Por
Fernando DAddario
Una
alianza entre la ingeniería fotográfica y el antimarketing
publicitario logró, hace unos años, estropear la invulnerabilidad
de la leyenda Morrison: lo mostró, montaje mediante, en una hipotética
proyección actual, gordo, entrado en canas, vestido de yuppie.
Sólo la mirada, que en ese contexto parecía más melancólica
que provocativa, podía llevar a desandar el camino y encontrar
el viejo esplendor de Jim. Por lo demás, el modelo Morrison fin
de siglo no difería demasiado del que pueden ofrecer hoy Eric Clapton
(en el mejor de los casos) o Paul Mc Cartney (en el peor). No es esa,
claro, la imagen que el mito necesita para retroalimentarse, y mucho menos
cuando el calendario le brinda el aliciente de una efeméride redonda.
Hoy se cumplen treinta años de su muerte parisina, y la postal
que recorre el mundo pasa por alto incluso la decadencia de sus últimas
temporadas, para instalarse cómodamente en el Olimpo que comparte
con Jimi Hendrix, Janis Joplin y Brian Jones, otros tres héroes
canonizados en la misma época.
Al margen de aquella digresión visual, la posibilidad de imaginar
a Morrison hoy produce escalofríos, acaso porque no se tienen las
mejores referencias del modo en que aquella generación rockera
sobrevivió a los dorados sixties. Definitivamente, Morrison o
lo que se espera de él no encaja con estas proyecciones malintencionadas,
pero tampoco cuadraría, de haberse mantenido inmaculado, con el
rock de estos días. Si hubiese nacido en otro momento podría
haber sido un Rimbaud (a despecho de las consideraciones artísticas),
o un Kerouac, pero sería difícil asociarlo a un por
ejemploEddie Vedder (cantante de Pearl Jam), por citar a una estrella
torturada de los 90.
De todos modos, Morrison no fue ni Rimbaud ni Kerouac, porque fue joven,
bello e inteligente en
los 60, coincidencia que casi lo empujó a inmolarse como un rock
star. Es en ese carácter que se lo idolatra treinta años
después, casi como un testimonio de un sueño perdido. A
eso van sus fans, que acampan frente a su famosa tumba en Père-Lachaise;
a eso apunta la proyección de imágenes inéditas de
The Doors, la reedición de discos, libros y conciertos. Se formó
alrededor del icono algo así como una necrofilia consensuada, en
la que el sistema y los fans se dan la mano, superadas ya las viejas pasiones,
en función de apacibles transacciones comerciales. O no tan apacibles.
Me interesa todo lo que se refiera a la rebelión, el desorden,
el caos, especialmente cualquier actividad que parezca no tener sentido,
decía Jim. Algo de eso hay, también en 2001. En París,
las autoridades están agazapadas. Hace diez años, para el
20º aniversario de la muerte de Morrison la policía reprimió
con gases lacrimógenos a los fans que se excedieron
en su visita a la tumba sagrada. Eso no es todo: en los últimos
tiempos se multiplicaron los pedidos de expulsión de la sepultura
(que está celosamente vigilada por una cámara oculta) y
no faltó quien alimentó el rumor de que el cuerpo sería
exhumado y deportado a los Estados Unidos. Para que no moleste.
Es que
la continuidad de su muerte, tan inmutable como la belleza del poster
que produjo, obligó a dejar los detalles de su existencia en un
digno segundo plano. Hubo más especulaciones sobre su fallecimiento
que sobre su vida. Que murió de muerte natural (según el
forense, pero se sabe que las versiones de los forenses nunca son atractivas).
Que lo mató un cóctel de drogas en una fiesta y que sus
amigos lo habrían llevado de allí ya muerto rumbo al hotel,
para que muriese allí de un paro cardíaco y
despejar sospechas. Por supuesto, ningún rumor supera en glamour
al que lo considera vivito y coleando, en algún lugar del Africa,
bien a resguardo de la CIA.
Pocos establecen como dato central que los Doors fueron una gran banda
de rock porque eso, además de ser cierto, es lo menos importante.
Aunque Ray Manzarek, John Densmore y Robbie Krieger crean que ellos también
fueron imprescindibles y no un mero soporte técnico para un momento
único de la historia. Los Doors compusieron un puñado de
canciones brillantes,que no hubiesen ido más allá de la
legitimación institucional (esas burocráticas compilaciones
de la revista Billboard, por ejemplo) si Morrison no hubiera creado un
mundo alrededor de ellas. Si el narcisismo de Jim no hubiera elevado su
figura con la complicidad del público, claro a un pedestal
dionisíaco. Si no se hubiera tomado tan en serio el derribamiento
sistemático de esas puertas de la percepción. Si no hubiera
sido tan punk como para decir queremos el mundo y lo queremos ¡ahora!,
peleándose con la policía, destrozando banderas norteamericanas,
masturbándose en público, hundiéndose en aquelarres
que hurgaban los límites de la realidad a través de un desajuste
de los sentidos.
Morrison murió en 1971, después de una huida
a Francia, cercado por el establishment que hoy lo homenajea. Tenía
27 años. El año anterior habían muerto Hendrix y
Janis. Hoy también se cumple un aniversario de la muerte de Brian
Jones. Ninguno llegó a los 30, un número redondo, que no
sirve demasiado en vida, y que cuando se contabiliza post mortem dispara,
en absurdo reciclaje, todo tipo de tributos, perfiles periodísticos
y peregrinaciones religiosas.
La
hora de los tributos
Durante
mucho tiempo, los fans soñaron para hoy en París con
un concierto de los tres sobrevivientes del grupo, pero John Densmore
(baterista) y Ray Manzarek (tecladista) se pelearon hace unos meses
y el proyecto quedó trunco. Manzarek intervendrá en
una rueda de prensa en el teatro parisino Bouffes du Nord, antes de
la proyección de The Doors, con fragmentos de Feast of Friends
y HWY, obra experimental realizada por el cantante. Será una
sesión limitada a 200 personas, con lo que el grueso de los
fans deberá consolarse con grupos holandeses y británicos
que interpretarán covers de The Doors, en distintas salas de
la capital francesa. A miles de kilómetros, el guitarrista
Robbie Krieger rendirá tributo a Morrison en un club de Anaheim
(California). Para que nadie se quede con las ganas, salen a la venta
cuatro libros o reediciones de trabajos sobre la banda, sin olvidar
la publicación en DVD de las películas The Soft Parade,
Dance on Fire y Live at Hollywood Bowl. |
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