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UN HOMBRE QUE BLOQUEA EL PASO A SUS VECINOS MAPUCHES EN EL BOLSON
La batalla del sendero

Tras una pelea con sus vecinos mapuches, el alemán Rodolfo Nessler cerró un sendero por donde pasaban los niños para ir a la escuela y circulaban animales. Hace nueve meses, un juez le ordenó que lo reabra. Los mapuches siguen esperando.

El lonko Alejandro Huechupán denunció la falta de cumplimiento en El Bolsón de la orden judicial.

Por Horacio Cecchi

Un alemán, refugiado de guerra y propietario de un tambo, una fábrica de lácteos y dos extensiones de tierra a 23 kilómetros de El Bolsón, puso en práctica una curiosa interpretación de las leyes y del tiempo. Hace nueve meses que desobedece una sentencia que lo obliga a reabrir un sendero de la comunidad mapuche, quitar carteles intimidatorios y retirar al personal armado y sus perros. El sendero pasa por el medio de sus terrenos. En el entorno, todos hacen: la Delegación Catastral de Tierras hace como que no sabe nada, la policía local hace como si no se entera y el alemán hace como que cumple: en lugar de obedecer la orden, abrió otro sendero, paralelo al anterior. Curiosamente, el nuevo sendero tiene guardaganado, troncos para que no pasen ambulancias, rosas mosquetas pobladas de espinas, pozos, un alambrado electrificado, algún que otro perro guardián que se suelta de su correa y un criadero de truchas que casualmente ahora desagota sobre el nuevo camino.
El sendero bifurcado tiene su historia que conviene recordar: se encuentra en el extremo norte del valle de Mallín Ahogado, en el paraje Mallín Alto, 8 kilómetros al norte del caserío de Mallín Ahogado y a 31 kilómetros también al norte de El Bolsón. Cruza los terrenos de don Rodolfo Nessler –Rudolph para sus amigos, un alemán refugiado de la Segunda Guerra, según las voces del monte–. Los terrenos, identificados como 3857 y 3758, sección IX del departamento de Bariloche, según el plano de mensura 2080 del catastro de la Dirección General de Tierras y Colonias de Río Negro, son fiscales y fueron entregados a Pedro Inalef. Antes de morir don Pedro entregó el lote 3758 a su hijo Próspero y el 3857 entró en sucesión entre Próspero y sus hermanos José Domingo y Sara Eglafira.
Próspero fue designado albacea y decidió cumplir con el sentido de su nombre: vendió su terreno a don Rudolph, y el otro se lo cedió en algún acuerdo, oscuro según la comunidad mapuche. “En otras tierras don Rodolfo tiene una fábrica de yogur –dijo a Página/12 el lonko (cacique) Alejandro Huechupán–, y ahí manda a veranear a sus vacas.”
Detrás de las tierras de Nessler se encuentra el diminuto lotecito de Atilio Marchand, casado con Beatriz Cayuleo y padre de “unos 8 hijos”. Sean cuantos sean, para llegar a la escuela pública 118 de El Bolsón los mapuchitos Marchand deben tomar un micro en el camino vecinal conocido como Circuito turístico Mallín Ahogado. Pero para alcanzar el camino deben recorrer el sendero en cuestión, de un kilómetro de largo.
En marzo del ‘98, Atilio fue despedido después de una visita a su madre enferma en la provincia de Chubut. Atilio trabajaba para Nessler casi desde que el alemán se instaló en los campos, en 1978. Marchand hacía de todo: ordeñaba, hachaba, pintaba, por 200 pesos mensuales, a veces pagados en especie. Marchand inició un juicio laboral. Como respuesta, Martín Nessler, hijo pródigo de don Rudolph (ver aparte), le abrió una causa por daños y perjuicios: lo acusaba de haber robado una manguera.
El hijo pródigo perdió su querella y don Rudolph se brotó: cerró la tranquera del sendero, dejando a Marchand aislado y obligando a sus hijos a rodear sus terrenos, elevando a casi dos horas el recorrido hasta la parada del micro. “Tienen que salir de noche, a las cinco de la mañana, para llegar a las 8 a la escuela”, denunció Huechupán. Pero para don Rudolph, una simple tranquera no es obstáculo: no conforme, el alemán utilizó una táctica de ingeniero zapador. Reforzó las imposibilidades de los enemigos destrozando el antiguo puente de madera que utilizaba el sendero para cruzar el arroyo. Puso carteles en la tranquera con la leyenda “Prohibido pasar. Propiedad privada” y el dibujo de un arma. Y otras armas, no dibujadas, en manos de un equipo de guardias con perros.
El lonko Huechupán, en representación de Marchand y marchanditos, pidió la intervención de la Dirección General de Tierras. Mediante la resolución 051, del 24 de mayo del 2000, Tierras reconoció al sendero como “paso de servidumbre”, necesario para el traslado de los chicos, las ambulancias, las dos vacas y la oveja de Marchand. Pero el sendero siguió cerrado.
Presentaron entonces un pedido de amparo ante el juez Carlos Rozanski, presidente de la Cámara Criminal Primera de Bariloche, con todos los antecedentes del caso. Después de un minucioso análisis de pruebas, el 20 de septiembre Rozanski sentenció: hizo lugar al recurso de amparo y ordenó a la empresa Nelle (la yogurtera de Rudolph) a “restablecer el paso” hasta el camino vecinal, “reponer los puentes preexistentes así como remover todo obstáculo que impida el libre tránsito”, además de “retirar toda señalización intimidatoria y abstenerse de cualquier actitud”, “en un plazo perentorio de 24 horas”. En sus fundamentos, Rozanski citó derechos constitucionales, el Código Civil y la grave situación planteada a una histórica comunidad históricamente menospreciada.
Seis meses después, la tranquera seguía cerrada, los puentes eran colgantes, los guardias tenían sus armas y los perros sus colmillos. Rozanski presentó una denuncia por el delito de desobediencia, pero el fiscal Gerardo Balog no avanzó y la denuncia murió. El 22 de marzo pasado, el juez, con su secretario Martín Losada, viajó hasta El Bolsón dispuesto a una comprobación in situ. Convocó por cédula a la policía, a un fotógrafo de los uniformados, a Huechupán, al abogado de los mapuches, Jorge Soriano, y al delegado de Tierras, un tal Salinas, quien prefirió esquivar el compromiso desapareciendo de escena.
En el terreno, la comitiva se enfrentó al modelo de cumplimiento de don Rudolph y a sus estrategias militares. A cien metros de la tranquera, que seguía cerrada, Rozanski encontró otro sendero. Nessler lo había abierto como paso de servidumbre, reafirmando su compromiso con las leyes. Claro que lo abrió de un modo muy particular: la entrada desde la ruta tenía un guardaganados (tablones muy espaciados sobre un gran foso: los animales incrustan sus patas entre las tablas).
El sendero, de tres metros de ancho en lugar de cinco, no permitía el paso de vehículos. De todos modos, el ancho no era necesario: estaba plagado de árboles talados hasta medio metro del piso. Para colmo, todo el centro del camino estaba sembrado de con rosas mosqueta, un enorme arbusto plagado de espinas. Incluso, el ecológico Rudolph plantó pinos aquí y allá. Siguiendo la técnica de la trinchera, agregó una alambrada de púas, en los laterales del camino. Estaba electrificada con su correspondiente generador y un poste, en medio del sendero, también electrificado. Rudolph también desvió el desagote de su criadero de truchas empantanando el camino. Con ese sendero don Rudolph pretendía dar por cumplida la sentencia y habilitar el paso de los chicos, para ir a la escuela en horas en que la única luz que ilumina es la del alma.
Después de dos años, Rozanski ganó el concurso en la Cámara Oral Federal de La Plata. Por ende, ya no está más en el sur. Algún juez lo reemplazará en el caso y deberá resolver sobre el incumplimiento de don Rudolph y su hijo pródigo. Entretanto, los mapuches rezan unos nguillatún.

 

La historia de Rodolfo, o Rudolph

Le dicen don Rodolfo. Y lleva sus casi 80 años con estoica rigidez prusiana. Llegó con doña Elena, su esposa y hoy presidenta de la yogurtera familiar Nelle S.A., aunque todos saben que don Rudolph lleva la voz de mando. En Bariloche sostienen que llegó como refugiado de guerra junto con una buena comitiva de alemanes. Se instaló sin un peso en los bolsillos. Después se trasladó a El Bolsón. Allí comenzó a crecer su patrimonio. Don Rudolph y doña Elena tuvieron dos hijos argentinos. Uno de ellos murió. El otro es Martín, el hijo pródigo, hoy de unos 38 años. Cuando Martín cumplió los 15, don Rudolph decidió su destino: lo envió a Alemania a hacerse un hombrecito y alcanzar una formación privilegiada de ingeniero. Rudolph aspiraba para su hijo aquella educación prusiana de antaño. Pero el Muro de Berlín ya había caído, y Alemania no era la misma. El nene pródigo volvió con aritos, la cabeza rapada con una cresta de colores en el medio, los pantalones rotos y pasó sus días corriendo en una motocross. Rudolph no soportó tan contundente demostración de que el tiempo pasa, y lo echó de la casa. “Volvió regenerado”, dicen en Bariloche. Ahora carga contra los mapuches: “Te echa el auto encima”, aseguran en la comunidad de Tequel-Mapú. “Alardea con sus armas, te dice indio de mierda”. Sobre Rudolph, dicen en el monte que “siempre vivió acá. Hasta que pasó lo de Priebke (la deportación)”. Entonces, imprevistamente, don Rodolfo Nessler hizo las valijas y se mudó a Chile dejando a su hijo a cargo de la situación.

 

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