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KEVIN JOHANSEN, UN MUSICO POCO CONVENCIONAL
Desde Alaska al riesgo país

Es de Alaska y porteño pero también vivió en México, Montevideo y Nueva York.
El ex líder de Instrucción Cívica hizo un disco de culto en que mezcla bossa
nova, pop, electrónica, tango, cumbia
y candombe.

Kevin Johansen lideró en los veloces años �80 un efímero dúo pop, Instrucción Cívica.

Por Pablo Plotkin

Las primeras pistas son bastante certeras: un título bilingüe, cortésmente filosófico (The Nada, frase de protocolo y a la vez expresión casi metafísica) y veinticuatro mitades de paltas, el fruto americano esencial al sur del río Bravo, que reaparece sazonado en la primera y pegajosa canción, “Guacamole”. Sí, Kevin Johansen (que se presenta hoy a las 21 en el Club del Vino, Cabrera 4737) es un artista multicultural, no sólo porque nació y vivió los primeros cinco años de su vida en Alaska, antes de mudarse a San Francisco (California). No sólo porque recaló, púber, en Montevideo, y vino a parar a Buenos Aires para vivir una adolescencia de pop rocker al frente de Instrucción Cívica –“de los grupos olvidados, somos el más recordado”, define–. El periplo se completa con una década –la del 90– en Nueva York, donde Mr. Johansen –en busca de descubrir “cuán yanqui era”– se mezcló con gente de todas partes y se convirtió en el crooner mimado del ala acústica del célebre reducto CBGB. “El dueño del lugar me veía como una especie de Charles Aznavour: ‘Vos sos intercontinental, tenés que aprovechar eso’, me decía”, cuenta Kevin en su casa de Buenos Aires, adonde regresó con su mujer y su pequeña hija a principios de 2000.
Hijo de una intelectual argentina feminista y de un norteamericano “especie de Homero Simpson”, Kevin se crió con su madre entre discos de bossa nova y canciones revolucionarias. Sus quince minutos de estrella pop los tuvo en los 80, al frente de Instrucción Cívica, una banda ignorada en Buenos Aires pero increíblemente exitosa en el Perú. Fue el viaje a Nueva York, en 1990, lo que empezó a ordenar las piezas de un pasado marcado por la integración étnica. Sirvió a las habitaciones de un hotel, guió tours por la sede de Naciones Unidas, trabajó en una cocina con rumanos, dominicanos y alemanes orientales. Como se dijo, la historia había empezado mucho antes. “En San Francisco yo me crié entre chicanos, negros, chinos, israelíes”, cuenta Kevin. “Había sido un nene medio Benetton. Mi mejor amigo se llamaba Bradley y tenía un afro así. A los siete años nos decían Salt & Pepper (sal y pimienta). El lema del disco es: mixture is the future, la mezcla es el futuro. Hitler estaba un poco errado con respecto a lo de la raza pura.” Y si el lema de The Nada es mixture is the future, su filosofía musical es expansiva: una ensalada de bossa, tango, cumbia, candombe. A la moda, pero con estilo. Johansen cita a Kurosawa: “El verdadero artista nunca desvía la vista. Hay que aprender de todo”.
–¿Qué lo hizo volver después de diez años?
–Volví con la idea de que la globalización realmente había llegado, que no era verso, cosa que veía en amigos que habían ido a Nueva York a grabar. La cancha está abierta: estés donde estés, mientras produzcas algo noble se te va a apreciar. Por otro lado, Nueva York estaba hipercaro –nos querían triplicar la renta–. Se dio una seguidilla de mensajes para volver. Después de diez años allá, el 90 por ciento de mis amigos eran argentinos exiliados. Cuando salís de la Argentina estás un poco fóbico con otros argentinos: escuchás el acento y enfilás para el otro lado, cosa que con el tiempo se revierte. A la vez mi mujer insistía en que probáramos Buenos Aires. Había nacido nuestra hija y eso también influía.
–¿Qué cosas habían cambiado?
–Cuando llegué al país por primera vez, en el ’76, las viejas en la panadería me preguntaban: “¿Qué te gusta más, nene, acá o allá?”. Yo decía “me gusta acá”, y todos contentos. Ahora la pregunta cambió por un “¡¿Qué hacés acá?!”. Directamente ya no hay ningún tipo de orgullo.
–¿Qué diferencias encontró en cuanto a la posibilidad de desarrollar su música?
–Lo que noté es que acá, como hay menos para repartir, hay más hostilidad entre la gente. Más cortacabezas, puñaladas por la espalda. Es más fácil ser civilizado cuando hay plata, como en Estados Unidos. Acá hay más canibalismo, no sólo en la música. En Buenos Aires lo que mata es la humildad. Si estás en el pop y no tenés una actitud concreta, te pasan por arriba. Y quizás lo que tienen discos como The Nada y la música alternativa en general es que son una especie de fuck you sutil a todo eso. Incluso pensé en titularlo Folk you. A su vez, siempre supe que, culturalmente, la Argentina era una potencia. Sería bueno que Argentina fuese el próximo Brasil, que de acá surgiese la próxima bossa nova, el nuevo estilo que conquiste los mercados del mundo. El talento puro. No sé si va a llegar a pasar. Por ahí pasa en diez años, o veinte.
–Bueno, a pesar del carácter “multiétnico”, existe un predominio del argentino en el disco.
–Sí, lo hice a propósito. Y pienso seguir pronunciado la ye así. Tenemos que ser como somos, porque si no no vamos a ser nada.

 


 

MCCARTNEY Y CLAPTON, ETERNOS
Dos trayectorias de oro

Paul McCartney y Eric Clapton alcanzaron los 21 discos de oro, convirtiéndose en dos de los artistas pop más vendedores de todos los tiempos. Según la Recording Industry Association of America (RIAA), el álbum Wingspan: Hits and History de McCartney recibió discos de oro, platino y doble platino, mientras que Reptile de Clapton se alzó con el de oro durante el pasado mes de junio. Desde que McCartney se separó de los Beatles, el cantante y compositor obtuvo once discos de oro por su trabajo como solista y diez como miembro de los Wings. A Clapton, por su parte, tampoco le fue mal: obtuvo 20 discos de oro como solista y uno, el año pasado, por su colaboración con el legendario B.B. King por Ridin’ With the King. “Con tantos artistas nuevos situándose en los primeros lugares de las clasificaciones todos los meses, es agradable ver que algunos de los veteranos del rock también reciben reconocimiento a su trabajo”, declaró la presidenta de la RIAA, Hilary Rosen. En los Estados Unidos, un disco de oro corresponde a 500 mil copias vendidas, un disco de platino a un millón y el doble platino a dos millones. En la Argentina, en tanto, se necesitan 60 mil para el disco de platino y 30 mil para el de oro.

 

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