Esta parroquia ha sido
ungida por el testimonio de quienes juntos vivieron y juntos murieron.
Las baldosas de esta parroquia están regadas con la sangre de ellos.
Las palabras del arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, retumbaron
en una desbordada parroquia San Patricio, en pleno Belgrano R. Ayer, ante
casi mil fieles, esa comunidad recordó en una misa los 25 años
de la masacre de los Palotinos, en la que fueron asesinados
tres sacerdotes y dos seminaristas de esa congregación, en plena
dictadura militar.
En la madrugada del 4 de julio de 1976, los sacerdotes Alfredo Leaden,
Alfredo Kelly y Pedro Dufau, junto a los seminaristas Emilio Barletti
y Salvador Barbeito, se encontraban durmiendo en la casa parroquial. Sonó
el timbre en la puerta. Alguien bajó a abrir. Era el momento que
esperaban los integrantes del grupo de tareas que habían esperado
con paciencia toda la noche.
Encañonaron a los religiosos, los llevaron al primer piso, donde
estaban los dormitorios, y revolvieron todo lo que encontraron en la casa.
Los tres curas y los dos seminaristas se tomaron de las manos, presagiando
lo peor. Al instante, una lluvia de balas les arrancó la vida.
Los asesinos se fueron sin apuro, en el mismo Peugeot 504 en el que habían
llegado. El crimen sólo se descubrió en horas de la mañana,
cuando, al ver que la iglesia permanecía cerrada, un feligrés
se trepó a los techos de la casa parroquial, y, desde una ventana,
pudo ver los cinco cuerpos enlazados. Algunos de ellos habían recibido
más de 70 disparos.
Tras 25 años de ese quíntuple homicidio, cientos de fieles,
vecinos, amigos y familiares de las víctimas participaron de la
misa en homenaje a los mártires Palotinos. La ceremonia
estuvo presidida por el cardenal Bergoglio, a quien acompañó
el nuncio apostólico, Santos Abril y Castelló, y varios
obispos provinciales. Yo soy testigo de la obra espiritual de `Alfie
Kelly, y sé que sólo pensaba en Dios. Y en él, recuerdo
a todos, recordó el arzobispo porteño.
En la ceremonia estuvieron el jefe de Gobierno porteño, Aníbal
Ibarra, la vicejefa Cecilia Felgueras, el senador nacional Antonio Cafiero
y el legislador porteño Mario Pacho O Donnell,
desde el sector político. Pero también estuvieron miembros
del Movimiento Ecuménico de Derechos Humanos, y el rabino Daniel
Goldman, de la comunidad Bet El, ubicada a pocas cuadras de San Patricio.
Las visitas llegaron hasta de Irlanda, base de operaciones de la comunidad
palotina. John Fitzgerald, superior de la orden irlandesa, habló
antes del final de la misa, y llevó su solidaridad con todos quienes
conocieron a las víctimas de aquellos asesinatos horrorosos.
El religioso también informó que ayer mismo se descubrió
una placa alusiva a los mártires palotinos en la basílica
romana de San Silvestre, y que próximamente se hará lo mismo
en la sede central de los palotinos, en Dublín, la capital irlandesa.
El momento más emotivo de la ceremonia se produjo cuando para la
entrega de las ofrendas se convocó a las madres de los seminaristas
Barbeito y Barletti, y además se colocaron en el altar cinco velas,
simbolizando cada una de las víctimas de esa noche de hace 25 años.
Sobre la entrada principal de la parroquia, contemplaba la escena el único
testigo de aquel crimen: la alfombra sobre la que quedaron tendidos los
cuerpos, en la que aún se observan los agujeros dejados por las
balas de los integrantes del grupo de tareas.
Tenemos que darle gracias a Dios, porque aún en medio de
esta ciudad turbulenta, quiso darnos una señal con esas muertes:
hay gente que elige vivir no para sí, sino para darle al otro,
aseguró Bergoglio ante la multitud. Por lo pronto, aquellos asesinatos
todavía no tuvieron resolución judicial, porque ese camino
quedó cortado por las leyes de Obediencia Debida y Punto Final.
Anoche, Leaden, Kelly, Dufau, Barbeito y Barletti conocieron esa otra
justicia, no contemplada en los códigos: la de la memoria colectiva,
que tiene un lugar reservado para ellos.
Informe: Alejandro Cánepa.
OPINION
Por Washington Uranga
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Injusta pero no en
vano
Como ha ocurrido con tantos otros episodios acaecidos durante
la cruenta etapa de la dictadura, el asesinato de tres sacerdotes
y dos seminaristas palotinos hace 25 años, en la madrugada
del 4 de julio de 1976 en la iglesia San Patricio (Belgrano), sigue
todavía impune. Y esa impunidad, como todas, grita y clama
justicia. Porque solamente con la justicia la verdad puede encontrar
su cauce.
Nunca será suficiente el repudio a un asesinato como el que
se perpetró o el de cualquier otro de los que se tiene mención.
Nunca alcanzarán los reclamos de justicia y nunca habrá
que dejar de realizarlos. Pero nadie podrá decir tampoco
que el martirio de los palotinos fue inútil, aunque ello
no sirva nunca de justificación ni de atenuante para sus
asesinos. La muerte no fue inútil ni para la Iglesia ni para
la sociedad argentina.
Desde el punto de vista internacional, dada la condición
eclesiástica de las víctimas y por tratarse también
de una comunidad religiosa con mucha trascendencia internacional,
el hecho sirvió para llamar la atención, para fijar
la mirada y para alertar sobre el genocidio que se estaba concretando
entonces en la Argentina. La sangre de los palotinos, también
junto a la de otras personas, aceleró el alerta sobre las
intenciones y los métodos de la dictadura militar. Todo se
justificaba desde la lógica demencial del poder y no existía
ningún límite para la acción de los delincuentes
armados.
Dentro y fuera de la Iglesia el asesinato de los palotinos fue un
duro mentís para el argumento de por algo será
levantado por muchos para exculpar sus propias conciencias y tomar
distancia de una situación en la que no sólo los ejecutores
materiales del hecho tienen responsabilidades. Las tuvieron y las
tienen también los Pilatos, de adentro y de afuera
de la Iglesia, que se lavaron las manos frente al crimen.
Es cierto que dentro de la comunidad católica el martirio
de los palotinos se constituyó en un hecho transformador,
en una semilla que fructificó para cuestionar a muchos, para
cambiar la postura de otros, para abrirle los ojos a no pocos y
para convocar a la solidaridad. Desde la comunidad de los palotinos,
pero también desde muchas otras comunidades cristianas, el
testimonio de la entrega hasta la muerte dio fuerzas a tantos para
continuar en la lucha por la verdad y la justicia. Muerte injusta,
pero no en vano.
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