Por
Sol Alameda
Leyendo
su biografía se ve que ha tenido una vida llena. Incluso llena
de aventuras, empezando por su lucha en la Resistencia.
Sí,
pero ya tenía 25 años. Mi primera aventura fue trabajar
a los 14. Y fue una suerte, porque me permitió ganar tiempo. Cuando
una empieza a trabajar a los 14, tiene recorrido mucho.
¿Y qué hacía a los 14 años?
Mi padre murió y nos dejó sin nada, así que
tuve que empezar a trabajar, pero quería tener un oficio; no quería
entrar de vendedora en una tienda. ¿Qué podía aprender
a los 14 años? Taquimecanografía. Fue una decisión
acertada. Entré a trabajar en una librería.
La Resistencia contra la ocupación nazi sí fue una
gran aventura.
Fue una aventura enorme, pero, al mismo tiempo, no tiene nada que
ver con lo que la gente imagina, no nos paseábamos con granadas
en los bolsillos ni estábamos todo el tiempo haciendo saltar trenes
por los aires. Hubo gente que lo hizo. Pero la Resistencia, a fin de cuentas,
era un trabajo muy monótono, llevar y traer mensajes todos los
días, esconder a alguien que se había tirado en paracaídas.
No era nada apasionante. Era monótono y peligroso; por supuesto,
nos podían detener en cualquier momento. Era una sensación
rara y difícil de transmitir.
Después de la guerra, trabajó en cine. ¿Era
esa su vocación?
Obtuve el Gran Premio del 2º Festival de Cannes, con Jacques
Bécquer, por Antoine et Antoinette, pero por entonces ya me dedicaba
al periodismo.
Y acabó dejando el cine. ¿Por qué?
Trabajé con Renoir como script en La grande illusion, pero
le diré una cosa: el oficio de guionista es el más frustrante
que existe. La película nunca es lo que uno querría escribir,
por muy bien que uno se entienda con el director. De hecho, todos los
guionistas de cine sueñan con ser directores. Y yo, después
de la guerra, con la experiencia que tenía, ya debería haber
sido directora. Pero era impensable para una mujer. Años después,
un productor muy conocido me lo propuso, pero le dije que ya era demasiado
tarde.
Ahora no tendría ese problema. Desde que usted tenía
25 años, la situación de la mujer ha cambiado en Occidente.
Si se compara con mis 25 años, es fantástico lo que
ha cambiado todo.
¿Piensa que usted ha contribuido a ese cambio en la mujer
francesa?
Sí, y es algo que me hace sentir muy orgullosa. Tuve la suerte
de que me dieran los medios para ello, y la suerte de coincidir con la
época de Valéry Giscard dEstaing, que decidió
emprender esas reformas...
Antes de ese momento político, a comienzos de los años
cincuenta, creó la revista Elle. ¿Qué pensó
que podía hacer con Elle en aquel momento?
Elle la creó Hélène Lazareff, y ella la dirigía.
Yo estuve a su lado. Ella acababa de volver de Estados Unidos. Sabía
hacer una revista y me lo enseñó. Además, tenía
unas ideas concretas sobre lo que debían hacer las mujeres. Quería
una mujer libre e independiente, pero lo principal era que fuera bella
y capaz de atrapar a un hombre de preferencia, rico y conservarlo.
Esa era su visión de las mujeres.
¿Así que era para encontrar maridos que se creó
Elle?
Sí. Pero tengo que decir que hicimos mucho bien a las mujeres,
porque les enseñamos a lavarse, a cuidarse las francesas
no se cuidaban nada, a lavarse el pelo... Había una categoría
de mujeres muy elegantes, pero la francesa normal y corriente no tenía
ni cuarto de baño. Ayudamos a que tuvieran una buena imagen de
sí mismas y la revista tuvo mucha influencia. Recuerdo un reportaje
de investigación que se titulaba: ¿Las francesas son limpias?
Respuesta: no. Tuvo un efecto terrible, pero fue útil.
En ese tiempo, ¿pensaba como una feminista?
El feminismo como tal no existía. Sólo había
pequeñas batallas. Tenía una idea fija: enseñar a
las mujeres que hablar de libertad no queríadecir nada si no podían
ganarse la vida. Que la libertad empezaba por la independencia profesional.
Y que la independencia profesional empezaba por los estudios. Esa es una
convicción que sigo teniendo: los estudios superiores son lo que
ha permitido todo lo que ha ocurrido desde entonces, lo que ha hecho que
progresen las mujeres. Todo dependen de los estudios. La verdad es que
se convirtió en mi obsesión, sobre todo teniendo en cuenta
que yo no había estudiado.
En el libro que escribió junto a Henri Lévy usted
dice: Mi feminismo no tiene su origen en las dificultades con los
hombres. No tengo ninguna cuenta pendiente.
Soy una feminista un poco especial. Luché por las mujeres
de todas las maneras posibles, pero nunca acepté el antagonismo
con los hombres, que me dijeran que todo es culpa de ellos. Es una actitud
absurda. Tenemos una situación nueva en el mundo, que consiste
en que las mujeres tienen formación, se pueden ganar la vida, pueden
tener hijos cuando quieran... Eso es lo que cuenta. Gracias a esa situación,
estamos en condiciones de rechazar la dominación masculina. Hay
pequeños grupos virulentos, pero, en general, las francesas nunca
han caído en eso.
¿Por qué?
Porque históricamente ha habido una relación privilegiada
entre los hombres y las mujeres, desde el siglo XVIII, desde la época
en la que madame de Rambouillet creó su salón y se propuso
educar a los hombres -que eran auténticas bestias y trataban a
las mujeres como tales, para lo cual invitaba a sus veladas a hombres
y mujeres con la intención de que conversaran entre ellos y establecieran
relaciones civilizadas. Ese fue el origen de todo. Los llamados salones,
que tuvieron continuidad a partir de entonces en la sociedad francesa
y que hicieron que hombres y mujeres se aficionaran a reunirse y hablar.
Por eso en Francia no ha habido jamás clubes masculinos, como en
Inglaterra; esa sensación tan impresionante, cuando se llega al
país por otro lado, tan civilizado, de que los hombres
y las mujeres no se relacionan.
Y en su propia vida, ¿qué importancia ha tenido el
amor?
Muchísima.
¿Cómo fue su historia con Servan-Schreiber y LExpress?
Usted fue redactora jefe, después editora... Fue una historia muy
hermosa, donde el amor y el trabajo iban juntos.
Sí que fue una historia muy hermosa... Además, duró
mucho tiempo, casi 10 años. LExpress fue una publicación
muy especial, que creció a partir de la guerra de Indochina y luego
durante la de Argelia es decir, durante el período de la descolonización,
una etapa muy difícil para Francia. No era una revista de información,
era una revista de combate, con un montón de problemas internos
pero que mantenía una lucha en la que creíamos nosotros
y los que nos rodeaban, de forma que fue una auténtica aventura.
¿Le resultó fácil ser la que mandaba? ¿Qué
decían los hombres?
Nunca he tenido problemas especiales con los hombres en mi trabajo.
En aquella época tenía un equipo, de hombres y de mujeres,
y trabajamos con gran naturalidad. En LExpress impulsé la
carrera de muchos jóvenes periodistas, hombres y mujeres, en especial
periodistas políticos, una especialidad que entonces no existía.
¿Creía que la prensa puede cambiar la sociedad?
Cambiar la sociedad es mucho decir, pero cambiar muchas cosas del
sistema político francés, sin duda. Nunca he sido aficionada
a las utopías. Nunca he creído que se pueda cambiar a los
hombres, transformar el mundo. Y eso, a pesar de que pertenezco a una
generación que se entregó en cuerpo y alma, que abrazó
el comunismo, los idealismos, la convicción de que se podía
transformar el mundo. Pero yo siempre mantuve cierta distancia. Antes
de la guerra, cuando tenía la edad en la que podría haberme
visto arrastrada, me resistí siempre que intentaban convencerme
-especialmente Renoir, porque no me lo creía. El Partido
Comunista me parecía una iglesia y no soportaba los dogmas ni las
obligaciones. Nuncacreí que pudiéramos transformar el mundo,
pero creo que todos los días se pueden cambiar cosas. He sido una
reformadora.
Después, abandona el periodismo para dedicarse a la política.
¿Pensó que en la política podía hacer más
cosas por la sociedad?
Cuando Giscard me propuso entrar en el Gobierno la descolonización
había terminado y, con ella, la gran batalla de LExpress.
Habíamos entrado en la rutina. Me aburría. Así que
me gustó.
Usted había apoyado a Mitterrand en campaña, pero
aceptó la oferta.
De hecho, le dije a Giscard: Acuérdese de que voté
por Mitterrand, y piense que volvería a hacerlo. Pero una
cosa era la política en general, y otra, la cuestión de
las mujeres. Desde LExpress había animado el debate sobre
la aprobación del aborto, y antes sobre la píldora, cuando
estaba prohibida. Cuando empecé a hablar con Giscard, quise saber
cuál era su intención para ver si podía sentirme
justificada al aceptar la oferta o si estaba cometiendo una traición.
Lo primero que me dijo fue: ¿Conoce a Simone Veil?.
Le respondí que sí, y siguió: Bien, porque
tengo la intención de confiarle la elaboración de una ley
sobre el aborto. ¿Cree que es capaz de defenderla? Desde
luego, le contesté. No tengo ninguna duda. Pensé
que el principio no estaba nada mal, si empezaba por el aborto... Me dije
que aquel hombre sabía lo que quería. Y me apoyó
en todo momento. Sabía que, si dejaba de respaldarme, yo no podría
hacer nada porque tenía a todos los ministros en contra, a todo
el mundo. Lo único que permitió que se pudieran hacer avances
en favor de las mujeres fue su voluntad. En aquella época, la voluntad
del presidente de la República era muy importante.
Llama la atención que una persona de derecha, como él,
fuera quien impulsara la ley del aborto.
Es que la Iglesia, en Francia, ya no tiene ningún peso. No
es que estemos en contra, tampoco; simplemente, su opinión no cuenta.
Siendo ministra, además de la ley que despenaliza el aborto,
¿pudo hacer todo lo que se propuso?
Sobre todo, hice limpieza en todos los códigos legales que
había en Francia: el laboral, el de familia. Había un montón
de cosas que estaban prohibidas a las mujeres. Había trabajos a
los que las mujeres no podían acceder, fue bastante trabajo. Por
ejemplo, las mujeres no podían ser meteorólogas. ¿Por
qué? Porque es un trabajo que se hace al aire libre. Y la mujer
debía permanecer en el interior... Como ve, era una norma muy sutil,
muy inteligente. También creé delegadas del ministerio en
cada región, exclusivamente al servicio de las mujeres, para que
pudieran acudir a consultarlas por problemas burocráticos. Fue
importante para las que procedían de un medio sencillo y se sentían
perdidas en el papeleo administrativo. Una mujer acude con más
facilidad a otra mujer que sabe que está ahí para ayudarla,
y suele tener miedo de hablar con funcionarios que la van a recibir mal.
¿Creó guarderías?
Las guarderías son cuestión de dinero, no de decisión
política. Es un asunto que ha planteado problemas en todos los
países, hasta en la URSS. A los soviéticos se les pueden
reprochar muchas cosas, pero este tipo de aspectos de la vida cotidiana
los cuidaban. Pues bien, organizaron guarderías, para que las mujeres
pudiesen trabajar. Pero como les salían muy caras, las suprimieron
y, en cambio, dieron un subsidio a las madres para que se quedaran en
casa. Yo ahora lucho para que modifiquen las condiciones de trabajo, que
son lo que anula a las mujeres, el hecho de que salen demasiado tarde,
más el tiempo de viaje... Pero hay que organizar el trabajo de
forma que las mujeres puedan tener más flexibilidad de horarios.
Usted lamenta que en la sociedad actual, por un lado, se atenúan
los deseos, incluido el sexual, como si se instalara una especie de apatía.
Por otro lado, sostiene que las nuevas tecnologías están
transformando lasmentes, creando una sociedad menos crítica. ¿Cómo
ve el futuro una persona de su edad?
Hay algo que me parece muy inquietante, porque no sabemos qué
resultados tendrá: la desaparición, más o menos total,
de la autoridad. Comenzó en los años sesenta, en el Mayo
del 68, esa explosión libertaria que se extendió a
todo el mundo, que fue una cosa fantástica yo estuve totalmente
a favor e hizo saltar por los aires los corsés en los que
habitábamos. Pero esa desaparición de la autoridad ha hecho
que, para utilizar términos freudianos, las personas ya no tengan
un superyó, que en su infancia ya no asuman una serie de reglas
que son normas comunes para la vida, lo que en términos analíticos
se denomina superyó. Eso es lo que más llama la atención
y lo más complicado en todas esas historias de niños que
matan a otros niños, etcétera. Todo eso procede de una libertad
que no es libertad, sino delincuescencia.
Según usted, ¿adónde puede llevarnos?
En un momento dado, puede desembocar en un fenómeno autoritario.
Una vuelta al palo, a la violencia. De momento, en Francia ya hay una
cosa que reclaman: seguridad. Pero la seguridad no es algo que se pueda
comprar, es algo cada vez más difícil de garantizar, porque
cada vez hay más personas que viven al margen de toda norma. Ya
soy muy vieja y no lo verá, pero me intriga saber cómo va
a terminar.
Leí un artículo suyo dirigido a mujeres que quieran
dedicarse a la política; eran advertencias y consejos de alguien
que ya estuvo allí.
Sí, era a propósito del cupo femenino. A grandes rasgos,
les decía a las mujeres que ser diputada es una vida muy dura,
y que no hay que hacerse ilusiones sobre lo que se puede lograr en el
Parlamento. Se aplaudió mucho el cupo, se dijo: ¡Qué
maravilla, las mujeres en la Asamblea!. ¿Pero qué
van a hacer las mujeres en la Asamblea? Los hombres no hacen nada. En
este sistema que tenemos, no es tan importante entrar en el Parlamento.
Está bien, es mejor que no entrar, pero el poder no está
ahí. El poder está en la economía y la ciencia.
¿Habría hecho carrera política si no la llaman
para ser ministra?
Nunca. Nunca habría querido hacer carrera política,
presentarme a elecciones. Es un oficio terrible, la política. Hay
que hablar todo el tiempo, hablar con personas aburridas, hablar, hablar,
y no se hace nada. Todo el tiempo hay que convencer a alguien, discutir
con alguien... a mí me resultaba insoportable. Estaba acostumbrada
al periodismo, a reaccionar con rapidez. Toda aquella palabrería
era lo opuesto a mi temperamento.
No le gusta la política, ni, supongo, los políticos.
No. Conocí a algunos a los que aprecié porque eran
personas de gran envergadura. Cuando los políticos tienen gran
categoría, son personas extraordinarias. Pero son casos contados.
Esto también está relacionado con la pérdida de autoridad.
Ahora, en Europa, no existe una gran cabeza que sea capaz de llevar adelante
la unión. No queda nadie con la categoría suficiente. Mitterrand
y Kohl fueron el último gran dúo. Giscard dEstaing
y Schmidt habían sido una pareja similar. Y antes de ellos, De
Gaulle y Adenauer. Pero ahora no sé qué hacen.
Usted dijo que los políticos en su mayoría tienen
unas relaciones miserables con las mujeres, y que se conforman con las
que tienen más a mano. Pero visto desde fuera, parecería
que las posibilidades de seducir de un gran político son enormes.
Bueno, en el caso de Mitterrand, en todo caso, sus historias fueron
demasiado buenas... Digamos que a los políticos no les cuesta conquistar
a las mujeres, porque el poder fascina a las mujeres. Pero tienen una
vida terrible, hasta las diez de la noche en reuniones, encerrados en
sus despachos. No es una vida que favorezca el desarrollo de grandes amores.
He conocido a muchos políticos, y no he visto a ninguno que tuviera
una vida amorosa feliz. Una vida amorosa movida, sí, caótica,
a veces con un montón de mujeres, pero ninguno con una vida estable
y feliz.
Entonces, ¿ésta no es la época mejor que le
ha tocado vivir?
No, soy demasiado vieja.
Antes decía que el amor ha sido importante en su vida. ¿Podríamos
hablar un poco más de esa cuestión?
Yo viví o, mejor dicho no vivíamos juntos,
pasé 10 años de mi vida con Jean-Jacques Servan-Schreiber
en la aventura de LExpress; una aventura de ese tipo es un acontecimiento
muy importante para la vida de una persona, y lo fue también para
él. La historia se terminó, y siempre es triste romper una
relación así. Después, en la segunda parte de mi
vida tenía ya más de 40 años, tuve la
suerte de conocer a un hombre adorable, un editor al que yo llamaba mi
profesor de felicidad, porque sabía vivir feliz. El
me enseñó muchas cosas; era una persona que amaba la vida,
que disfrutaba con todo, mientras que yo vivía pendiente de la
urgencia y la actualidad. Con él viajé, hice de todo, y,
en definitiva, viví 20 años. Como ve, fueron dos historias
muy diferentes, porque en ésta yo me sentía protegida, arropada...
En algún lugar decía usted que es evidente que la
conducta de las mujeres de hoy cambió y se preguntaba si también
cambió su biología, su modo de entender el erotismo, sus
sueños, su forma de ver el mundo.
Es que no sabemos cómo cambiarán algunas cosas, a
causa de la genética. Leo todo lo que se publica y no hay nadie
capaz de hacer una previsión. De momento, no se pueden tener hijos
con reproducción asistida si no es con los óvulos de una
mujer. Es decir, la mujer es necesaria. El hombre no, porque su esperma
se puede recoger en cualquier momento. Ahora bien, ¿cuánto
durará esta situación? Acabarán por encontrar un
medio de crear niños sin los óvulos de una mujer. Cuando
las mujeres dejen de tener hijos, es evidente que las cosas cambiarán.
Cambiará la sociedad, su situación, sus deseos.
De momento, lo que sí sabemos es que las mujeres a los 30
o 40 años, quieren seducir, ser madres, ocuparse de sus hijos.
Pero a los 50 ya no les interesa seducir, ya no tienen hijos en casa,
y entonces empiezan a pensar en el poder.
Eso está ocurriendo. La generación de mujeres que
tienen 50 años ahora está haciéndose con el poder.
No el poder político, porque todavía no han llegado a eso,
pero sí en las grandes empresas, las instituciones científicas...
Es la era de la conquista para las mujeres. Desde el momento en el que,
si se puede decir así, se liberan de los hijos, del peso y la inquietud
de los hijos. Es decir, a partir de los 50 años. Y, como la esperanza
de vida no hace más que prolongarse, 50 años, en el momento
actual, es una edad a la que las mujeres pueden empezar a reinar. Mientras
que los hombres, por el contrario, están mucho más impedidos.
Dígame cómo se encuentra usted ahora. En alguna entrevista
decía que es difícil señalar un sueño, pero
que le gustaría parar de envejecer.
Cuando envejecemos, envejecemos. Tengo 84 años, qué
le voy a hacer: me canso, tengo ciática... pequeñas molestias
que no son ni siquiera problemas de salud, sino los síntomas de
una máquina que ya no funciona a la perfección. Si pudiera
soñar con algo, sería con ese impulso, esa fuerza vital.
Dicen que sí conservo esa fuerza vital. Dicen que sí conservo
esa fuerza en la escritura. De forma que, en mi trabajo, estoy tranquila.
Ahora bien, si se trata de perseguir al autobús...
Los hombres sufren una especie de turbación ante la adquisición
de la libertad por parte de la mujer actual.
Se sienten inestables. Es una cosa difícil de vivir. Hay
que comprender que todo lo que les han enseñado de generación
en generación ya no vale. Pero no les han dado ningún otro
manual de instrucciones para relacionarse con las mujeres. Y eso es lo
que tienen que descubrir. Estoy segura de que lo descubrirán. Por
lo menos, es la esperanza que debemos tener; que los jóvenes, hombres
y mujeres, encuentren un manual de instrucciones para relacionarse. Será
una nueva etapa de la civilización. Es más, creo que ya
empieza a ser así. Pero se sienten desestabilizados y, sobre todo,
tienen miedo a la rivalidad.
¿Su vida le permite sentirse satisfecha?
He hecho lo que he podido. No podía hacer más con
lo que tenía. El otro día he recibido una carta de un chico
de nueve años, que me decía: ¿Podría
atreverme a enviarle mis poemas? Se lo he preguntado a mi abuela, y ella
me ha dicho que sí.
POR
QUE FRANÇOISE GIROUD
Por S. A.
Serena,
de mirada profunda
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No se puede
ser feliz todo el tiempo es el título del último libro
de esta mujer que ha brillado durante años en la sociedad
parisiense. Como ella dice, condujo su vida desde los 14 años,
cuando tuvo que ganarse el sustento tras la muerte de su padre.
En cine trabajó con Jean Renoir, en 1936; en periodismo,
primero participó en el nacimiento de la revista Elle, en
1950, y en 1953 fue cofundadora de LExpress y su directora
hasta 1974, cuando entró en política por la puerta
grande. Giscard dEstaing le confió la jefatura de un
ministerio recién creado, el de la condición de la
mujer. Fue entonces cuando se despenalizó el aborto en Francia
y se llevaron a cabo transformaciones legales que tendían
a la igualdad entre sexos. Giroud tiene ahora 84 años y ha
escrito 28 títulos. Son conocidos su biografía de
Alma Malher y Les hommes et les femmes, una conversación
con el filósofo Bernard-Henri Lévy, de 1993. Giroud
es hoy una anciana serena, de mirada profunda. Podría mostrar
toda la inteligencia que lleva dentro, pero lo que trasluce es una
bondadosa sabiduría. Los adornos de su salón son de
Picasso, Braque o Matisse. Y muchos libros. Escribe una columna
semanal, sobre televisión, en Le Nouvel Observateur. Y, eso
sí, se siente vieja. De pronto se sintió vieja al
cumplir los 80. Hasta entonces había vivido tanto que no
se dio cuenta de que los años pasaban volando.
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