Por
Hilda Cabrera
Dos
temas centrales aparecen en esta pieza del dramaturgo y novelista Pavel
Kohout, nacido en Praga en 1928, comunista disidente que debió
exiliarse y regresó a su país recién en 1989. Los
temas básicos de Cianuro... son la búsqueda de una identidad
negada o avasallada por acontecimientos históricos y la impostura
en la que caen los autores y editores que convierten en bestsellers las
más trágicas experiencias humanas. El texto de Kohout se
refiere a esa literatura disfrazada de homenaje que no es otra cosa que
botín de tumba, banalización del sufrimiento y conversión
mercadista de la desgracia ajena para lucimiento de quien la expone.
La obra de Kohout exige un espectador atento, capaz de recorrer con mente
abierta el diálogo (por momentos una alternancia de monólogos)
que se suscita entre Irene una mujer judía de mediana edad,
polaca, residente desde 1981 en Canadá y Sofía Lassova,
autora de un único y exitoso libro: El muro entre nosotras. Se
aclara que esta mujer es polaca y católica. Se supone además
que no perteneció a la resistencia y que vivió en el sector
de población no judía de Varsovia durante la delimitación
y amurallamiento del ghetto. De ahí el título de su libro.
La acción transcurre en la capital del Vístula, a cincuenta
años del exterminio judío. Irene llega a la ciudad con el
único propósito de visitar a la famosa Sofía. Encuentro
que, en este montaje de Leonor Manso, es preludiado por un canto, del
cual el espectador escuchará sólo un fragmento en idish.
Después sabrá que ésa es la voz de Hánele,
una joven madre judía que pereció en el ghetto. Voz
de ruiseñor, dirá de ella Lassova a Irene. Ese canto
no es aquí un elemento gratuito, sino un resto de la memoria y
del tiempo arrasado. En este caso, el que se inició con la invasión
del 1º de setiembre de 1939 de la Alemania nazi a Polonia.
En la obra de Kohout, el espectador verá a una Irene (protagonizada
con gran entrega por Ingrid Pelicori) tal vez demasiado ansiosa y aturdida
en su afán por juntar coraje. Esta mujer lleva mucho tiempo fantaseando
con esa visita. Dice haber leído el libro de Lassova a los 15 años,
y con mayor voracidad a los 18, cuando se le revelaron nuevos datos sobre
su origen. Por otro lado, la popularidad del texto, que salió a
la luz cuatro años después de la gran insurrección
del ghetto (el 19 de abril de 1943), le permitió atar cabos sobre
su pasado. Es así como, durante el encuentro, Irene aguza sus sentidos
para entender a fondo lo que Sofía dice: entre otras cosas, que
ese libro fue una deuda con los judíos, pero también
un producto literario.
Parapetada tras una actitud displicente y levemente cínica, Sofía
es el contrapunto de la vehemente Irene, cuyos arranques eslabonan una
cadena de sospechas. La creativa puesta de Manso se basa en la labor de
las actrices y en la capacidad de éstas para generar un crescendo,
nunca lineal. Lo quiebran, siempre de modo diferente, las intérpretes,
e incluso la mirada del propio espectador. Esto se debe, en parte, a la
ampliación del campo escénico, lograda a través de
un dispositivo (una plataforma circularsobre la que se hallan las actrices)
que gira muy lentamente y permite al público observar la acción
desde distintos ángulos. Ese cruce de miradas descentraliza la
historia que se cuenta, fragmentando aún más una visita
que se tensa sobre todo allí donde se mezclan la confesión
y el fingimiento. Cuando Lassova dice que ni siquiera ese libro le pertenece,
su confesión esconde un exterminio. Quizá por eso, cuando
Irene pregunta quiénes fueron los verdaderos modelos de los héroes
del libro sólo recibe evasivas. Esas fragmentaciones y disonancias
son las que convierten a Cianuro... en una obra vigente y abierta a la
polémica, básicamente en lo que se refiere al ocultamiento
y a la culpa. Temas que tanto Manso como las intérpretes exponen
aquí con fina sensibilidad, conscientes del sentido abarcador de
un texto que impulsa la acción e invita a reflexionar ante cada
descubrimiento.
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