Por
Romina López La Rosa
Pocos
escritores han generado tanta polémica, tantas emociones a favor
y en contra, como el estadounidense Ernest Hemingway. Al cumplirse 40
años de su muerte, no cabe duda sin embargo de que creó
un estilo único que ha hecho escuela en el arte de escribir. Hemingway
nació en Oak Park (Illinois) el 21 de julio de 1899 y se suicidó
poco antes de cumplir los 62 años en Ketchum (Idaho), el 2 de julio
de 1961, tal como lo había hecho muchos años antes su padre.
Fue él quien lo inició desde pequeño en la caza y
en la pesca, que ocuparían un lugar muy destacado en su literatura
y en su vida.
El autor de El viejo y el mar (1952) y Adiós a las armas (1929)
la novela que lo consagró cultivó a lo largo
de su vida una imagen de masculinidad, valentía y rudeza que se
veía reflejada en sus obras y en su estilo aventurero. Hoy, cabe
preguntarse si Hemingway era un cronista de sus propias aventuras o si
por el contrario a través de sus libros intentó agregarles
más fantasía a sus experiencias.
La vida de Hemingway estuvo caracterizada desde el principio por un ritmo
trepidante en todo lo que hacía: a los diez años fumó
su primer cigarrillo, a los doce probó el whisky, tuvo su primera
experiencia sexual a los trece, a los 18 ya trabajaba como periodista
para el Star de Kansas City y a los 20 para el Toronto Star, participó
en la Primera Guerra Mundial como chofer de ambulancia en Italia por
su mala visión no fue enviado al frente, se casó a
los 22 y recibió el Nobel a los 55, en 1954. De una historia de
amor frustrada con una enfermera durante la Primera Guerra surgió
Adiós a las armas. Hemingway se trasladó decepcionado a
París, donde conoció a Fitzgerald, Ezra Pound y a Gertrude
Stein, quien no dudó en incluirlo en lo que bautizó como
la generación perdida, a pesar de que al escritor no
le agradaba este término.
Su estilo de frases cortas, sin adjetivos, descarnado y directo, con numerosos
diálogos, lo convirtió en modelo y generó una amplia
serie de imitadores. Su estadía en París y sus viajes a
España, donde encontró en las corridas de toros un ideal
de hombría, se vieron reflejados en las novelas Por
quién doblan las campanas (1940), dedicada a la Guerra Civil Española,
y Muerte en la tarde (1932), un tratado taurino.
De sus viajes de safari a Africa surgieron Las verdes colinas de Africa
(1935) y Las nieves del Kilimanjaro (1936). En 1937 escribió Tener
y no tener, la única de sus novelas que se desarrolla en Estados
Unidos. Luego del fracaso de crítica de Al otro lado del río
y entre los árboles (1950), Hemingway publicó El viejo y
el mar, una de sus últimas novelas y por las que más reconocimiento
ha recibido. Parte destacada en su obra y su vida juegan también
los años en que vivió en Cuba, desde donde publicó
El viejo y el mar y donde, como en todos los lugares por los que pasó,
aún hay bares que ostentan un cartel que asegura que el autor estuvo
allí comiendo, o, principalmente, bebiendo. Poco después
de su suicidio, Gabriel García Márquez lo despidió
con un texto que resume: Hemingway no fue nada más, pero
tampoco nada menos, de lo que quiso ser: un hombre que estuvo completamente
vivo en cada acto de su vida.
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