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“Las baldosas de la parroquia están
regadas con la sangre de ellos”

En la Parroquia de San Patricio,
el cardenal Jorge Bergoglio presidió
la misa en memoria de los sacerdotes palotinos asesinados durante la última dictadura. Nadie fue condenado
por la masacre.

La vicejefa de Gobierno, Cecilia Felgueras; el senador Antonio Cafiero
y el jefe de Gobierno Aníbal Ibarra.

“Esta parroquia ha sido ungida por el testimonio de quienes juntos vivieron y juntos murieron. Las baldosas de esta parroquia están regadas con la sangre de ellos.” Las palabras del arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, retumbaron en una desbordada parroquia San Patricio, en pleno Belgrano R. Ayer, ante casi mil fieles, esa comunidad recordó en una misa los 25 años de la “masacre de los Palotinos”, en la que fueron asesinados tres sacerdotes y dos seminaristas de esa congregación, en plena dictadura militar.
En la madrugada del 4 de julio de 1976, los sacerdotes Alfredo Leaden, Alfredo Kelly y Pedro Dufau, junto a los seminaristas Emilio Barletti y Salvador Barbeito, se encontraban durmiendo en la casa parroquial. Sonó el timbre en la puerta. Alguien bajó a abrir. Era el momento que esperaban los integrantes del grupo de tareas que habían esperado con paciencia toda la noche.
Encañonaron a los religiosos, los llevaron al primer piso, donde estaban los dormitorios, y revolvieron todo lo que encontraron en la casa. Los tres curas y los dos seminaristas se tomaron de las manos, presagiando lo peor. Al instante, una lluvia de balas les arrancó la vida. Los asesinos se fueron sin apuro, en el mismo Peugeot 504 en el que habían llegado. El crimen sólo se descubrió en horas de la mañana, cuando, al ver que la iglesia permanecía cerrada, un feligrés se trepó a los techos de la casa parroquial, y, desde una ventana, pudo ver los cinco cuerpos enlazados. Algunos de ellos habían recibido más de 70 disparos.
Tras 25 años de ese quíntuple homicidio, cientos de fieles, vecinos, amigos y familiares de las víctimas participaron de la misa en homenaje a los “mártires Palotinos”. La ceremonia estuvo presidida por el cardenal Bergoglio, a quien acompañó el nuncio apostólico, Santos Abril y Castelló, y varios obispos provinciales. “Yo soy testigo de la obra espiritual de `Alfie’ Kelly, y sé que sólo pensaba en Dios. Y en él, recuerdo a todos”, recordó el arzobispo porteño.
En la ceremonia estuvieron el jefe de Gobierno porteño, Aníbal Ibarra, la vicejefa Cecilia Felgueras, el senador nacional Antonio Cafiero y el legislador porteño Mario “Pacho” O’ Donnell, desde el sector político. Pero también estuvieron miembros del Movimiento Ecuménico de Derechos Humanos, y el rabino Daniel Goldman, de la comunidad Bet El, ubicada a pocas cuadras de San Patricio.
Las visitas llegaron hasta de Irlanda, base de operaciones de la comunidad palotina. John Fitzgerald, superior de la orden irlandesa, habló antes del final de la misa, y llevó su solidaridad con todos quienes conocieron a las víctimas “de aquellos asesinatos horrorosos”. El religioso también informó que ayer mismo se descubrió una placa alusiva a los mártires palotinos en la basílica romana de San Silvestre, y que próximamente se hará lo mismo en la sede central de los palotinos, en Dublín, la capital irlandesa.
El momento más emotivo de la ceremonia se produjo cuando para la entrega de las ofrendas se convocó a las madres de los seminaristas Barbeito y Barletti, y además se colocaron en el altar cinco velas, simbolizando cada una de las víctimas de esa noche de hace 25 años. Sobre la entrada principal de la parroquia, contemplaba la escena el único testigo de aquel crimen: la alfombra sobre la que quedaron tendidos los cuerpos, en la que aún se observan los agujeros dejados por las balas de los integrantes del grupo de tareas.
“Tenemos que darle gracias a Dios, porque aún en medio de esta ciudad turbulenta, quiso darnos una señal con esas muertes: hay gente que elige vivir no para sí, sino para darle al otro”, aseguró Bergoglio ante la multitud. Por lo pronto, aquellos asesinatos todavía no tuvieron resolución judicial, porque ese camino quedó cortado por las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Anoche, Leaden, Kelly, Dufau, Barbeito y Barletti conocieron esa otra justicia, no contemplada en los códigos: la de la memoria colectiva, que tiene un lugar reservado para ellos.

Informe: Alejandro Cánepa.

 

OPINION
Por Washington Uranga

Injusta pero no en vano

Como ha ocurrido con tantos otros episodios acaecidos durante la cruenta etapa de la dictadura, el asesinato de tres sacerdotes y dos seminaristas palotinos hace 25 años, en la madrugada del 4 de julio de 1976 en la iglesia San Patricio (Belgrano), sigue todavía impune. Y esa impunidad, como todas, grita y clama justicia. Porque solamente con la justicia la verdad puede encontrar su cauce.
Nunca será suficiente el repudio a un asesinato como el que se perpetró o el de cualquier otro de los que se tiene mención. Nunca alcanzarán los reclamos de justicia y nunca habrá que dejar de realizarlos. Pero nadie podrá decir tampoco que el martirio de los palotinos fue inútil, aunque ello no sirva nunca de justificación ni de atenuante para sus asesinos. La muerte no fue inútil ni para la Iglesia ni para la sociedad argentina.
Desde el punto de vista internacional, dada la condición eclesiástica de las víctimas y por tratarse también de una comunidad religiosa con mucha trascendencia internacional, el hecho sirvió para llamar la atención, para fijar la mirada y para alertar sobre el genocidio que se estaba concretando entonces en la Argentina. La sangre de los palotinos, también junto a la de otras personas, aceleró el alerta sobre las intenciones y los métodos de la dictadura militar. Todo se justificaba desde la lógica demencial del poder y no existía ningún límite para la acción de los delincuentes armados.
Dentro y fuera de la Iglesia el asesinato de los palotinos fue un duro mentís para el argumento de “por algo será” levantado por muchos para exculpar sus propias conciencias y tomar distancia de una situación en la que no sólo los ejecutores materiales del hecho tienen responsabilidades. Las tuvieron y las tienen también los “Pilatos”, de adentro y de afuera de la Iglesia, que se “lavaron las manos” frente al crimen.
Es cierto que dentro de la comunidad católica el martirio de los palotinos se constituyó en un hecho transformador, en una semilla que fructificó para cuestionar a muchos, para cambiar la postura de otros, para abrirle los ojos a no pocos y para convocar a la solidaridad. Desde la comunidad de los palotinos, pero también desde muchas otras comunidades cristianas, el testimonio de la entrega hasta la muerte dio fuerzas a tantos para continuar en la lucha por la verdad y la justicia. Muerte injusta, pero no en vano.

 

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