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DIA DE QUEJAS POLITICAS Y ECONOMICAS EN LA SEDE DE EE.UU.
Lágrimas en casa del embajador

Por invitación del embajador James Walsh,
el festejo de la independencia de los Estados Unidos se convirtió en un encuentro de políticos, diplomáticos y empresarios reunidos entre saladitos para lamentarse por la crisis del gobierno y la depresión económica. Temas de conversación: qué quiere Washington, el origen de los rumores, la prisión de Menem.

James Walsh, desde hace un año
embajador de los Estados Unidos en la Argentina.
Los Estados Unidos no se meten en el proceso institucional argentino. Y esperan.

Por Martín Granovsky

Entre sangre, sudor y lágrimas, lágrimas. La embajada de los Estados Unidos se convirtió ayer en un enorme paño donde cientos de visitantes se encontraron para llorar por la depresión económica y el bajón político. Con una conclusión común: no es solo que la salida no está a la vista, sino que tampoco se vislumbra una punta de solución. Ni siquiera en la lontanáncica, como diría el futurólgo Carlos Balá.
La suerte del Gobierno fue uno de los grandes temas, y entre copas de champagne y jugos de tomate Página/12 descubrió un dato asombroso. El martes, día de los mil rumores, colaboradores del Presidente averiguaron entre gobernadores si había una conspiración de Raúl Alfonsín contra Fernando de la Rúa. La sospecha era absurda, porque Angel Rozas solo se sobrepasó cuando dijo que De la Rúa estaba sobrepasado por los acontecimientos y porque Alfonsín hasta elogió a Domingo Cavallo. Pero el absurdo pinta bien el estado de las relaciones entre el Ejecutivo y el radicalismo. O, como insistía un alfonsinista que pidió no ser citado por su nombre, “las relaciones del Presidente con el partido y la Alianza a los que pertenece”.
Parapetado en lo alto de la escalera del primer piso en el Palacio Bosch, su residencia de Libertador al 3500, el embajador James Walsh cumplió con el ritual de recibir uno a uno a los invitados por el aniversario número 125 de la independencia norteamericana. Desfilaron gobernadores como un sonriente José Manuel de la Sota, que insistía en que Córdoba acompaña la penuria de las otras provincias justicialistas, y un tranquilo Aníbal Ibarra, que entró junto con Carlos Grinberg, su hombre de confianza en el directorio del Mercado Central. Jueces como Jorge Urso y Juan José Galeano, entretenido en una conversación con el diputado Marcelo Stubrin. Diplomáticos como Jorge Vázquez o Luis María Riccheri, inexplicablemente sin trabajo en la Cancillería; con trabajo como Rogerio Pfirter; o prestados dentro del mismo Estado como Federico Mirré, recién llegado de una reunión de la OIT. Dirigentes de derechos humanos como el secretario del CELS, Víctor Abramovich, el ex fiscal Luis Moreno Ocampo, empresarios como Carlos Conrado Helbling, militares como los generales Eduardo Alfonso (secretario general del Ejército y teórico de la mesa de diálogo) y Julio Hang (jefe de la Casa Militar), dirigentes políticos como el justicialista Miguel Angel Toma o los radicales Raúl Alconada Sempé y Enrique Nosiglia, ministros actuales como José Bordón (hoy con Carlos Ruckauf) o ex ministros como Carlos Corach y Jorge Domínguez.
Pocos quisieron faltar a otro encuentro con el estilo sobrio de Walsh. Si Terence Todman había poblado los salones con el cotillón de los sponsors y las promotoras de cerveza y hamburguesas, Walsh prefirió un servicio diplomáticamente correcto: saladitos, canapés de pulpo, torta, café. De todas maneras, Washington no precisa gestos especiales para asegurar en símbolos su peso en el mundo, y tampoco en la Argentina. La influencia blanda que representan los McDonald’s ya está garantizada. Basta ver la publicidad de Coca-Cola que muestra a un vendedor en la popular con una melodía que se parece mucho al himno norteamericano. Y la influencia dura también está asegurada. Hoy, nadie quiere sumar una bolilla negra de los Estados Unidos a un panorama de por sí muy negro. Tal vez eso explique la presencia inusual del canciller. Adalberto Rodríguez Giavarini fue a la recepción aunque los ministros de relaciones exteriores no suelen acudir para no quedar mal con otras embajadas cuando no pueden dar el presente. Empresarios y políticos leyeron la visita como un signo de amistad, por un lado, cosa de no dejar ningún flanco descubierto, pero además como la chance para el canciller de decir a cientos de interlocutores en el mismo día que son absurdas las versiones dándolo como el inminente sustituto de Domingo Cavallo.
Los argentinos hicieron a cada diplomático norteamericano la misma pregunta: ¿la Casa Blanca le bajó el pulgar a De la Rúa? La respuesta fue siempre igual: no. Y resultó acompañada por dos tipos de explicaciones:
Explicación amistosa. Según ella, De la Rúa sigue siendo considerado un buen amigo de los Estados Unidos, y Washington no apuesta a su fracaso.
Explicación práctica. Sostiene que los Estados Unidos no se meten en el proceso institucional argentino y esperan que el mismo sistema busque sus propios remedios. No lo hicieron, por ejemplo, cuando Carlos Menem consiguió la reforma constitucional que le permitió la reelección, ni en Brasil cuando el Congreso acusó al entonces presidente Fernando Collor de Mello.
La impresión es que los Estados Unidos siguen con suma atención la crisis argentina pero no cuentan con un plan de intervención, lo cual sería el costado positivo del asunto, y, costado negativo, no se advierte ni el más mínimo intento de un salvataje financiero bilateral desde el Tesoro.
Tampoco los funcionarios norteamericanos demostraron preocupación por el procesamiento de Menem, presente sin estarlo a través de dos personas que sobrevolaron fugazmente saludos y empanaditas como Corach, ex ministro del Interior del reo, y Urso, el juez que convirtió en reo a Menem. La situación judicial de Menem preocupa, sí, a muchos de los radicales cercanos a los sandwichitos de lomo.
–¿Alfonsín quiere que Menem quede libre? –preguntó este diario a un ex funcionario de su Gobierno.
–No, pero la asociación ilícita no corresponde.
–Habiendo instancias judiciales, ¿por qué no esperan la decisión de la Cámara?
–Porque después todo volverá atrás y Menem se sentirá legitimado.
–¿En serio ustedes piensan que, en esta situación desastrosa, Menem tiene alguna chance de reconstituir su popularidad?
–No es solo el tema Menem, es la democracia –fue la contestación, que obviamente no cerró la polémica.
En cambio no hubo diferencia alguna en el clima que se respiraba en la residencia. Otras veces, este tipo de recepciones muestran la habilidad de políticos, funcionarios, diplomáticos y empresarios para tejer diálogos burbujeantes que se agotarán con la última copa. Ayer fue distinto. Los comentarios mostraban fatalismo, y un fatalismo difuso, demasiado difuso para quienes están acostumbrados a detentar el poder o a convivir con él. “No veo rumbo”, “Nadie encuentra la salida”, “La luz al final del túnel no aparece”, “No se puede devaluar y tampoco dejar de hacerlo”, “Está todo parado”, “La crisis es política” y otras frases genéricas circulaban entre las bandejas, incapaces de fijar un pronóstico o una modesta visión de lo que pasará de aquí a las elecciones de octubre.
Una consultora internacional y un periodista sintetizaron el cuadro contando una anécdota que ambos vivieron en paralelo. El martes, los dos fueron interrogados por un empresario con base en los Estados Unidos y un embajador destinado en la Argentina. La inquietud era la misma: ¿quién es Juan Pablo Baylac? Querían saber si sus declaraciones afirmando que el fin del mandato de De la Rúa era decisión privativa del Presidente –y no una simple cuestión aritmética o constitucional, como hubiera sido razonable que Baylac dijera– eran un blooper o un indicio de que el Gobierno había decidido emprender la retirada.

 

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