El
país de
las maravillas
Por Sandra Russo
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El martes pidió
su quiebra El País de las Maravillas. La cadena de jugueterías
anunció que cerraría todos sus locales, menos los tres que
fueron abiertos por franquicias. La medida incluye ochenta despidos. La
sociedad que pide la quiebra se llama Pequeño Mundo. Venía
arrastrando problemas financieros que intentó frenar con recortes
de gastos. No pudo.
El nombre de las jugueterías y el de la empresa que solicitó
la quiebra se entrelazan en una humorada agria, mucho más agria
estos días, cuando el desmadre político y económico
hace presagiar un próximo país de las pesadillas para muchos.
Aquel pequeño mundo en el que podían prosperar proyectos
personales y colectivos ha dado paso a un mundo extraño, homogéneo
en sus coordenadas más salvajes, en el que suena pueril tener alguna
esperanza de cambio. En lo colectivo, este gran mundo de hoy no ofrece
alternancias ni matices: llega el rumor de que el presidente De la Rúa
se va, y los mercados tiemblan. Llega la desmentida y tiemblan. Los mercados
tienen una lógica que sólo comprenden los mercados. En el
pequeño mundo, todavía, la política tenía
margen de maniobra. Hoy se limita a tranquilizar a los mercados, mientras
los carteles de todo al costo por cierre van poblando veredas
y nadie atina a hacer nada salvo a protegerse la cabeza si el techo se
la cae encima.
En aquel viejo país de las maravillas había centro, derecha
e izquierda. Había mayorías y minorías. Se podía
estar en desacuerdo con quien gobernaba y votar a la oposición
en las siguientes elecciones. Se podía confiar en que alguna vez
ganaría alguien que se animara a recortar las ganancias de algunos,
en lugar de aumentar las miserias de casi todos.
En lo personal, en aquel pequeño mundo se podía dormir tranquilo.
Se podía planear algún futuro. Uno entraba a los ascensores
y la gente hablaba de la humedad, y no del riesgo país. Muchos
no eran felices, pero no era descabellado soñar con serlo alguna
vez.
Hoy hay un nudo de angustia instalado en las calles, en las casas, en
las oficinas. Algo se nos fue de las manos. El país de las maravillas
aquel nunca fue realmente un gran país, era módicamente
maravilloso en sus virtudes, y maravillosamente módico en sus vilezas.
Ese país también parece haber quebrado, con todos nosotros
adentro.
REP
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