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SE CUMPLEN HOY 30 AÑOS DE LA MUERTE DE JIM MORRISON
Un iluminado poeta del caos

Cuando murió tenía sólo 27 años y era un emblema de su generación. Como líder de los Doors, se había convertido en una molestia para las autoridades, y sus propias búsquedas lo llevaron a la autodestrucción.

Por Fernando D’Addario

Una alianza entre la ingeniería fotográfica y el antimarketing publicitario logró, hace unos años, estropear la invulnerabilidad de la leyenda Morrison: lo mostró, montaje mediante, en una hipotética proyección actual, gordo, entrado en canas, vestido de yuppie. Sólo la mirada, que en ese contexto parecía más melancólica que provocativa, podía llevar a desandar el camino y encontrar el viejo esplendor de Jim. Por lo demás, el modelo Morrison fin de siglo no difería demasiado del que pueden ofrecer hoy Eric Clapton (en el mejor de los casos) o Paul Mc Cartney (en el peor). No es esa, claro, la imagen que el mito necesita para retroalimentarse, y mucho menos cuando el calendario le brinda el aliciente de una efeméride redonda. Hoy se cumplen treinta años de su muerte parisina, y la postal que recorre el mundo pasa por alto incluso la decadencia de sus últimas temporadas, para instalarse cómodamente en el Olimpo que comparte con Jimi Hendrix, Janis Joplin y Brian Jones, otros tres héroes canonizados en la misma época.
Al margen de aquella digresión visual, la posibilidad de imaginar a Morrison hoy produce escalofríos, acaso porque no se tienen las mejores referencias del modo en que aquella generación rockera sobrevivió a los dorados sixties. Definitivamente, Morrison –o lo que se espera de él– no encaja con estas proyecciones malintencionadas, pero tampoco cuadraría, de haberse mantenido inmaculado, con el rock de estos días. Si hubiese nacido en otro momento podría haber sido un Rimbaud (a despecho de las consideraciones artísticas), o un Kerouac, pero sería difícil asociarlo a un –por ejemplo–Eddie Vedder (cantante de Pearl Jam), por citar a una estrella torturada de los 90.
De todos modos, Morrison no fue ni Rimbaud ni Kerouac, porque fue joven, bello e inteligente en los 60, coincidencia que casi lo empujó a inmolarse como un rock star. Es en ese carácter que se lo idolatra treinta años después, casi como un testimonio de un sueño perdido. A eso van sus fans, que acampan frente a su famosa tumba en Père-Lachaise; a eso apunta la proyección de imágenes inéditas de The Doors, la reedición de discos, libros y conciertos. Se formó alrededor del icono algo así como una necrofilia consensuada, en la que el sistema y los fans se dan la mano, superadas ya las viejas pasiones, en función de apacibles transacciones comerciales. O no tan apacibles. “Me interesa todo lo que se refiera a la rebelión, el desorden, el caos, especialmente cualquier actividad que parezca no tener sentido”, decía Jim. Algo de eso hay, también en 2001. En París, las autoridades están agazapadas. Hace diez años, para el 20º aniversario de la muerte de Morrison la policía reprimió con gases lacrimógenos a los fans que se “excedieron” en su visita a la tumba sagrada. Eso no es todo: en los últimos tiempos se multiplicaron los pedidos de expulsión de la sepultura (que está celosamente vigilada por una cámara oculta) y no faltó quien alimentó el rumor de que el cuerpo sería exhumado y “deportado” a los Estados Unidos. Para que no moleste.
Es que la continuidad de su muerte, tan inmutable como la belleza del poster que produjo, obligó a dejar los detalles de su existencia en un digno segundo plano. Hubo más especulaciones sobre su fallecimiento que sobre su vida. Que murió de muerte natural (según el forense, pero se sabe que las versiones de los forenses nunca son atractivas). Que lo mató un cóctel de drogas en una fiesta y que sus amigos lo habrían llevado de allí ya muerto rumbo al hotel, para que “muriese” allí de un paro cardíaco y despejar sospechas. Por supuesto, ningún rumor supera en glamour al que lo considera vivito y coleando, en algún lugar del Africa, bien a resguardo de la CIA.
Pocos establecen como dato central que los Doors fueron una gran banda de rock porque eso, además de ser cierto, es lo menos importante. Aunque Ray Manzarek, John Densmore y Robbie Krieger crean que ellos también fueron imprescindibles y no un mero soporte técnico para un momento único de la historia. Los Doors compusieron un puñado de canciones brillantes,que no hubiesen ido más allá de la legitimación institucional (esas burocráticas compilaciones de la revista Billboard, por ejemplo) si Morrison no hubiera creado un mundo alrededor de ellas. Si el narcisismo de Jim no hubiera elevado su figura –con la complicidad del público, claro– a un pedestal dionisíaco. Si no se hubiera tomado tan en serio el derribamiento sistemático de esas puertas de la percepción. Si no hubiera sido tan punk como para decir “queremos el mundo y lo queremos ¡ahora!”, peleándose con la policía, destrozando banderas norteamericanas, masturbándose en público, hundiéndose en aquelarres que hurgaban los límites de la realidad a través de un desajuste de los sentidos.
Morrison murió en 1971, después de una “huida” a Francia, cercado por el establishment que hoy lo homenajea. Tenía 27 años. El año anterior habían muerto Hendrix y Janis. Hoy también se cumple un aniversario de la muerte de Brian Jones. Ninguno llegó a los 30, un número redondo, que no sirve demasiado en vida, y que cuando se contabiliza post mortem dispara, en absurdo reciclaje, todo tipo de tributos, perfiles periodísticos y peregrinaciones religiosas.

La hora de los tributos
Durante mucho tiempo, los fans soñaron para hoy en París con un concierto de los tres sobrevivientes del grupo, pero John Densmore (baterista) y Ray Manzarek (tecladista) se pelearon hace unos meses y el proyecto quedó trunco. Manzarek intervendrá en una rueda de prensa en el teatro parisino Bouffes du Nord, antes de la proyección de The Doors, con fragmentos de Feast of Friends y HWY, obra experimental realizada por el cantante. Será una sesión limitada a 200 personas, con lo que el grueso de los fans deberá consolarse con grupos holandeses y británicos que interpretarán covers de The Doors, en distintas salas de la capital francesa. A miles de kilómetros, el guitarrista Robbie Krieger rendirá tributo a Morrison en un club de Anaheim (California). Para que nadie se quede con las ganas, salen a la venta cuatro libros o reediciones de trabajos sobre la banda, sin olvidar la publicación en DVD de las películas The Soft Parade, Dance on Fire y Live at Hollywood Bowl.

 

 

 

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