Por José
Comas *
Desde Belgrado
Cada vez está más
claro cuáles son los frentes internos en la coalición que
gobierna Yugoslavia, la Oposición Democrática de Serbia
(DOS) que derribó al ex presidente Slobodan Milosevic. El presidente
de Yugoslavia, Vojislav Kostunica, se aferra a sus prerrogativas como
comandante del ejército y mantiene en el cargo al jefe del Estado
Mayor, el general Nebojsa Pavkovic, pese al acoso de sus adversarios en
la DOS. Desde el gobierno de Serbia, con el apoyo del viceprimer ministro,
Nebojsa Covic, y el ministro del Interior, Dusan Mihajlovic, se intenta
una y otra vez la destitución de Pavkovic. La fuerza de policía
de Serbia, con un número de efectivos similar al ejército
de Yugoslavia, socava la autoridad de Pavkovic, a quien además
se intenta involucrar en crímenes de guerra.
Unas declaraciones del primer ministro de Serbia, Zoran Djindjic, a The
New York Times son un exponente palpable del grado de derioro entre instituciones
básicas del Estado en Serbia y Yugoslavia. Declara Djindjic que,
para burlar la posible acción del ejército de Yugoslavia,
que está a las órdenes de Kostunica, la policía serbia
utilizó tres vehículos para despistar y poder entregar a
Milosevic. Es difícil encontrar un testimonio más evidente
del deterioro de las relaciones entre el gobierno, Ministerio del Interior
y policía de Serbia y la presidencia y el ejército de Yugoslavia.
El enfrentamiento viene de lejos. Casi desde el momento en que Kostunica
optó por mantener al frente del ejército a Pavkovic, un
fiel lacayo de Milosevic hasta el día decisivo, el 5 de octubre,
cuando desobedeció la orden del déspota de sacar los blindados
a las calles de Belgrado, tomadas por los manifestantes que acabaron con
el régimen.
Desde entonces, los dirigentes de la DOS más próximos a
Djindjic no han cesado en su intento de acabar con Pavkovic. En vano,
porque Kostunica lo apoya y Pavkovic lo paga con una fidelidad similar
a la que mostraba ante el déspota ahora encarcelado en La Haya.
El pasado 1º de abril, con motivo de la detención de Milosevic
en su residencia de Dedinje, estalló la guerra abierta. El ministro
del Interior, Mihajlovic, declaró que los militares impidieron
la captura de Milosevic en el primer intento. Ya entonces Kostunica manifestó,
como ahora con la extradición, que no le habían informado.
La pugna siguió entre el viceprimer ministro Covic, encargado de
gestionar la salida de la guerrilla albanesa del sur de Serbia. Covic
rechazó una condecoración que le concedió Pavkovic
como premio por sus gestiones para recuperar a dos soldados que había
capturado la guerrilla albanesa. El próximo incidente se produjo
cuando Pavkovic devolvió a su puesto al frente de la inspección
del ejército al general Ninoslav Krstic, que estaba al frente del
comando conjunto de policías y militares en el sur de Serbia y
contaba con el beneplácito de los políticos. La dirección
de la DOS pidió a Kostunica la destitución de Pavkovic,
pero el presidente hizo oídos sordos a las demandas de sus socios
de coalición.
Pero el acoso contra Pavkovic no cesa. El Ministerio del Interior de Serbia
intenta ahora por todos los medios colgarle a Pavkovic los muertos kosovares
aparecidos en las fosas comunes en Serbia. Esto bastaría para que
el general acabase en La Haya, donde podría hacer compañía
a su antiguo amo. Pavkovic niega con contundencia que durante la guerra
de Kosovo la policía estuviese a las órdenes del ejército
y sostiene que las operaciones de limpieza y de trasladar a Serbia cadáveres
de albanokosovares asesinados las realizó el Ministerio del Interior.
Mientras Kostunica iniciaba ayer las consultas para formar Gobierno en
Yugoslavia, unos 10.000 seguidores de Milosevic, en su mayoría
con banderas del Partido Radical Serbio (SRS) del ultranacionalista Vojislav
Seselj, se manifestaron frente al Parlamento Federal en Belgrado. Losmanifestantes
gritaron ¡traidores! y otros lemas de su repertorio
habitual.
Pero los días de los partidarios de Slobo siguen contados.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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