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PIQUETE

Por Antonio Dal Masetto

El amigo Andrés recibió un e-mail de una revista italiana pidiéndole una nota sobre el Presidente, el relato de un día de su vida, un perfil del personaje. La paga es buena. Andrés carece de contactos en el gobierno, pero teniendo en cuenta que el primer magistrado es un hombre accesible se manda a la quinta de Olivos dispuesto a tocar timbre. Cuando llega se encuentra con la Avenida del Libertador cortada. Embotellamiento, bocinazos, cubiertas de autos ardiendo, humo negro, cientos de efectivos de gendarmería cercando la zona, camarógrafos, periodistas nacionales y extranjeros. Frente a la entrada de la quinta hay una carpa, un fogón y una olla sobre un trípode. Andrés alcanza a ver que está toda la familia, incluso el hijo que vive en Miami con su novia la cantante. Todos con pasamontañas. Los hombres, con pasamontañas negros. Las mujeres, rosa. Los niños, naranja. Toman mate. Dentro del perímetro del corte, también hay un grupito de policías, dos granaderos y el edecán de turno. Se mantienen apartados de los piqueteros y por las caras de desconcierto daría la impresión de que quedaron atrapados en tierra de nadie y no saben qué papel están jugando ahí.
A través del humo Andrés alcanza a ver varias pancartas: “Tenemos hambre”, “Basta de miseria”, “Todos tenemos derecho a un bienestar mínimo”, “Aumentos de sueldo sí, promesas no”, “No somos subversivos, acá no hay guerrilleros colombianos, somos argentinos que piden pan”.
Un periodista, con fuerte acento holandés, grita:
–Señora, ¿qué se proponen?
La señora que parece liderar el piquete, haciendo bocina con las manos, contesta:
–Quedarnos acá hasta que le mejoren el salario.
–¿Qué pasa si no le aumentan?
–Seguiremos hasta las últimas consecuencias.
–¿Quiere agregar algo más para la televisión holandesa?
–Estos señores tienen que entender que donde hay una necesidad hay un derecho.
Me dirijo al oficial que comanda a los gendarmes.
–¿Cómo viene la mano, jefe?
–Ya escuchó, el hombre reclama un sueldo acorde con su investidura. No quiere seguir pasando vergüenza. Siempre vestido con hilachas cuando recibe a embajadores y financistas extranjeros. Se cansó de andar pidiéndoles plata a los amigos para bancar los gastos. Imagínese cómo estará de desesperado que a falta de cubiertas usadas desarmó las ruedas de su auto y los de toda la familia y les metió fuego a las gomas.
–Todo es más fácil si uno tiene una parentela solidaria. ¿Cómo sigue esto, jefe?
–Yo tengo instrucciones claras, despejar Avenida del Libertador para permitir el libre desplazamiento de ciudadanos y vehículos. Estamos esperando efectivos de refuerzo con camiones hidrantes. Llegado el caso mis órdenes son estrictas: reprimir.
–¿Cree que será necesario?
–Esperemos que se actúe con raciocinio. No podemos permitir la alteración de la seguridad pública. Lo importante es evitar que ocurran hechos de los que después tengamos que arrepentirnos. Estuve en la represión de otros piquetes y estas situaciones no me gustan nada. Yo soy un laburante igual que todos, entiendo el problema del Presidente porque a mí tampoco me alcanza el sueldo. Si usted escuchara las cosas que me dice mi mujer cuando le entrego el sobre a fin de mes.
Así es como el amigo Andrés regresa de Olivos con las manos vacías. Teniendo en cuenta el tiempo que siempre les lleva a los que gobiernan resolver las protestas de los trabajadores, este asunto va para largo, y si Andrés se pone a esperar no podrá cumplir con los tanos. Y la plata él la necesita, esta oportunidad no se la puede perder, por lo tanto la nota piensa inventársela de punta a punta. Confía en su muñeca. Seguro, me dice, que el perfil le va a salir mucho mejor que si entrevistara al personaje de verdad.

 

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