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DE NUREMBERG Y PINOCHET A UN TEST CLAVE PARA EL FUTURO TPI
De qué hablamos al hablar de justicia global

El proceso contra Milosevic, que durará varios años, se presenta como una etapa clave con vistas a un tribunal penal internacional. Aquí, un prominente especialista británico analiza cuáles son las tareas y dilemas que el tribunal de La Haya tiene por delante.

Dilema: �El primer dilema de la Corte
va a ser si insistir en su imparcialidad o formar un tribunal con jueces cuyos países no tomaron posición ante la OTAN�.

Carla del Ponte, fiscal de la ONU
para crímenes de guerra, entra al
Tribunal de La Haya.

Por Geoffrey Robertson*

Los procedimientos que empezarán la semana que viene en La Haya seguramente recibirán el rótulo de “el proceso del siglo 21”. Pero serán tanto un proceso sobre Slobodan Milosevic como sobre el sistema de justicia penal internacional que está empezando a nacer.
No existe un verdadero precedente para el procesamiento de un ex jefe de Estado bajo acusaciones de cometer crímenes contra la humanidad. Nuremberg no fue una corte internacional, porque todos sus jueces venían de las “cuatro grandes” potencias victoriosas. El tribunal de La Haya hasta ahora sólo ha condenado a soldados que violaron, mataron y torturaron, o a los generales que les dieron sus órdenes, no a políticos acusados de responsabilidad por atrocidades que fallaron en evitar o por genocidios de los que livianamente se dice que son sus “autores intelectuales”.
Los ministros hutus encarcelados por la sucursal de La Haya en Arusha se han declarado en su mayoría culpables, para evitar la pena de muerte que recibirían si fueran procesados en Ruanda.
El caso contra Milosevic se limita hasta el momento a varios cientos de asesinatos serbios en Kosovo, pero seguramente incluirá más acusaciones de genocidio por las limpiezas étnicas en Bosnia, empezando por la masacre del hospital de Vukovar en diciembre de 1992.
El proceso se basa en la teoría de la “responsabilidad de comando”, que atribuye a un líder militar o político criminalidad por no haber dado “pasos necesarios y razonables” para prevenir o castigar crímenes contra la humanidad que él sabía que estaban siendo cometidos. Esta doctrina nace de la decisión de la Suprema Corte de Justicia norteamericana que aprobó la condena judicial en Tokio contra el general Yamashita. La doctrina es correcta en principio, pero en la práctica puede ser muy fácilmente mal aplicada por una corte parcial: los historiadores aceptan hoy a Yamashita como el único general japonés que genuinamente ignoraba que sus tropas estaban cometiendo atrocidades, y su ejecución aparece retrospectivamente como una mala aplicación de la justicia.
Este solo hecho basta para enfocar la atención en la identidad y la nacionalidad de los jueces internacionales, los tres que van a presidir el proceso y los cinco que decidirán sobre la inevitable apelación. La primera táctica de los abogados de Milosevic será objetar a jueces de los países de la OTAN, trayendo como precedente el fallo de la Cámara de los Lores británica que descalificó a Lord Hoffmann en el caso Pinochet por sus conexiones con Amnesty International.
Los jueces del tribunal de La Haya hasta ahora no han mostrado ningún prejuicio a favor ni en contra de los comandantes serbios y croatas que han condenado (y, en algunos casos, absuelto), y el procesamiento de Milosevic fue aprobado por David Hunt, un autorizado juez penal australiano, pero, aún así, fue irresponsablemente calificado como “político” por los gobiernos de Grecia y Rusia.
Esto anticipa el primer gran test para la justicia penal internacional: ¿pueden sus jueces elevarse por encima de las políticas y orientaciones de los gobiernos que los han nombrado? La experiencia de la corte internacional de justicia no es reconfortante: las decisiones de los juristas rusos, norteamericanos y chinos, en particular, han tendido a reflejar las políticas de esos países. Pero están apareciendo signos de una nueva camada de jueces globales verdaderamente independientes, especialmente en la corte europea de derechos humanos (donde el juez del Reino Unido es muy festejado por su disposición a fallar en contra del Reino Unido). En el caso de Milosevic, el primer problema de la corte va a ser si insistir en la independencia e imparcialidad de todos sus jueces, o constituir un tribunal especial compuesto de jueces cuyos países no hayan tomado posición ni a favor ni en contra del bombardeo de la OTAN.
Milosevic no podrá alegar, como lo hizo Pinochet, que como ex jefe de Estado él dispone de inmunidad, porque está excluido de manera expresa por el Artículo 7(2) del estatuto del tribunal de La Haya. Su defensa ante lasacusaciones de responsabilidad de comando por las masacres de Kosovo deberá ser que no sabía nada sobre ellas. La mayor parte (pero no todas) fueron cometidas después de que la OTAN empezó su bombardeo, una acción que los abogados de Milosevic ciertamente tratarán de argumentar que fue un ataque a la soberanía serbia. Para fundamentar esta tesis, con su potencial de arrinconar a la OTAN en una posición incómoda, los abogados indudablemente citarán las dudosas conclusiones del comité especial de Donald Anderson en la Cámara de los Comunes, que no admitió el derecho legal internacional a transgredir la soberanía en una emergencia humanitaria, o para prevenir o castigar un crimen que se está cometiendo contra la humanidad. Puede que la corte no encuentre necesario fallar sobre este tema, porque masacrar civiles inocentes nunca puede ser un acto justificable de autodefensa ante un ataque ilegal.
Un argumento de la defensa que no prosperará es su alegato de que la extradición a La Haya fue el pago de rescate por ayuda económica y contraria a la Constitución serbia. Todos los Estados tienen la obligación internacional de procesar a aquellos acusados de crímenes contra la humanidad y de extraditarlos a un foro que los procesará.
Eichmann fue secuestrado, los acusados en el caso Lockerbie fueron sacados de su país como consecuencia directa de las sanciones contra Libia, y el general Blaskic (sentenciado a 45 años de prisión por ordenar la destrucción de aldeas serbias) fue enviado a La Haya por Croacia a cambio de un importante préstamo de Estados Unidos.
Esta “era de puesta en vigencia” de los procesamientos por derechos humanos amanece con una cierta calidad de “catch as catch can”: la culpa de Milosevic por sus primeras atrocidades en los Balcanes puede no ser mayor que la del ex presidente croata Franjo Tudjman, quien murió sin ser procesado. Pero la existencia de pruebas sustanciales de que Milosevic es al menos parcialmente responsable por una guerra que duró siete años y costó un cuarto de millón de vidas demanda un encare judicial, más allá de la forma en que el acusado haya llegado a la corte.
Esa guerra, que la acusación dice que él libró a través de sus subordinados serbo-bosnios, será el tema de un nuevo procesamiento de Milosevic por genocidio. Sensatamente, esto será tratado después de las acusaciones por Kosovo. Su defensa consistirá en echarle la culpa de todo a los serbo-bosnio, lo que vuelve crucialmente importante la entrega al tribunal de Radovan Karadzic y Ratko Mladic para que se unan a Milosevic en el banquillo de los acusados, tal vez para que lleven adelante el estilo de “defensa cortagargantas” que es usual entre conspiradores que se culpan mutuamente en la corte de Old Bailey en Londres y que usualmente termina en la condena de todos ellos. Si el veredicto es “culpable”, Milosevic no puede recibir una sentencia menor que Blastic, y esto significa una cadena perpetua de la que nunca será liberado.
Sin embargo, la condena de Milosevic dista de ser la conclusión anticipada del proceso, y su juicio puede proporcionar armas a los diplomáticos occidentales y oficiales del Pentágono que se oponen a la sola idea de una justicia penal internacional. Churchill demandó la ejecución sumaria de los líderes nazis, temiendo que explotaran el juicio de Nuremberg como una tribuna, o que los convertiría en mártires. (Fue derrotado en esto por Truman, que tenía una fe idealista en la justicia, y por Stalin, que adoraba los procesos manipulados en que todos los acusados son fusilados al final). Nuremberg tuvo éxito por dos razones: fue dirigido de modo bastante imparcial (varios acusados fueron absueltos), y entregó un imperecedero registro histórico para destruir toda posterior negación del Holocausto.
La tarea del tribunal de La Haya, cuyos trabajos durarán varios años, es elevarse por encima del actual triunfalismo por el arresto de Milosevic. De su capacidad de encarar un juicio justo depende la suerte de un futuro tribunal penal internacional. No debe rehuir la absolución del hombre quelos medios llaman “el carnicero de Belgrado” si las pruebas no logran establecer su culpa más allá de toda duda razonable.

*Geoffrey Robertson es un importante abogado británico y autor de Crimes Against Humanity - The Struggle for Global Justice (Crímenes contra la humanidad - La lucha por una justicia global) publicado en el Reino Unido por Penguin.

 

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