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OPINION

Empieza la guerra

Por Claudio Uriarte

La yuxtaposición temporal entre un proceso de liberación de prisioneros por la guerrilla colombiana de las FARC que la semana pasada llegó a los 300 y el ataque de pocos días antes, por esa misma guerrilla, a la estratégica base militar de Coreguaje, en el sureño departamento de Putumayo, en la frontera con Perú y Ecuador, significa que la principal formación guerrillera de Colombia, que tiene a 16.000 hombres en armas y controla 42.000 kilómetros cuadrados también en el sur del país, está empezando a contestar, tanto política como militarmente, al Plan Colombia espoleado por Estados Unidos para la erradicación de cultivos de coca. Estados Unidos insiste que la parte militar del Plan no es una operación antiguerrilla, pero la diferencia es puramente semántica, ya que el objetivo es suprimir lo que constituye la principal fuente de ingresos de guerrilleros y de paramilitares dentro de la balcanización colombiana. Y la base atacada es estratégica por dos razones: está en Putumayo, donde se cultiva el 50 por ciento de la coca colombiana, y es el cuartel de operaciones de parte de la llamada Fuerza de Tarea del Sur, una de las unidades de elite entrenadas por Estados Unidos.
Dentro de esto, la coincidencia con el proceso de liberación de prisioneros no parece casual, sino más bien apuntado a palanquear una fractura aún mayor de la que existe entre la política de negociación del presidente Andrés Pastrana y un alto mando militar que se le opone, sin disponer al mismo tiempo de la fuerza ni la capacidad para ejecutar la salida militar que preferiría. Los poco convincentes rumores de golpe de Estado que han estado circulando en Bogotá son como la sombra que proyecta esa fractura creciente. De algún modo, las FARC están ensayando su propia versión de las tácticas del palo y la zanahoria: al gobierno y a la sociedad le están devolviendo la mayoría de los rehenes uniformados en su poder, sin que por el momento se haya establecido contraprestación alguna, mientras a los militares se les advierte que redoblarán sus ataques sobre las áreas de colaboración estratégica más estrecha con Estados Unidos. En este juego, Estados Unidos aparece como el destinatario final pero de ninguna manera menor: las FARC también apuntan a erosionar un compromiso militar estadounidense del que el Pentágono de Donald Rumsfeld no está totalmente convencido, y que sufrirá un inevitable cuestionamiento en el Congreso y la opinión pública si se producen bajas estadounidenses. Porque el juego recién empieza.


 

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