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EL VERDUGO DE LOS FRANCESES
Saviola es más frío que �Boogie, el Aceitoso�

Hizo los tres goles de Argentina (uno de penal) y fue la figura indiscutida en el partido de los cuartos de final contra Francia. Lleva 8 tantos y va en camino de convertirse en el goleador del Mundial Juvenil.

Por Juan José Panno

Parece un monaguillo o un voluntario de la Cruz Roja, pero en realidad es un asesino serial. Si le das un metro, te clava un puñal, un dardo envenenado, un toque sutil, te mete un cañonazo de derecha, un zurdazo bajo. Anda con todas las armas a cuestas y las usa, en tiempo y forma, según las necesidades personales y de sus cómplices. Se llama Javier Saviola. Las semejanzas con Boogie, el Aceitoso son pura coincidencia. No anda metido en los entreveros, no asusta a nadie con el físico, parece estar siempre fuera de cualquier discusión, pero cuando entra en acción es frío, implacable, letal. No se lo considera un goleador típico, se supone que necesita al lado a alguien que vaya por adentro y se aproveche de los espacios que él le fabrica, pero, en este torneo al menos, la verdad es que el terreno lo prepara él y la ejecución también es suya. Si sonríe, emana cierto aire ingenuo que lo hace confiable para los rivales. Y entonces te mira fijo y te liquida.
En lo que va del Mundial lo padecieron los egipcios (3 goles), los jamaiquinos (2) y –ayer– los franceses (3). O no hace ninguno (China, Finlandia) o te mata en serie y gana los partidos él solo. Pero siempre anda al acecho y es de temer aun cuando no esté en sus mejores días. Ayer, a la vista de casi 30 mil personas, dio una nueva lección de contundencia. En el primer gol pasó entre dos franceses medio a los empujones, como quien quiere llegar a la puerta del Metro antes de que se cierre, y definió con un derechazo cruzado. Obsérvese la foto del momento del suceso, en la tapa de Líbero, préstese atención al armonioso movimiento del cuerpo.
El segundo gol fue un penal que fabricaron a dúo Herrera y el árbitro, y en este caso Saviola sólo tuvo que apretar el gatillo frente al arquero que se tiró bien, pero llegó tarde. El tercero fue el mejor de la tarde. La secuencia empezó a 40 metros del arco, cuando D’Alessandro pisó la pelota, a la manera de Riquelme, y la metió en cortada a las espaldas de Mexes, milimétrica, para Saviola, que había picado en el instante justo. El goleador acomodó los huesos, pisó el acelerador y cuando salía el arquero, en la entrada al área grande, y antes de que cruzara Givet, tocó suave hacia la red. Entre las posibilidades que se le abrían estaba la de frenarse y hacer pasar de largo al defensor que venía con él, patear fuerte, amagar y seguir, o la que usó: el navajazo. Metió la puñalada y recogió los brazos contra el pecho para evitar un posible choque. Hay quien dice que no miró a la pelota cuando entraba y que se fue corriendo para festejar, o tal vez para no salpicarse con sangre de rival malherido. El balón entró tan manso y sumiso que algunos cantaron: “Saviola... Saviola” antes de gritar el gol.
En la carrera se levantó la remera y se leyó: “Para vos, papá”.
En el fondo, es un tierno.

 

 

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