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Ediciones extranjeras rescatan
las obras de Alberto Ginastera

El mercado internacional presta atención al país que no miramos
(o que no escuchamos). Acaban
de publicarse los conciertos para piano y obras de cámara del autor argentino más famoso en el mundo.

Ginastera compuso sus conciertos para piano en 1962 y 1972.

Por Diego Fischerman

Brasil, Venezuela, México y Uruguay son algunos de los países sudamericanos cuyos estados apoyan la publicación de discos con música de los grandes autores nacidos allí. Argentina es uno de los que no. Por eso que la edición reciente de los Conciertos para Piano Nº 1 y Nº 2 de Alberto Ginastera, realizada por el sello europeo Naxos, cuenta con el invalorable de la Orquesta Sinfónica de la Radio Eslovaca. Es que cuando la pianista mendocina Dora De Marinis (que junto a discípulos había ya registrado la obra para piano de este autor) intentó grabar aquí se encontró con el desinterés más absoluto. Y, además, una orquesta argentina le salía mucho más cara que irse a otra parte. Se fue entonces a Eslovaquia y, con la colaboración del director de orquesta Julio Malaval, radicado desde hace tiempo en Europa, produjo un disco extraordinario en más de un sentido.
El interés del mercado internacional por la música de Ginastera no es nuevo pero en este último año hay una especie de boom. Otro CD reciente recoge su música de cámara (el sello en este caso es el inglés ASV) en interpretaciones de la guitarrista María Isabel Siewers y el violinista Rafael Gintoli (ambos argentinos), la soprano Olivia Blachburn, la flautista Anna Noakes, el Lyric String Quartet, John Anderson en oboe, Christopher Van Kampen en cello, David Emanuel en violín y la arpista Gillian Tingay. Y hace apenas tres meses la magnífica arpista Isabelle Moretti grabó para el sello francés Naïve el Concierto que escribió Ginastera para su instrumento (el disco se completa con el ballet Estancia). El elemento en común de los tres CDs es la altísima calidad de las versiones y el cuidado de las ediciones.
El panorama que ofrecen estos discos es variado y abarca desde las juveniles Cantos del Tucumán, de 1938 e Impresiones de la Puna, de 1942, hasta el segundo Concierto para piano (1972), la Puneña Nº 2, para cello solo (1976) y la Sonata para Guitarra, de ese mismo año. O, si se piensa en términos estilísticos, desde esa especie de nacionalismo imaginario de los comienzos a lo que el propio compositor denominaba “neoexpresionismo”. Un dato acerca de las lecturas europeas de este repertorio lo dan las notas citadas en la contratapa del disco de Naxos, donde dice que “aunque Ginastera no usó durante mucho tiempo elementos de la música folklórica, la presencia argentina permanece: ritmos fuertes y obsesivos, adagios meditativos que evocan la tranquilidad de las pampas, así como sonoridades mágicas y misteriosas”. Despojada de ese contenido propagandístico de lo que el mercado podría esperar de la “música argentina”, la descripción no está demasiado alejada de la realidad. Faltaría consignar, eventualmente, el oficio de orquestador de Ginastera, su formidable escritura para percusión y una singular percepción de las posibilidades tímbricas de determinados registros de los instrumentos elegidos.
De los tres discos, el más sólido (o, mejor, el más homogéneo) es el dedicado a los Conciertos para piano. Ambas composiciones tienen grandes atractivos y el último movimiento del primer Concierto, Toccata Concertata (que alguna vez tocaron Emerson, Lake & Palmer) es uno de los grandes hallazgos de su autor. El álbum con sus obras de cámara, que incorpora algunas transcripciones para guitarra y para guitarra y violín de composiciones orquestales y para piano, da una buena muestra de las evoluciones de Ginastera pero tiene su punto más flojo en la obra cantada (los Cantos del Tucumán para voz, flauta, violín, arpa y caja grande), tanto por ciertas obviedades de postal como por la inocultable dicción anglosajona de la soprano. Siewers aborda la Sonata para guitarra con compromiso y musicalidad y el CD se completa con la Puneña Nº 2 para cello, el Dúo para flauta y oboe, de 1945 y las bellísimas Impresiones de la Puna, de 1942, para flauta y cuarteto de cuerdas.

 

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