Por
Juan José Panno
Parece un monaguillo o un voluntario de la Cruz Roja, pero en realidad
es un asesino serial. Si
le das un metro, te clava un puñal, un dardo envenenado, un toque
sutil, te mete un cañonazo de derecha, un zurdazo bajo. Anda con
todas las armas a cuestas y las usa, en tiempo y forma, según las
necesidades personales y de sus cómplices. Se llama Javier Saviola.
Las semejanzas con Boogie, el Aceitoso son pura coincidencia. No anda
metido en los entreveros, no asusta a nadie con el físico, parece
estar siempre fuera de cualquier discusión, pero cuando entra en
acción es frío, implacable, letal. No se lo considera un
goleador típico, se supone que necesita al lado a alguien que vaya
por adentro y se aproveche de los espacios que él le fabrica, pero,
en este torneo al menos, la verdad es que el terreno lo prepara él
y la ejecución también es suya. Si sonríe, emana
cierto aire ingenuo que lo hace confiable para los rivales. Y entonces
te mira fijo y te liquida.
En lo que va del Mundial lo padecieron los egipcios (3 goles), los jamaiquinos
(2) y ayer los franceses (3). O no hace ninguno (China, Finlandia)
o te mata en serie y gana los partidos él solo. Pero siempre anda
al acecho y es de temer aun cuando no esté en sus mejores días.
Ayer, a la vista de casi 30 mil personas, dio una nueva lección
de contundencia. En el primer gol pasó entre dos franceses medio
a los empujones, como quien quiere llegar a la puerta del Metro antes
de que se cierre, y definió con un derechazo cruzado. Obsérvese
la foto del momento del suceso, en la tapa de Líbero, préstese
atención al armonioso movimiento del cuerpo.
El segundo gol fue un penal que fabricaron a dúo Herrera y el árbitro,
y en este caso Saviola sólo tuvo que apretar el gatillo frente
al arquero que se tiró bien, pero llegó tarde. El tercero
fue el mejor de la tarde. La secuencia empezó a 40 metros del arco,
cuando DAlessandro pisó la pelota, a la manera de Riquelme,
y la metió en cortada a las espaldas de Mexes, milimétrica,
para Saviola, que había picado en el instante justo. El goleador
acomodó los huesos, pisó el acelerador y cuando salía
el arquero, en la entrada al área grande, y antes de que cruzara
Givet, tocó suave hacia la red. Entre las posibilidades que se
le abrían estaba la de frenarse y hacer pasar de largo al defensor
que venía con él, patear fuerte, amagar y seguir, o la que
usó: el navajazo. Metió la puñalada y recogió
los brazos contra el pecho para evitar un posible choque. Hay quien dice
que no miró a la pelota cuando entraba y que se fue corriendo para
festejar, o tal vez para no salpicarse con sangre de rival malherido.
El balón entró tan manso y sumiso que algunos cantaron:
Saviola... Saviola antes de gritar el gol.
En la carrera se levantó la remera y se leyó: Para
vos, papá.
En el fondo, es un tierno.
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