Por Diego Fischerman
Brasil, Venezuela, México
y Uruguay son algunos de los países sudamericanos cuyos estados
apoyan la publicación de discos con música de los grandes
autores nacidos allí. Argentina es uno de los que no. Por eso que
la edición reciente de los Conciertos para Piano Nº 1 y Nº
2 de Alberto Ginastera, realizada por el sello europeo Naxos, cuenta con
el invalorable de la Orquesta Sinfónica de la Radio Eslovaca. Es
que cuando la pianista mendocina Dora De Marinis (que junto a discípulos
había ya registrado la obra para piano de este autor) intentó
grabar aquí se encontró con el desinterés más
absoluto. Y, además, una orquesta argentina le salía mucho
más cara que irse a otra parte. Se fue entonces a Eslovaquia y,
con la colaboración del director de orquesta Julio Malaval, radicado
desde hace tiempo en Europa, produjo un disco extraordinario en más
de un sentido.
El interés del mercado internacional por la música de Ginastera
no es nuevo pero en este último año hay una especie de boom.
Otro CD reciente recoge su música de cámara (el sello en
este caso es el inglés ASV) en interpretaciones de la guitarrista
María Isabel Siewers y el violinista Rafael Gintoli (ambos argentinos),
la soprano Olivia Blachburn, la flautista Anna Noakes, el Lyric String
Quartet, John Anderson en oboe, Christopher Van Kampen en cello, David
Emanuel en violín y la arpista Gillian Tingay. Y hace apenas tres
meses la magnífica arpista Isabelle Moretti grabó para el
sello francés Naïve el Concierto que escribió Ginastera
para su instrumento (el disco se completa con el ballet Estancia). El
elemento en común de los tres CDs es la altísima calidad
de las versiones y el cuidado de las ediciones.
El panorama que ofrecen estos discos es variado y abarca desde las juveniles
Cantos del Tucumán, de 1938 e Impresiones de la Puna, de 1942,
hasta el segundo Concierto para piano (1972), la Puneña Nº
2, para cello solo (1976) y la Sonata para Guitarra, de ese mismo año.
O, si se piensa en términos estilísticos, desde esa especie
de nacionalismo imaginario de los comienzos a lo que el propio compositor
denominaba neoexpresionismo. Un dato acerca de las lecturas
europeas de este repertorio lo dan las notas citadas en la contratapa
del disco de Naxos, donde dice que aunque Ginastera no usó
durante mucho tiempo elementos de la música folklórica,
la presencia argentina permanece: ritmos fuertes y obsesivos, adagios
meditativos que evocan la tranquilidad de las pampas, así como
sonoridades mágicas y misteriosas. Despojada de ese contenido
propagandístico de lo que el mercado podría esperar de la
música argentina, la descripción no está
demasiado alejada de la realidad. Faltaría consignar, eventualmente,
el oficio de orquestador de Ginastera, su formidable escritura para percusión
y una singular percepción de las posibilidades tímbricas
de determinados registros de los instrumentos elegidos.
De los tres discos, el más sólido (o, mejor, el más
homogéneo) es el dedicado a los Conciertos para piano. Ambas composiciones
tienen grandes atractivos y el último movimiento del primer Concierto,
Toccata Concertata (que alguna vez tocaron Emerson, Lake & Palmer)
es uno de los grandes hallazgos de su autor. El álbum con sus obras
de cámara, que incorpora algunas transcripciones para guitarra
y para guitarra y violín de composiciones orquestales y para piano,
da una buena muestra de las evoluciones de Ginastera pero tiene su punto
más flojo en la obra cantada (los Cantos del Tucumán para
voz, flauta, violín, arpa y caja grande), tanto por ciertas obviedades
de postal como por la inocultable dicción anglosajona de la soprano.
Siewers aborda la Sonata para guitarra con compromiso y musicalidad y
el CD se completa con la Puneña Nº 2 para cello, el Dúo
para flauta y oboe, de 1945 y las bellísimas Impresiones de la
Puna, de 1942, para flauta y cuarteto de cuerdas.
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