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TERMINO “GRAN HERMANO” Y LOS TELEVIDENTES CONSAGRARON A MARCELO
Siempre es difícil volver de casa

Tal cual se preveía triunfó �Maguila�, el chico �bueno�, que se llevó 120 mil pesos. Los otros tres finalistas, Tamara, Gastón y Daniela, obtuvieron su parte proporcional del premio. Los cuatro comprobaron hasta qué punto cambiarán sus vidas, después de la �liberación�.

Por Julián Gorodischer

A pocos debe haber sorprendido que Maguila-Marcelo se llevara el premio mayor. El “profe” de Tigre ya había dado muestras de su misteriosa popularidad cuando le corearon el nombre desde afuera y lo salvaron de tres nominaciones. Otro, en cambio, fue el atractivo del cierre del “Gran Hermano 1”, el sábado pasado, cuando se recalentó la pantalla de Telefé hasta pasar largamente la barrera de los 30 puntos de rating: la historia de cómo hace el “buen salvaje” para regresar al mundo. Los últimos cuatro (Daniela, Gastón, Tamara y Marcelo, salientes en ese orden) dieron su prueba final como conejillos: de a poco, dosificadamente, se enteraron de las “delicias” del país que les espera. Leyeron los comentarios sobre sus propias vidas, publicados en diarios y revistas, supieron que Menem está preso y también casado; y todo lo paladearon allí mismo, en la casa de la reclusión. Las cifras finales fueron contundentes: a Marcelo lo votaron 357.492 televidentes (83.56 por ciento), a Tamara 34.626, a Gastón 18.837 y Daniela 16.867.
Ahora faltan pocos minutos para la revelación, y los participantes no están viviendo “con naturalidad” una vida de interiores ni “hacen como si” no los estuvieran filmando desde todos los ángulos. Se someten, gustosos, a un cierto sadismo que les demora el anuncio de la victoria y les entrega avisos parciales y mínimos del “afuera”; solamente los que bastan para azorarlos, dejarles la boca entreabierta o modificarles el gesto. Por ejemplo, Gastón lee en una nota de la revista del programa, prolijamente encuadernada: “El juego del Anticristo”. Y por un minuto se le congela la gárgara-sonrisa que siempre eligió puertas adentro; algo le está molestando. Tamara, a su lado, empieza a entender que la fama no le promete sólo rosas, y se convierte en la única entre los egresados que duda de las bondades del recorrido que deberá hacer por los programas de Telefé, un itinerario que ya hicieron sus ex compañeros. Entonces, dice: “No sé si quiero salir de esta casa”.
Los dos caminarán, poco después, por la pasarela, y se mostrarán extrovertidos frente a la multitud, pegando patadas a las manos que les toman los tobillos. Y se comportarán como veteranos “rock stars”, pero eso será el show, y éste, el de la previa, es el momento interesante de esta fecha: la civilización de los “salvajes”. Ese tempo en el cual ellos dejan de ser los cuerpos “en reposo” que fueron durante 112 días, los que articularon sus vidas en torno de dos conceptos (nominación y expulsión) y creyeron que la trama interna de relaciones era el único entre los universos posibles. De pronto, descubren que el mundo pasa a ser otra cosa, un poco más vasta, y ellos saben que afuera pasaron muchas cosas y se conmueven. El espectáculo diseñado “para emocionar” demuestra su eficacia.
Ahora bien, poco después, la gran incógnita es develada. ¿Espera a Gastón, bisexual y villano, una paliza a la salida? El chico da, finalmente, una lección de ligereza para oponerse al tono grave de Solita, la mujer que repite todo el tiempo muletillas favoritas como “...mis valientes” o “...la casa más famosa de la Argentina”. La conductora le pregunta, como se esperaba, si es malvado o jugó con destreza, y él mira fijo a la lente y afirma: “Soy más malo de lo que ustedes piensan”. La ovación de los amigos (una verdadera legión) dura varios minutos. A una nueva pregunta de Solita (“¿Y ahora cómo sigue esto?”) sobre el futuro del compromiso que hizo con Eleonora, la chica corona con un buen remate: “Nos casamos, pero yo soy el novio”. La TV que lo dramatizó todo –y creyó ver un romance donde no había más que una simple provocación– termina de ser burlada.
¿Dónde está Marcelo mientras todo esto ocurre? Lo tienen (un buen recurso) aislado en la casa, y él reafirma la legitimidad de su apodo (Maguila) ensayando morisquetas frente al vidrio o asumiendo extrañas poses. Cuando sale, debe recorrer como los otros la misma pasarela junto a la multitud. Se agarra la cabeza y no comprende del todo. ¿Qué hizo él para merecer esto? Un coro de adulones que le grita: “Mar-ce-lo” y le entrega palabras que suelen estar destinadas a ídolos con ciertajustificación por medio de las artes, la política o el deporte: “No te mueras nunca”, “Te amo...”, “Gracias Marcelo”. El, en cambio, se sentó por las tardes en un sofá a imponer su idea de moralidad (“La mujer que sale con muchos hombres es una puta”, dijo una vez) y a ejercitar un sentido del humor revisteril (chistes verdes, comentarios machistas, salidas fuera de tono). Su historia familiar, de chico huérfano que crió a sus tres hermanas y fue despedido por entrar al “Gran Hermano 1”, pudo haber sido determinante a la hora de acumular más votos que el resto.
Ya cerca del final, le avisan que sólo le corresponden 120 mil del total (por haber entrado más tarde a la casa), y el sobrante se divide entre los otros tres, en proporción a los votos obtenidos. Tamara fue la más favorecida, con 39 mil dólares. La final de la alegría, con fuegos artificiales y música “para el corazón”, da una lección de “justicia”. Tamara se emociona y Solita la abraza. “¡Esa es mi subcampeona...!”, dice la conductora. El show calibrado todavía tiene previsto un golpecito más.
Falta poco para el final, y los ex rehenes salen a la pasarela para el saludo y los bises. Tiran besos y hacen reverencias a la multitud. ¿Por qué los quieren tanto? Esta noche, los héroes están felices porque palpan de cerca la fama más bondadosa: la que les grita cosas lindas, no agrede, ni trafica videos caseros “incriminatorios”, ni ofende con revelaciones sobre sus vidas privadas, ni les detalla sus rutinas en la ducha y el inodoro. Esta es la fama que los cree virtuosos y “valientes”, como dice Solita, la que los consagra solamente por “aparecer” y convivir en una casa a puertas cerradas.
Después vendrá la otra, pero ahora, en la pasarela, se prometen amistad eterna (un eco del encierro), y entienden que han pasado por “lo mejor de sus vidas”: una estadía con privaciones, la intimidad violada, la vida productiva detenida y la abstinencia sexual. A pesar de todo, si les preguntan por la “experiencia”, repiten que es “recopada”. O exhiben, como Tamara, una vocación mística que mantenían resguardada de las cámaras. Ella mira para arriba y dice: “Gracias Barba”.

 

 

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