Por Martín
Granovsky
Entre sangre, sudor y lágrimas,
lágrimas. La embajada de los Estados Unidos se convirtió
ayer en un enorme paño donde cientos de visitantes se encontraron
para llorar por la depresión económica y el bajón
político. Con una conclusión común: no es solo que
la salida no está a la vista, sino que tampoco se vislumbra una
punta de solución. Ni siquiera en la lontanáncica, como
diría el futurólgo Carlos Balá.
La suerte del Gobierno fue uno de los grandes temas, y entre copas de
champagne y jugos de tomate Página/12 descubrió un dato
asombroso. El martes, día de los mil rumores, colaboradores del
Presidente averiguaron entre gobernadores si había una conspiración
de Raúl Alfonsín contra Fernando de la Rúa. La sospecha
era absurda, porque Angel Rozas solo se sobrepasó cuando dijo que
De la Rúa estaba sobrepasado por los acontecimientos y porque Alfonsín
hasta elogió a Domingo Cavallo. Pero el absurdo pinta bien el estado
de las relaciones entre el Ejecutivo y el radicalismo. O, como insistía
un alfonsinista que pidió no ser citado por su nombre, las
relaciones del Presidente con el partido y la Alianza a los que pertenece.
Parapetado en lo alto de la escalera del primer piso en el Palacio Bosch,
su residencia de Libertador al 3500, el embajador James Walsh cumplió
con el ritual de recibir uno a uno a los invitados por el aniversario
número 125 de la independencia norteamericana. Desfilaron gobernadores
como un sonriente José Manuel de la Sota, que insistía en
que Córdoba acompaña la penuria de las otras provincias
justicialistas, y un tranquilo Aníbal Ibarra, que entró
junto con Carlos Grinberg, su hombre de confianza en el directorio del
Mercado Central. Jueces como Jorge Urso y Juan José Galeano, entretenido
en una conversación con el diputado Marcelo Stubrin. Diplomáticos
como Jorge Vázquez o Luis María Riccheri, inexplicablemente
sin trabajo en la Cancillería; con trabajo como Rogerio Pfirter;
o prestados dentro del mismo Estado como Federico Mirré, recién
llegado de una reunión de la OIT. Dirigentes de derechos humanos
como el secretario del CELS, Víctor Abramovich, el ex fiscal Luis
Moreno Ocampo, empresarios como Carlos Conrado Helbling, militares como
los generales Eduardo Alfonso (secretario general del Ejército
y teórico de la mesa de diálogo) y Julio Hang (jefe de la
Casa Militar), dirigentes políticos como el justicialista Miguel
Angel Toma o los radicales Raúl Alconada Sempé y Enrique
Nosiglia, ministros actuales como José Bordón (hoy con Carlos
Ruckauf) o ex ministros como Carlos Corach y Jorge Domínguez.
Pocos quisieron faltar a otro encuentro con el estilo sobrio de Walsh.
Si Terence Todman había poblado los salones con el cotillón
de los sponsors y las promotoras de cerveza y hamburguesas, Walsh prefirió
un servicio diplomáticamente correcto: saladitos, canapés
de pulpo, torta, café. De todas maneras, Washington no precisa
gestos especiales para asegurar en símbolos su peso en el mundo,
y tampoco en la Argentina. La influencia blanda que representan los McDonalds
ya está garantizada. Basta ver la publicidad de Coca-Cola que muestra
a un vendedor en la popular con una melodía que se parece mucho
al himno norteamericano. Y la influencia dura también está
asegurada. Hoy, nadie quiere sumar una bolilla negra de los Estados Unidos
a un panorama de por sí muy negro. Tal vez eso explique la presencia
inusual del canciller. Adalberto Rodríguez Giavarini fue a la recepción
aunque los ministros de relaciones exteriores no suelen acudir para no
quedar mal con otras embajadas cuando no pueden dar el presente. Empresarios
y políticos leyeron la visita como un signo de amistad, por un
lado, cosa de no dejar ningún flanco descubierto, pero además
como la chance para el canciller de decir a cientos de interlocutores
en el mismo día que son absurdas las versiones dándolo como
el inminente sustituto de Domingo Cavallo.
Los argentinos hicieron a cada diplomático norteamericano la misma
pregunta: ¿la Casa Blanca le bajó el pulgar a De la Rúa?
La respuesta fue siempre igual: no. Y resultó acompañada
por dos tipos de explicaciones:
Explicación amistosa.
Según ella, De la Rúa sigue siendo considerado un buen amigo
de los Estados Unidos, y Washington no apuesta a su fracaso.
Explicación práctica.
Sostiene que los Estados Unidos no se meten en el proceso institucional
argentino y esperan que el mismo sistema busque sus propios remedios.
No lo hicieron, por ejemplo, cuando Carlos Menem consiguió la reforma
constitucional que le permitió la reelección, ni en Brasil
cuando el Congreso acusó al entonces presidente Fernando Collor
de Mello.
La impresión es que los Estados Unidos siguen con suma atención
la crisis argentina pero no cuentan con un plan de intervención,
lo cual sería el costado positivo del asunto, y, costado negativo,
no se advierte ni el más mínimo intento de un salvataje
financiero bilateral desde el Tesoro.
Tampoco los funcionarios norteamericanos demostraron preocupación
por el procesamiento de Menem, presente sin estarlo a través de
dos personas que sobrevolaron fugazmente saludos y empanaditas como Corach,
ex ministro del Interior del reo, y Urso, el juez que convirtió
en reo a Menem. La situación judicial de Menem preocupa, sí,
a muchos de los radicales cercanos a los sandwichitos de lomo.
¿Alfonsín quiere que Menem quede libre? preguntó
este diario a un ex funcionario de su Gobierno.
No, pero la asociación ilícita no corresponde.
Habiendo instancias judiciales, ¿por qué no esperan
la decisión de la Cámara?
Porque después todo volverá atrás y Menem se
sentirá legitimado.
¿En serio ustedes piensan que, en esta situación desastrosa,
Menem tiene alguna chance de reconstituir su popularidad?
No es solo el tema Menem, es la democracia fue la contestación,
que obviamente no cerró la polémica.
En cambio no hubo diferencia alguna en el clima que se respiraba en la
residencia. Otras veces, este tipo de recepciones muestran la habilidad
de políticos, funcionarios, diplomáticos y empresarios para
tejer diálogos burbujeantes que se agotarán con la última
copa. Ayer fue distinto. Los comentarios mostraban fatalismo, y un fatalismo
difuso, demasiado difuso para quienes están acostumbrados a detentar
el poder o a convivir con él. No veo rumbo, Nadie
encuentra la salida, La luz al final del túnel no aparece,
No se puede devaluar y tampoco dejar de hacerlo, Está
todo parado, La crisis es política y otras frases
genéricas circulaban entre las bandejas, incapaces de fijar un
pronóstico o una modesta visión de lo que pasará
de aquí a las elecciones de octubre.
Una consultora internacional y un periodista sintetizaron el cuadro contando
una anécdota que ambos vivieron en paralelo. El martes, los dos
fueron interrogados por un empresario con base en los Estados Unidos y
un embajador destinado en la Argentina. La inquietud era la misma: ¿quién
es Juan Pablo Baylac? Querían saber si sus declaraciones afirmando
que el fin del mandato de De la Rúa era decisión privativa
del Presidente y no una simple cuestión aritmética
o constitucional, como hubiera sido razonable que Baylac dijera
eran un blooper o un indicio de que el Gobierno había decidido
emprender la retirada.
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