafo que daba vueltas en el parque
con la mujer que ahora comparte la cama de Leonardo. El fotógrafo
era un extranjero de paso y ella una abogada, pero también bailarina
de danza africana. Eso supo esa noche, en una cena donde se comprometió
a ver sus presentaciones.
Pero Belderrein no puede con su genio. También aquí encontrará
ese algo de divino con el que invariablemente termina cada tramo de historia.
En este caso el disparador son las danzas, ese ritual africano que Silvina
repetía cuando la llevaba a comités terapéuticos
o a talleres de chicos en la capilla. Me parecía una sacerdotisa
porque en esas danzas se baila a los Orillás, los dioses de la
naturaleza. Tuve la impresión de que Dios me regalaba ese vínculo
para humanizarme.
Hacía tiempo pretendía una historia así. Esa sensación
se hacía fuerte en los casamientos, cuando bendecía a las
parejas. Decía ¡puta!, qué lindo que fue. Y,
sin embargo, después pensaba ¿por qué corno me quedo
como con una herida dentro?
¿En algún momento se planteó dejar de verla?
No. Existieron miedos sobre cómo se cristalizaría,
cómo se iría socializando esto. Qué pasaría
con mis hermanos, con mi vieja. De esta intemperie laboral que podía
llegar cuando me separara de la institución. Pero los miedos se
encaran poniéndolos acá.
¿Sabía que perdía privilegios?
A veces ser fiel implica quedarse un poco más afuera, quedarme
en la intemperie. Pero no soy mártir: tengo mejor relación
con mis hermanos, he ganado otra familia. Nunca lo creí, pero necesitaba
una suegra. Yo quería querer a otra persona.
¿Y hacia adentro de la Iglesia?
Yo quiero una historia de amor y en primer lugar corté con
un status jurídico institucional para el que no está mal
que pueda estar con una mujer, pero la tengo que tener escondida, porque
si no sonaste; en el ropero no me va.
¿Qué le dijo al obispo?
Al obispo Novak le pedí una interrupción por un tiempo
para repensar todo esto. No hablé de detalles, pero él es
respetuoso del camino espiritual. Me dijo tomate todo el tiempo.
No me dijo arrancá esto que es fruto del demonio y
eso me habló muy bien de él. Dijo te acompaño,
rezo por vos.
Cuando apareció Silvina ¿pensó en el ropero
como opción?
Silvina no tenía el target de mina que se esconde en el ropero.
Es secretaria de un juzgado, es una mina autónoma económicamente.
A mí, ese tipo de minas, las que podrían darle vueltas a
los curas, me deserotizan. No me seducen, es como un grupo de fans con
las que, a la larga, te morís de frío: no me calientan.
En ningún momento le planteé quedate en el molde,
no hubiese aguantado. Cuando me di cuenta que esta sensación me
volaba el pecho, supe que debía salir del estatus jurídico
que por ahora ofrece la Iglesia y estoy buscando otro, dentro de otra
Iglesia o como sacerdote laico.
Luche y vuelve
Durante la charla, el encuentro con Silvina aparece como anécdota.
Hay otro origen central en su búsqueda: la idea de un modelo alternativo
posible dentro de una organización como la Iglesia. En la vida
de Jerónimo Podestá el obispo que renunció
en 1967, tras enamorarse Leonardo encontró las convicciones
que hoy se atreve a pronunciar cuando le piden explicaciones. Para Belderrein,
Podestá fue sobre todo alguien que enfrentó al poder. Se
enfrentó dice a los núcleos de consenso como
la sociedad jurídica o la Iglesia institucional, creo que Podestá
y Clelia le han devuelto a la Iglesia un modo de vivir el sacerdocio de
una manera más transparente y profética.
No es el único en plantear el tema del poder como componente esencial
en la vida de los curas. Incluso Clelia Luro, la mujer de Podestá,
partirá de este concepto para hablar de la experiencia de su marido
cuando como obispo decidió hacer pública la relación
con ella (ver aparte).
Hace unos días, de compras en el supermercado, una mujer lo reconoció
y lo paró para asegurarle que estaba en su causa, y en su lucha.
Leonardo quedó atónito. Hasta allí, asegura, no sólo
desconocía que tenía en manos una lucha sino, además,
que era pública.
¿Pensó alguna vez embarcarse en una historia así?
Yo no tenía esa convicción, la he ido adquiriendo.
Siempre me vinculé a centros de estudios de las cárceles,
hablé de bebés anencefálicos, siempre me hice peleando
por otros temas. Cuando veía a los curas que se casaban no lo veía
como una lucha. Hoy me doy cuenta que va a ser muy positivo el sacerdocio
de aquellos que lo quieran vivir desde la integración de lo masculino
y femenino. Le va hacer bien a la Iglesia.
¿Como se proyecta esto formalmente?
Por ahora nosotros pensamos...
¿Cuando dice nosotros piensa en otros sacerdotes?
Bueno sí, muchos amigos míos sacerdotes están
en pareja. Cuando estudiábamos en Madrid se hicieron censos y el
70 por ciento de los sacerdotes pedía el celibato optativo. Yo
percibo que de acá a diez años se va a dar una cosa así.
Hoy por hoy, hay otras iglesias que aceptan esto.
¿Cómo es eso de perder una identidad no sólo
personal sino pública?
Estoy muy en crisis con todo esto. Han venido sacerdotes a contarme
situaciones muy íntimas y comprometidas, a pedirme consejos. Cosas
que nunca me habían pasado. Vienen y vienen sacerdotes con sus
parejas y para mí es muy enriquecedor y es otro modo de servir.
¿Son sacerdotes católicos los que se preguntan qué
hacer?
Todos mis amigos están buscando caminos alternativos. Este
modelo de mujer en la Iglesia para muchos no es muy creíble. Para
la mayoría, una mujer es un elemento de mucha cualidad y el pensar
con otro, lejos de ser algo que mutile al sacerdote, lo puede potenciar.
En algunos casos es un débito. Yo vivía solo en un
bosque con mi perro, creo que podés volverte muy aparato.
Mendigando de nido en nido, sin una historia concreta.
Pero usted es caja de resonancia de un grupo de sacerdotes donde
aparece un síntoma. Están diciendo acá tiene
que pasar algo. ¿Existe un grupo dispuesto a llevar el tema
a los obispos?
Sí, sí. Yo no sé si tanto acá pero sí
en Brasil, Guatemala, España. Más se valora la libertad,
más van a aparecer personas que no por presión ni por miedo
se hagan célibes, sino por gusto. Habrá así celibatos
de mayor calidad. Muchas personas, incluso Gandhi, optaban durante períodos
de su vida por el celibato.
¿El tema moviliza a los sacerdotes aquí?
Creo que sí. Estoy contento con lo que hace la Iglesia en
materia externa, en la sociedad. Cuesta en cambio digerir el tema de la
deuda interna: yo quisiera ser sacerdote integrado afectivamente con una
mujer como lo ha sido Jerónimo. Entonces yo, que vi ese modelo,
estoy obligado en conciencia. Los sacerdotes que veo tienen grandes y
profundas historias de amor, no tengo ningún amigo que esté
luchando contra mujeres arañas, seductoras. Mis amigos,
adentro o fuera de la Iglesia son tipos que están repensando su
servicio social y humano desde una integración clara con un femenino
concreto.
Pero tampoco tienen ese espacio de libertad para hacerlo.
Yo trabajo en la cárcel con gente que nunca dice que la libertad
tenga que ver con lo exterior. Tiene que ver con algo distinto, aprender
a escuchar la voz del espíritu. Por miedo, pierdo mi libertad.
¿Entonces cada uno puede sentirse libre adentro?
Sí y con algunas cosas que yo ya no negociaría; pero
entiendo que ellos puedan negociarlas, si sus parejas lo aceptan.. Yo
no practicaría el amor swinger, pero si a determinada gente le
funciona, lo respeto. A mí no, para mí tener una historia
con cierta calidad erótica implica blanquearme. Entregarme, poner
todo el corazón y energía en un tú concreto que es
el que construyo con Silvina. Con mi mentalidad seminarista hubiese dicho
qué hombres viciosos, hoy me doy cuenta de que no tengo
derecho a meterme en la sábana de nadie.
Agustin Radrizzani, obispo
de Lomas de Zamora.
Consagración
completa
Si uno decide consagrarse, esa consagración debe
ser completa, tanto desde lo espiritual como desde lo corporal.
Estamos en este punto partiendo del hecho de ser creyentes. Cuando
uno tiene fe, puede seguir a Dios de diferentes formas. Puede optar
por una paternidad espiritual, y consagrar su vida a Dios espiritualmente
u optar por una paternidad física, y consagrar su vida a
Dios a través de la formación de una familia. El tema
es imitar el modo de vida de Cristo, ya sea como padre de familia
o como consagrado.
En la Iglesia ha habido casos de padres de familia o de esposos
que han sido ordenados sacerdotes, pero han sido personas con características
espirituales especiales.
Considero que este tema puede explicarse de la siguiente manera:
la persona que experimenta el llamado de la vocación religiosa,
experimenta al mismo tiempo un amor, un enamoramiento tan grande
hacia Dios, que andá a hablarle de un amor terrenal, andá
a preguntarle por el amor hacia tal o cual persona... Todos los
otros amores quedan supeditados a ese Amor con mayúscula.
Ojo que eso no quiere decir que el célibe sea más
santo o más digno de la gracia divina que el padre de familia
o el esposo. Y este es un tema importante: si yo, que soy miembro
de la Iglesia, no vivo ni predico como se debe el amor hacia Dios
y hacia el prójimo, y una mujer o un hombre consagrados a
su familia o a su comunidad sí, ¿quién construye
mejor la Iglesia?
He tenido casos de sacerdotes que me han traído este
tipo de inquietudes, de consultas. En esas situaciones he tratado
de parecerme a Cristo en el acompañamiento: ser comprensivo
y no juzgar.
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Justo Laguna, obispo
de Moron.
Absolutamente
celibatista
Es un tema ampliamente tratado por mí públicamente
e incluso entre mis seminaristas. Yo soy absolutamente celibatista
y en esto quiero ser claro. Soy celibatista a reventar, no creo
que sea verdad que se trata de un tema que conflictúe hoy
a los sacerdotes. Existe suma libertad, yo siempre lo digo, cuando
el sacerdote se prepara para asumir esta opción. Y para ellos
es una opción de libertad y digo esto sin quitarle la fuerza
que puede tener el impulso sexual para cada uno.
Lo que sucede en Quilmes lo considero sumamente serio y grave,
no se le puede dar un año de licencia a un sacerdote frente
a una opción como esta, se lo debe suspender desde el principio
y esto de acuerdo al derecho canónico.
No niego que existan sacerdotes con este tema, siempre ha
habido grupos rebeldes, pero cuando se ordenan lo hacen con libertad
y esto es algo sumamente reiterado por mí cada vez que se
plantea. Hasta a mí incluso se me ha ido uno. El problema
nunca se acaba del todo.
Pero quiero repetir que mi postura es absolutamente celibatista
y así he sido profundamente feliz. Llevo 48 años de
celibato, o llevo 47 de sacerdote y el celibato es un año
antes. Y he sido muy feliz, no digo que no han existido luchas,
en todas las etapas de la vida las hay. Pero ni siquiera he extrañado
hijos, porque de hecho considero que los tengo.
No puedo hablar de la situación general del país
porque no la conozco, en todo caso sí de mi diócesis
y siempre han existido grupos contestarios y defecciones pero una
gran cantidad es fiel a sus promesas. Además que se tome
como modelo a Jerónimo Podestá, traerlo a colación
es un escándalo. ¡Lo suyo fue inconcebible! Un obispo
que se vaya con una mujer casada, casada y con hijos... En torno
de esto se ha construido una especie de mito, pero la realidad es
la realidad.
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OPINION
Por Washington Uranga
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Nada está dicho
El tema del celibato sacerdotal en la Iglesia Católica
es un capítulo pendiente más allá de que institucionalmente
se lo pretenda plantear como cerrado o, lo que es peor, superado.
Nada está dicho de manera definitiva sobre todo porque la
realidad demanda respuestas que, con apertura, contemplen la realidad
sin por ello desatender a los principios. Porque hay más
y más sacerdotes que reafirman su vocación de tales
y no encuentran razones, ni doctrinales ni institucionales, que
fundamenten la presunta incompatibilidad entre el sacerdocio ministerial
y el amor de la pareja. Esto, por supuesto, sin negar que también
existan vocaciones genuinas al celibato. Por eso la posibilidad
de una elección libre de cada persona o de cada pareja. Existen,
por otra parte, muchos sacerdotes e incluso obispos que han decidido
optar por un camino de amor en pareja reivindicando el derecho a
seguir sirviendo y ejerciendo su vocación sacerdotal. La
Iglesia institucional ha dicho hasta el momento que esto no es posible.
Hay que hacer opciones, contestan algunos, casi como
si se tratara de decidir entre el bien y el mal, entre lo correcto
y lo claramente erróneo o equivocado. Pero más allá
de la negación institucional que se hace del tema y de la
censura, pública y privada, que muchos obispos imponen respecto
de los sacerdotes que se encuentran en esta situación, en
distintas partes del mundo existen también otros obispos
que han encontrado los resquicios institucionales para acoger a
estos sacerdotes hoy casados, darles un espacio de participación
en la Iglesia y canalizar sus aportes, sus energías y su
vocación de servicio para la misma comunidad cristiana y
para la sociedad. El aporte propio y de sus parejas, por supuesto.
Con más o menos vehemencia, Roma condena estas situaciones
y presiona a los obispos que las alientan. Juan Pablo II ha ratificado,
en muchas ocasiones, que no habrá cambios en la doctrina
eclesiástica sobre el tema. Lo mismo se ha dicho sobre el
eventual sacerdocio ministerial de la mujer y sobre el divorcio.
Se trata de tres capítulos que están conectados entre
sí. Para muchos analistas católicos el tema pasa por
la reafirmación del poder jerárquico de los varones
célibes que constituyen una suerte de casta sacerdotal
en la Iglesia Católica. Pero también señalan
que se trata de una cuestión de tiempo. Concluido el pontificado
de Juan Pablo II inflexible en estos temas, otros aires
pueden correr. Sobre todo porque se alimentan de la vida y la experiencia
de base de las propias comunidades católicas en todo el mundo.
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